a propósito de Nueva York (2)
Cold Spring Harbor, en Long Island, regala este año un día excepcional en pleno 4 de julio, ésa fecha que los americanos guardan con mimo en sus calendarios. Long Island, ya lo hemos dicho alguna vez, es el jardín del estado de Nueva York. Allí están los Hamptons, residencias veraniegas no al alcance de cualquiera, donde las estrellas del celuloide y las grandes fortunas guardan intimidades. El señalado día americano cae en un embarcadero privado que mis amigos españoles disponen gracias a su filiación en un centro de investigación de la comarca. Allí vemos los fuegos de artificio que celebran la efemérides. En Manhattan los lanzan en el Lower East Side, desde plataformas habilitadas casi en el mismo río East, muy cercanas al edificio de las Naciones Unidas. La traca es gloriosa, espectacular. Los neoyorkinos acuden al lugar provistos de viandas y sillas plegables desde primera hora de la mañana, como en la cabalgata de nuestra feria.
Un pelín más arriba, en East Village, está la calle de Saint Mark Place, un regalo para la bohemia. Librerías, tiendas de discos, terrazas a la europea y mercadillos de toda índole nos lanzan al encuentro del material del coleccionista. En St. Mark´s Comics, un auténtico agasajo para los ojos de los amantes del género encontramos lo que andábamos buscando: un ejemplar de "Sleep, little girl", el cómic del albaceteño Sergio Bleda. Ya nos ocurrió hace un par de años en otra tienda de Boston. En aquella ocasión el trabajo de Sergio era "Bloody Winter". Joder, que orgullo patrio más barato me asalta cuando veo estas cosas; un albaceteño, amigo además, publicado en inglés en pleno corazón del mundo artístico. Ardo en deseos de contárselo a Sergio, aunque sé que él ya no se inmuta por estas pamplinas folclóricas, afortunadamente ya está acostumbrado a publicar internacionalmente. En Albacete no nos enteramos, no valoramos suficientemente a nuestros jóvenes artistas internacionales. Con Juan Siquier, otro grafista que se sale, ocurre algo parecido. Me consta que hay algunos más. Con el tebeo de Sergio bajo el brazo cierro la noche en dos locales a tener en cuenta: el Yaffa Café, restaurante que dispone de una terracilla veraniega que ésa noche está a reventar en un ambiente distendido con cierto toque romántico y el bar Lucy´s, donde la anfitriona, una señora setentona con peluca y a la usanza de una Manoli de nuestros pueblos nos sirve las cervezas mientras pinchamos en su Juke-box el Honey Suckle Rose de Fats Waller, entre una formidable selección que nos ofrece la maquina. Qué placer recuperar las maquinas de discos en los bares.
Esa noche no creemos que nuestro amigo gallego Gonzalo Areitxo nos haya echado de menos en su restaurante Xunta, también en el barrio de East Village, donde sirve morcillas, tortilla de patatas y guarras a la parroquia que llena por completo el local. Gonzalo tiene como reclamo a un tocaor y dos bailaoras de sevillanas que encienden el ambiente. Los yanquis aplauden con las manos abiertas de par en par, como si aplastaran nueces y los españoles nos partimos de verles. Gonzalo, pese a su éxito en Manhattan está ya un poco cansado de tantos años de trabajo en la isla -veintidós- y le asalta la morriña de su Sada natal: "Aquí nos machacan a impuestos y el dólar se cae a trozos. Trabajamos todo el día y no tenemos tiempo para nada". El tributo de vivir en la Big Apple, le digo para consolarle. "Eso sí, pero sois vosotros los que la disfrutáis, a mi me queda poco tiempo para eso".
En la otra parte del Village, la West, un negro juega al golf con botes de cerveza vacíos en la acera. Trata de embocar con una papelera al otro lado de la calle sorteando coches y peatones que ríen divertidos la insólita escena. La calle marca la diferencia con las demás: Bleecker Street. No se puede pedir más a un trayecto que cruza Manhattan de orilla a orilla. Divertida, artística, señorial, galerística, bohemia, llena de rincones históricos, la piedra filosofal del repertorio que siempre mostró el Greenwich Village. Allí encontré el café más frecuentado por la Beat Generation, Le Figaro, donde Jack Kerouac solía desayunar cada mañana. El café anda en crisis estos días. El Ayuntamiento le ha dado un ultimátum: o lo arreglan -están en ello- o lo tumban. Lo dice un pasquín pegado con chinchetas en la puerta, pasándose por alto su enjundia e historia. En la fachada del local, una impresión fotográfica sobre sus ladrillos indica las excelencias de sus visitantes: The Wise Men of The Figaro, claro allí han coincidido alguna vez los hombres más sabios, que es como decir de todo el Greenwich Village. En Bleecker también te cruzas con Macdougal Street, a rebosar de terrazas a la europea, a la española qué digo. Del Café Wha?, un chaflán ahora algo destartalillo, no voy a volver a hablar, pero baste recordar que allí debutó Bob Dylan en Nueva York y de allí ficharon a Jimi Hendrix para formar un grupo en Londres, la Experience. Todas estas reflexiones las hago aplicándome un stick house de a palmo en una terraza justo frente a Le Figaro, en el llamado Café del Mar. Me suena el nombre.
Mural en el Village. Están casi todos: Charlie Parker, Billie Hollyday, Miles Davis, Patti Smith, T. Monk, Joan Baez, Bob Dylan y Woody Guthrie
El Hotel Chelsea está en el 222 de la calle 23, entre la séptima y octava avenida.
En ése hotel vivieron y escribieron algunas de sus obras el poeta Dylan Thomas, el escritor americano Thomas Wolfe, que pasó allí el último año de su vida, Arthur Miller que escribió en una de sus habitaciones Panorama desde el Puente entre otros trabajos y una ingente tropa de rockeros y gente del business musical que llega hasta el bajista de Sex Pistols, Sid Vicious, que fue acusado de acabar con la vida de su novia Nancy Spungen tras otra de sus conocidas pláticas embadurnados de caballo, ambos, hasta las pestañas. La bañera y la habitación 100 donde encontraron a Nancy no la enseñan pero es verdad que no ponen impedimentos para que uno llegue desde fuera y haga las fotos que quiera del hall e interiores, donde se aprecia ya el estilo independiente y algo kitsch que define no sólo la idiosincrasia del hotel sino a sus propios clientes. El hotel está en uno de los enclaves fundamentales del barrio del mismo nombre: Chelsea, la calle 23. Por así decirlo la 23 es la calle Ancha de un barrio situado al norte de Greenwich Village, ya en el Midtown o centro de Manhattan. Pero en Chelsea hay muchas más cosas que no te dejan indiferente, el Chelsea Market por ejemplo en la calle 15, unas galerías repletas de comercios apunto de concursar al premio Delicatessen de la Isla. The Lobster Place, en la categoría de pescados y mariscos; Ruthy´s Bakery en la de dulces; Elear´s en la de pastas con increíbles diseños; Any´s Bread en la de panaderías, cristalera vista con los panatas en plena faena; ferreterías, marroquinería, vinos, salón de té, moda y bar-restaurante incluidos. En el piso de arriba están las oficinas de EMI, la poderosa central discográfica, con un Steenway en la entrada que alguna vez tocaría el mismísimo John Lennon. Ya entorno al mercado nacen las galerías de arte conceptual, esas que uno no sabe si entra en una galería de arte, de moda (Balenciaga, Silas Seandel) o en un submarino nuclear. Cuando llegas al extremo oeste, el río, encuentras el Chelsea Art Museum, un compendio de todo lo visto anteriormente en el barrio y el gran espacio deportivo Chelsea Piers donde juegas al golf contra un muro, la cosa es ensayar el tee de salida. Bueno, es un dicho nuestro: "tié que haber gente pa´ tó".
En ése hotel vivieron y escribieron algunas de sus obras el poeta Dylan Thomas, el escritor americano Thomas Wolfe, que pasó allí el último año de su vida, Arthur Miller que escribió en una de sus habitaciones Panorama desde el Puente entre otros trabajos y una ingente tropa de rockeros y gente del business musical que llega hasta el bajista de Sex Pistols, Sid Vicious, que fue acusado de acabar con la vida de su novia Nancy Spungen tras otra de sus conocidas pláticas embadurnados de caballo, ambos, hasta las pestañas. La bañera y la habitación 100 donde encontraron a Nancy no la enseñan pero es verdad que no ponen impedimentos para que uno llegue desde fuera y haga las fotos que quiera del hall e interiores, donde se aprecia ya el estilo independiente y algo kitsch que define no sólo la idiosincrasia del hotel sino a sus propios clientes. El hotel está en uno de los enclaves fundamentales del barrio del mismo nombre: Chelsea, la calle 23. Por así decirlo la 23 es la calle Ancha de un barrio situado al norte de Greenwich Village, ya en el Midtown o centro de Manhattan. Pero en Chelsea hay muchas más cosas que no te dejan indiferente, el Chelsea Market por ejemplo en la calle 15, unas galerías repletas de comercios apunto de concursar al premio Delicatessen de la Isla. The Lobster Place, en la categoría de pescados y mariscos; Ruthy´s Bakery en la de dulces; Elear´s en la de pastas con increíbles diseños; Any´s Bread en la de panaderías, cristalera vista con los panatas en plena faena; ferreterías, marroquinería, vinos, salón de té, moda y bar-restaurante incluidos. En el piso de arriba están las oficinas de EMI, la poderosa central discográfica, con un Steenway en la entrada que alguna vez tocaría el mismísimo John Lennon. Ya entorno al mercado nacen las galerías de arte conceptual, esas que uno no sabe si entra en una galería de arte, de moda (Balenciaga, Silas Seandel) o en un submarino nuclear. Cuando llegas al extremo oeste, el río, encuentras el Chelsea Art Museum, un compendio de todo lo visto anteriormente en el barrio y el gran espacio deportivo Chelsea Piers donde juegas al golf contra un muro, la cosa es ensayar el tee de salida. Bueno, es un dicho nuestro: "tié que haber gente pa´ tó".
Hall del Hotel Chelsea
El callejero aún se queda corto. Harlem, el Soho, Columbus y no digamos el centro, con el espectáculo Time Square y la gran avenida Broadway pueden esperar otro día. Lo apropiado para el final de jornada es pasear por algunos de los puentes a Brooklyn al atardecer. Entre Williamsburg, Manhattan y Brooklyn siempre prefiero el último. Terminado en 1883, tiene 1825 metros de largo que se recorren a pie sin apenas darse uno cuenta, ensimismado como está en plena caminata del escenario que te muestra el downtown de Manhattan a punto de esconderse el sol, que lo hace justo donde un día estuvieron las torres gemelas. Llegas a la otra punta incluso a tiempo de pastar en la pequeña pradera que regala Brooklyn con la misma vista de la Manzana. Este año aderezada además con las famosas cascadas de diseño que el arquitecto danés Olafur Eliasson ha incrustado sobre cada uno de los puentes. Fastuoso final del paseo.
Puente de Brooklyn
1 comentario:
Me encanta...
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