27.2.13

Papa was a Rolling Stone



Pues no. No vengo a referirme aquí a la vida y obra de Joseph A. Ratzinger ni dios que lo fundó. Se trata de algo infinitamente más terrenal: la desaparición material de este mundo de Damon Harris, el que fuera cantante de The Temptations. La llegada de Harris a la banda de Detroit a principios de los setenta supuso el cambio de estilo de los cinco vocalistas y cierta independencia de la larga zarpa de Tamla Motown o Barry Gordy que para el caso era lo mismo. Se aliaron con el productor Norman Whitfield y crearon otro sonido Motown, esta vez mucho mas actualizado y, sobre todo, absolutamente funk. O sea, para entendernos, originalmente hubo dos tiempos Temptations, los de Eddie Kendricks (My girl y otras coplillas del corazón) y los de Damon Harris (Papa was a Rolling Stone o Masterpiece). Luego habría más, pero también mas entradas y salidas en la banda lo que constituyó el típico galimatias de las supervivencias. Siempre han gustado The Temptations, pero, personalmente, yo no he vuelto a escuchar nada parecido a su época con Whitfield y Harris: el refinamiento definitivo del funk y el exquisito reventón de una gran orquesta eléctrica.
Para dejarlo todo, la historia de la banda, aún más descompuesto, coincide su salto a la gloria perpetua con la también carrera al infinito de Richard Street, también de Temptations, hace unos días. Qué pasa... ¿que pagan mejor ahí arriba?


10.2.13

Balas sobre el Puente

El situacionismo espontáneo del  Artista Terrorista



La estatua del Cuchillero instalada en el jardín del Altozano, para muchos albaceteños verdadero centro vital de la ciudad, significa el símbolo de nuestra singularidad, también el de nuestra industria navajera a la que nos agarramos afanosamente como pueblo estepario que ha tenido pocas cosas que ofrecer al mundo; sí, es verdad, un pueblo menesteroso, pero secularmente abandonado de la mano de dios. En realidad, lo del Cuchillero es una tontuna rancia y entusiasta más propia de un patriotismo popular disfrazado de orgullo autonómico, ése que no nos han explicado debidamente.
La estatua del Cuchillero instalada en el jardín del Altozano apareció una noche de verano, de esas que saca la gente a la calle con la lengua pastosa pidiendo aire, envuelta en un papel de estraza de los pies a la cabeza, lo que se dice embalada en un paquetón. A su lado, una nevera Smeg del 62 tuneada de artillugios electrónicos emitía luces de colores y sonidos indefinidos a través de un pequeño cachivache galvánico apoyado en su parte superior . En ese momento, el Cuchillero del Altozano estaba siendo secuestrado. En ese momento, el Artista Terrorista acababa de actuar otra vez, aunque en este caso sus huesos acabarían en la Comisaría de Policía acusado de pertenecer al Frente Ultranacionalista Navajero. En realidad, un puñado de trabajadores de Aprecu, Asociación de Cuchillería y Afines, cabreados por el reciente ERE con que les había obsequiado la empresa.

Releo ahora como libro de consulta el excelente manuscrito de Carlos Granés, El puño invisible, donde habla exhaustivamente de los happenings iniciáticos de Allan Kaprow (alumno aventajado de John Cage) en Nueva York. Uno de los rasgos más característicos de esas movidas eran “lo aburridas que podían ser”, dice Granés, “eso los diferenciaba de las situaciones y juegos urbanos de la Internacional Situacionista en los que se buscaba la sorpresa, la aventura o la experiencia novedosa”.  Los situacionistas querían hacer una revolución permanente de la vida cotidiana: “En una sociedad que aniquila la aventura, la única aventura es aniquilar la sociedad” decían. “Jóvenes aburridos”, explica Granés, que reprobaban a los surrealistas, Bretón, y les calificaban de “viejos caducos con altas pretensiones cifradas en el universo inconsciente y poquísimos logros”.
Con el paso del tiempo estos movimientos “revolucionarios”, antisistemas, llegarían hasta la misma Factory warholiana, con sus respectivas iconografías, pasando por el invento callejero del grafiti, y las expresiones más remotas que uno pueda imaginar. Mas tarde, Carlos Granés ironiza en una despiadada crítica, como una burla, el resultado final de la era Warhol que no solo acabó sumergido en el sistema sino que terminó él mismo siendo el sistema. El documental  Exit Through the Gift Shop, realizado en 2010 por el fantasma anónimo Bansky, rey hasta mis entendederas del Street Art, me acerca definitivamente al A.T.

Mi verdadera influencia es Keith Haring, no Bansky. Un tipo minimalista que empezó con medios escasos y rudimentarios. 
Bueno..., tampoco llego a acertar plenamente en mi búsqueda de la identidad artística, aproximada al menos, de nuestro hombre...
Pero entonces, ¿Quién es el Artista Terrorista? ¿Qué personaje se esconde bajo las siglas A.T. y bajo ese icono que muchos conocen de nuestras tapias y muros como el hombre anónimo con la cabeza y un óvalo interior silueteado?.

A.T. nos sigue explicando: Yo no tenía ninguna noción del Street Art y su conocimiento me influyó en la pérdida de mis miedos. Leí a Haring y me gustó. Luego llegó la película de Bansky, compré libros Street Art del Instituto Monsa de Ediciones y vi todo el material que puedes emplear.  Empecé a mezclar, según mi criterio, la pintura, el collage y todo esas nuevas técnicas que eran nuevas para mi.

Keith Haring (Pennsylvania, 1958) se había hecho famoso en Nueva York con sus serigrafías y, sobre todo,  dibujando con rotulador imágenes similares a dibujos animados sobre anuncios en el metro. Más tarde le siguieron unas historietas dibujadas con tiza blanca sobre los paneles negros del metro reservados para publicidad. Amigo de Basquiat, murió demasiado joven (1990) desgraciadamente como tantos otros artistas de su generación afectado por la dramática guadaña del Sida. Intentó combinar en su obra el arte, la música y la moda, rompiendo barreras entre estos campos.
Con el conocimiento de los libros de Street Art que A.T. se había gobernado en Barcelona, con su devoción mística hacia la figura de Keith Haring, la coincidencia de sus métodos en sus  propios conceptos multidisciplinares y la visión del excepcional documento Bansky,  A.T. ya estaba iluminado para comenzar su “ataque”. Ya estaba tutelado mentalmente. Faltaba algo que rozara la espoleta y le empujara al “nuevo situacionismo del siglo XXI”. No tardó en producirse:

A mí lo de “tomar” la calle me surgió un poco como un cabreo. Como una inspiración existencialista. Como un mosqueo personal de la situación, de esta etapa nacional actual  tan abominable. Coincidió con la huelga de controladores aéreos en navidad (2010). Estaba supercabreao y quería hacer algo; se me ocurrió una protesta en la calle. Así empecé con las pegatinas, con mensajes irreverentes. Iba vestido normal. No tengo pinta de grafitero ni nada de eso tan convencional que se asocia rápidamente al grafiti. Iba por la noche, cuando no había mucha gente en la calle, en enero, pegando en las paredes, en los escaparates, lo que se me antojaba. Al día siguiente, la gente veía los trabajos y se sorprendía: ese era mi objetivo. Sin quererlo, me anticipé en mis impulsos de protesta al 15M. Por lo menos en Albacete. Luego en la Red Social se puso todo esto muy de moda. Yo lo aproveché ahí para que la gente lo viese desde el anonimato.

Todo el mundo es un artista, el A.T. decidió utilizar ese reclamo histórico desde su punto de vista y su estética empleando, según lo absorbido de sus influencias, todo el material que le llegara a las manos independientemente de donde estuviera, sin importarle si el lugar era mas o menos conocido; quiso introducirse drásticamente en el mapa de los activistas callejeros: “Cuando lo de los controladores pensé que la gente estaba adormecida”. Sus primeros “mensajes” llegaron al centro de la ciudad. Pegaba pegatinas de un Hitler con coloretes, como ruborizado, junto a otra de Ghandi, así provocaba una confrontación de estos personajes que a la gente le inquietaba mucho, “Al menos se paraban a pensar. Yo vigilaba desde la acera de enfrente”, confiesa maliciosamente. Algunas pegatinas eran retiradas por quienes no gustaban de esas provocaciones. Como si les molestara la injerencia, las iconografías en la calle. Eran imágenes recortadas en papel (fotocopia) y le añadía unos colores en rojo, una especie de cómic.

Yo notaba como a la gente le echaba un poco para atrás algunas imágenes, como era una figura anónima pensé que podía haber tenido alguna consecuencia desagradable y me inventé el personaje que todos conocen del hombre anónimo, con la cabeza y el óvalo. Terminó siendo el icono del Artista Terrorista. Mi anonimato fue inquietante para muchos que seguían mis pasos, los que iban de  los dieciocho años a los cincuenta, o sea, muy amplio. Tenía respuestas de mucha gente y de todas las edades. Cuando empecé a hacerlo no recuerdo que fuera por la Red, lo hacía en la calle, pero me comía la curiosidad por quien se interesara por aquellos mensajes. Aquellos días, mi chica y yo formábamos una pareja muy singular. Solíamos salir a pasear por las noches con los apechusques de trabajo. Dos novietes cargados de botes de pintura y aparejos para el asalto. Siempre surgía alguna ocurrencia. Luego me apunté a Facebook y aquello se convirtió en una página de consulta diaria. Ya no fue algo que consistía en pegar en la pared, poco a poco se fue transformando en una interacción seductora entre la gente y yo. La historia se había convertido en un hecho social. Gente que responde. Gente que le gusta, que no le gusta..., como una performance continua que acabará algún día cuando cierre Facebook. Entonces será (se ríe) el fin del proyecto.

El Artista descubre que su obra en la calle podría servir como cuñas publicitarias. Podía parecer que fuera una campaña publicitaria orquestada. El libro Street Art de Ediciones Monsa (compite con Tashen en libros de bolsillo) muestra una recopilación de grafitis de la primera década del milenio muy convincente. En ése libro se destaca cómo los diseñadores gráficos, para publicitarse, bombardean toda la ciudad de Barcelona, las calles, con sus plantillas. En ese entorno rural publicitan un medio legal, una empresa de negocio gráfico o simplemente acaban anunciándose como freelances. El Artista se acerca, por tanto, peligrosamente al sistema y huye despavorido a la campiña.

En la pradera comienza mi experiencia con la pintura plástica en blanco y negro para aprovechar los recovecos de las casas abandonadas, la huerta típica manchega derruida, excitantemente propicia para el fin que busco. Esas paredes untadas de cal  son muy atractivas para un pintor. Allí no hay problemas, además tiene la gracia de compartirlo en la red social con las fotos que luego haces a las “instalaciones”. Es poco poético pintar en la calle, lo del campo tiene otra dimensión más bucólica. Como una especie de lienzo que podría utilizar Tapies. Sigo haciéndolo. Voy en bicicleta, con mi bolsa cargada de pintura y paso una tarde genial (sonríe).

En Albacete, el A.T. empieza a desarrollar la composición y el mensaje que quiere precintar. Todo ha ido muy rápido. Unos cuantos meses. Comienza a probar técnicas y a calibrar la idea de la propiedad y dejar “instalados” los primeros cuadros,  compaginándolo con toda la actividad frenénetica de la Red, con los mismos mensajes que antes hacía en papel pero ahora con otros materiales. Por ejemplo, si encuentra un cartón lo pinta y formatea un cuadro, lo pega en la calle para que alguien lo recoja. En Villacerrada lo hace con material de una perfumería. Lo miran, curiosean o se lo llevan. Una peculiaridad de la instalación es que El Artista lo avisa en la Red:

“SE VA A COMETER UN ATENTADO DEL ARTISTA TERRORISTA. 
A LAS 22,15h., EN LA CALLE SANTA QUITERIA, 25, SERÁ DEPOSITADA UNA OBRA ARTÍSTICA. 
EL PRIMERO QUE LLEGUE SE LA PUEDE LLEVAR TRANQUILAMENTE A CASA”


A.T. dejaba un cuadro en algún rincón de la ciudad. Lo anunciaba en la red para que alguien lo cogiese, el primero que llegara, y lo tomara como un regalo. El Artista se escondía y hacía fotografías del suceso. Por ejemplo, en las rejas del Museo Provincial un señor mayor con una gorra hasta las cejas iba paseando y le llamó la atención el cuadro “abandonado”. Sigue andando y después de dar unos pasos titubeantes se gira, lo coge, lo observa, lo palpa, le gusta, le convence y se va con el cuadro bajo el brazo. A una chica que luego se dio a conocer A.T. le grabó un video en zapatillas y pijama debajo del abrigo. La chavala no tuvo mas remedio que salir de esa guisa disparada de su casa cuando fue a recoger el cuadro “abandonado” anunciado en Facebook: “Colgué el video en la red y, afortunadamente, la chica se lo tomó bien. Confieso que fue una impertinencia por mi parte”.
Otra vez llegó un tío por un lado y otro por el lado contrario, se juntaron, y el primero que lo cogió se lo llevó. En otra ocasión, una chica llegó, apuradísima, antes que otro chaval que le seguía en bicicleta. Así, el Artista Terrorista ha dejado como veinte o treinta cuadros. Algunos pequeñitos y otros en maderas grandes que encontraba en los contenedores. Era curioso, los recogía en la calle y poco después volvían a la calle. En algunos casos eran cuadros grandes: “Era muy cómico ver a una chica llevarse un cuadro grande a su casa arrastrándolo por la calle. Quizá, ahora que lo pienso, el formato no era el más adecuado para esa “intervención”.


El A.T. ha decidido recientemente centrar su energía, canalizarla toda, en la disciplina artística, concentrar toda su atención en realizar obra nueva, pero con una intención más terrenal y además multidisciplinar, porque (y ahora llega la nueva etapa) ésa ha sido la gran constante de su vida, la combinación de las grandes artes, la música (Ozores), la literatura (en el grupo poético Fractal), la videocreación y por supuesto cualquier manifestación de artes gráficas, con la pintura (exponer, vender) en primer plano y objetivo. Todas han tenido un espacio importante en su joven experiencia (nació en 1982). No hace demasiado tiempo leíamos en el Diario El Mundo una crónica acerca del Proyecto Musical Demo de Radio 3:  "Los albaceteños Ozores, con Borja Cebrián a la cabeza (también en las míticas bandas Asustadizo y Ringo & Telenka), trajeron a Madrid sus jirones de pop arcaico y pegadizo dando al público la dosis de pop que ya se hacía tan necesario. Músicos inquietantes, con instrumentos relucientes y letras surrealistas, provocaban las carcajadas del respetable que entendía sus guiños festivaleros a la perfección. Después de La belleza de la langosta, Te gustan los Strokes (¿o Pollock?) y Sister Savior, entre otras, salieron del escenario asegurando que "se lo estaban pasando muy bien".


Premio Artes Plásticas Albacete, Premio Jóvenes Artistas Castilla La Mancha, Primer Premio de Ilustración Ciudad de Albacete, Premios regionales en poesía y una amplia actividad gráfica en un abundante catálogo de exposiciones en el país y naturalmente en Albacete conforman la verdadera identidad de este personaje al que muchos siguen conociendo como El Artista Terrorista:

El Artista Terrorista...Mmm... el nombre es algo infantil, “artista terrorista...”, no tiene ninguna elegancia, no tiene ninguna connotación especial, es anticomercial, una broma, , aunque puedan hacerse cosas serias con ese seudónimo. Un juego tonto que a la gente terminó por gustarle y se le quedó en la cabeza. Eso es lo importante. En las exposiciones firmo con mi nombre real. Lo de A.T. es para la red social. Me divierte un poco. Tiene el complemento lúdico que creo debe tener toda obra de arte. Puedes ser trascendental y está bien, pero el humor es indispensable. Duchamp, Lautrec, tenían ese humor. Eran grandes artistas y disfrutaban de la vida.

Como él mismo ha disfrutado desde que su abuelo Francisco Cebrián le enseñara  en sus primeros años en Puente de Génave (Jaén) a dibujar, a pintar cuadros y le descubriera a Caravaggio y los renacentistas, desde que hizo, aún niño, sus primeros talleres artísticos con uno de los grandes, Santiago Ydáñez. Desde que desenfundó su primera guitarra, desde que escribió su primer poema...

Acabo de descubrir el grabado, algo que antes tenía como un arte excesivamente purista e inaccesible. Excitante.

Definitivamente, ahora toca Borja Cebrián.




Publicado en la revista 967arte. Nº 7. Enero 2013

4.2.13

Murió el trompetista Donald Byrd


Artífice de la gran eclosión del funky-jazz a finales de los sesenta y de su hora feliz en los setenta, Byrd se desmarcó, como Miles Davis, del bop para llegar cuanto antes a los jóvenes, para saborear los nuevos sonidos electrónicos y disfrutarlos en conciertos y sesiones alejados de la ortodoxia y la exigencia. Académico, virtuoso y continuamente reinventado, de él provienen los primeros grandes encuentros con la música que suplicaban los nuevos hijos del soul. Donald supo lo que era tocar con John Coltrane o Thelonious Monk, para eso se había iniciado en los Messengers de Art Blakey, y le había dado un repaso significativo a las ventas de Blue Note, el sello de los sellos del jazz con Black Byrd, uno de esos discos que aún suenan como recientes: brillantes, esplendorosos. Su discografía es numerosa, su evocación siempre será la del mejor funk, su nombre hace tiempo que está en los libros del jazz más moderno. Ni siquiera hacía falta que se muriera.