24.11.16

Antonio Naharro se viste de navidad

La felicitación de un clásico de éste blog: Antonio Naharro.
 Como cada año os presento mi tradicional tarjeta navideña. En esta ocasión con la colaboración del artista Humberto Velez y el apoyo con la edición de mi colega y amigo Alvaro Pastor. Feliz 2017.




Sigue siendo "invulnerable" a sus costumbres y a sus citas. Fiel a sus amigos y a su peculiar forma de ver la vida y la escena. Es uno de los jóvenes directores/actores cinematográficos más agasajados del país, sobre todo desde aquel cortometraje olímpico: Invulnerable (más de 35 premios nacionales e internacionales) o como director, desde los dos Goya a Lola Dueñas y Guille Milkiwey por su película Yo también. Actor, guionista, productor y finalmente director, Antonio Naharro comenzará el año con la recámara llena de munición. Que la dispare cuanto antes.

7.11.16

Robert Glasper se divierte


El formidable pianista de jazz actuará en Albacete el próximo sábado, 26 de noviembre




Robert Glasper acaba de estrenar un disco donde da rienda suelta a su instinto renovador, sin moderaciones ni zarandajas. Sin acatar ningún código ético que pueda aplacar alguna remota ira ortodoxa del jazz. que las hay. El artista, de 38 años, se autodefine como pianista de jazz “en ejercicio y a mucha honra”. Aún así, su nuevo disco ArtScience, editado por el sello de los sellos de jazz, Blue Note, es un compendio de estilos y modos que ha sorprendido a muchos de sus seguidores que siguen apostando por una de las figuras más relevantes del jazz desde que despertara el nuevo siglo.

Ya lo hizo en cierto modo en Covered, su álbum de 2014, cuando un par de años antes había asombrado a todos con Black Radio en sus dos volúmenes. Después de ganar todos los premios (varios Grammy incluidos) con el gran disco del siglo XXI, Covered se tomó como un respiro del pianista. Relajado, distendido, con arreglos de temas de Joni Mitchell, Quincy Jones, Pharrell Williams, Radiohead, Harry Belafonte y hasta una exquisita versión del clásico Stella by Starlight y una versión del So beautiful, de Taalib Johnson que aún pongo casi cada día, cuando la ocasión invita a la estética del sosiego en una cala exclusiva de verano o en una chimenea improvisada en la época glaciar. Soñar en la calle Herradores de Albacete es gratis.

Después llegaría el tributo a Miles Davis que le ha tenido atado a la actualidad mediática el último año, incluido disco de versiones del trompetista con sus propios arreglos: Everything´s Beautiful, otro álbum  prodigioso donde vuelve a contar como hiciera en Black Radio con la Compañía Ilustrada de Ayudantes en Horas Altas, o sea Erykah Badu, Bilal, John Scofield, Illa J, lo mejor del hip-hop actual, Me´Shell Ndegeocello y hasta Stevie Wonder en un fantástico juego de armónicas. Otra extraordinaria declaración de intenciones; inmediatamente después, el rodaje y la musicalización del biopic de Don Cheadle, Miles Ahead, película dedicada al maestro que creó Kind of Blue, la biblia del jazz entre otros muchos envíos divinos; y como remate a tanta actividad, la edición pertinente de la banda sonora del film (estrenado en el verano de 2016) del propio Cheadle con invitados de lujo como Herbie Hancock, Wayne Shorter o Esperanza Spalding: Este año pues, hemos tenido a Robert Glasper/Miles Davis hasta en la sopa..., Mmm, afortunadamente. Un lujo de verano.

Yo creo que para ventilar las neuronas atacadas de Milestones y Bitches Brews Glasper ha elegido cuanto antes el nuevo trabajo,  ArtScience, sin dejar de perder de vista la idiosincrasia del propio Miles, es decir, liberar los incómodos y aburridos estereotipos al uso, inventando sin fin, creando y apuntándose al último tren. Así lo hizo el maestro hasta su muerte y así lo repite ahora éste alumno tan aventajado. ArtScience tiene algo de esto. Por eso, Glasper ha llamado para la grabación a sus músicos clásicos: Derrick Hodge, ¡por dios qué músico!; Casey Benjamin, chico para todo, incluidos vientos, teclados y vocoders; Mark Colenburg, el batería perfecto para sus planes o el excelente guitarrista Mike Severson. De Herbie Hancock recoge Tell me a bedtime story, un viejo tema del 68 que ya presentaba entonces el joven músico de..., ¡vaya!: Miles Davis.
La grabación del nuevo trabajo comienza con una tormenta Free, como anunciando en voz alta que sus orígenes y su linaje y abolengo vienen del pleistoceno; acto seguido llega el distinguido y, a veces, sofisticado guateque al que nos tiene acostumbrados con las músicas soul, funk, blues y sus emotivas baladas jazzisticas. En realidad, un conglomerado drum´n´bass y electrónicas varias que te dejan el cuerpo compuesto para otras aventuras aproximadas. A eso, yo le llamo simple y llanamente divertirse y divertirnos.


Robert Glasper actúa el próximo sábado, 26 de noviembre, en el Teatro Circo (21,00h), con motivo del Festival de Jazz de Albacete.
La banda anunciada estará compuesta por
Mark Colenburg – Batería
Casey Benjamin - Saxo/Vocoder
Burniss Traviss II- Bajo eléctrico
Mike Severson – Guitarra y 
Robert  Glasper al piano y teclado electrónico.

1.9.16

Bob Dylan, o el arte del documental


Eat the Document, Bob Neuwirth y algunos nombres del viejo catálogo


La secuencia del spot televisivo se desarrolla de manera natural, tal como ha sido copiada de un original de 1966 cuando su protagonista, un muchacho de Minnesota que acababa de hacer bingo en la lotería de la fama quiso alimentar su incipiente genialidad con un juego de palabras que confirmara, sin más atenuante que su propia figura desgarbada y peluchona, que todo el mundo estaba ante el nuevo y fulgente mesías de la modernidad. La escena nos muestra en primer plano una tienda de animalitos con carteles en el escaparate llamando la atención a posibles clientes:

"Se venden animales y pájaros a comisión"
"Recogemos, cortamos el pelo, bañamos y devolvemos a su perro"...
"Cigarrillos y Tabaco"

El tipo que lee los rótulos anda en esos precisos instantes inmerso en el rodaje de un documental sobre su persona (es un pope divino) y aprovechando la ocasión y consciente de la casualidad que le proporcionan dichos textos se hace el gracioso, o vaya usted a saber, le viene una inspiración inédita-hasta-entonces-en-la historia-de-la-escena-mundial y canturrea al libre albedrío:



"Quiero un perro que recoja y limpie el baño... me devuelva el cigarrillo... dé tabaco a mis animales... y dé comisión a mis pájaros."
"Busco a alguien que venda mi perro, recoja mi corte de pelo... compre mi animal y anime a mi pájaro."
"Busco un sitio para bañar a mi pajaro, comprar mi perro, recoger mi corte de pelo, venderme cigarrillos,  ¡y dar una comisión a mi baño!"
“¡Busco un sitio que recoja mi comisión, venda mi perro, queme mi pájaro... y me venda el cigarrillo!"
"¡Voy a pajarear mi compra, recoger mi voluntad y bañar mi comisión!"
“¡Busco un sitio que animalice mi alma... teja mi vuelta, bañe mi pie y recoja mi perro!"


El spot lo pasan en televisión estos días y me llama la atención. Me llama la atención el espécimen humano que exhibe esa actitud incorformista de aquellos quienes esos días se replanteaban el mundo que les rodeaba. Me recuerda la arrogancia propia del suceso musical y mediático que significó el Bob Dylan del 66. Sí, claro, aún no lo había dicho: el charlatán es Bob Dylan en 1966 y la campaña publicitaria que vemos estos días, extraída de un fragmento del documental de Martin Scorsese No Direction Home (2005) la protagoniza un banco que no me da la gana de nombrar porque desde hace unos años mi odio a los bancos se ha hecho visceral y me supura pus en el intestino grueso una remota relación con alguno de ellos.


PODERÍO MÍSTICO
El detalle del numerito callejero no tendría mayor importancia si todo lo que tocaran los dioses no se convirtiera en vino de Canaán o gloria eterna. Tampoco iba a ser un hecho aislado en la obligada orgía de picardías que en aquel tiempo el joven poeta y cantautor ya explotara aquellos días de intensa vida social: discos, televisón, actuaciones gloriosas en el Village y rodajes cinematográficos, en concreto el rodaje de aquel viaje al poderío místico que firmara Donn Alan Pennebaker como Don´t look back. Un documental lleno de figurantes en torno al ídolo.

Dylan, aquel año de gloria, 1966, estaba empeñado en demostrarle a todo el mundo que su paso a la electrónica musical no era ni error ni traición. Estaba convencido de que todos estaban contra él y no disimulaba su cólera. No iba desencaminado; entre otras declaraciones, mas o menos acertadas, en torno al inminente futuro del concepto Rock puede presumir, junto a Pennebaker, de adelantarse en el comienzo del documental, por ejemplo, a la era del videoclip con aquella versión atómica del Subterranean Homesick Blues, donde alojaba al aire los rótulos de la letra de la canción mientras el poeta beat Allen Ginsberg le pegaba la hebra al folksinger Bob Neuwirth, otro personaje que ahora aparece como un fantasma intermitente en aquellos años del fulgor Dylan.
Bob Dylan y Bobby Neuwirth
Neuwirth es el joven con gafas negras que no se despega de Dylan en el documental; es también quien aparece de pie, detrás de Bob Dylan, en la portada del álbum Highway 61 Revisited del 65. Un fracasado absoluto individualmente. Su disco 99 Monkeys se editó al fin en 1991 y nadie se enteró ni del disco ni de su amistad con el viejo Dylan en sus años jóvenes.

Don´t look back, ése fino ejercicio periodístico donde D. A. Pennebaker, pese a todos los inconvenientes puntuales, disecciona al judío de Duluth de una manera transparente no tuvo ni mucho menos la aceptación didáctica nacional, internacional ni por supuesto popular que algunos esperaban. El documento, que ninguna distribuidora quiso comprar por falto de interés,  llegó al final a manos del gerente de una cadena de espectáculos pornográficos que quería pluralizar su negocio. Observó el filme y le dijo a Pennebaker:  “Parece una película porno, pero no lo es. Es precisamente lo que estoy buscando”. Y así se estrenó Don't Look Back el 17 de mayo de 1967 en San Francisco.

El orgullo de Dylan se disparó y rápidamente comenzó a preparar su “obra cumbre”, la que le ascendería definitivamente a la gloria no como folksinger, ni como cantante de rock, ni bluesman, ni como poeta ni nada de esas "pequeñeces" que ya había experimentado..., sería como director cinematográfico, como excelso documentalista; en definitiva... como harían mas tarde los Beatles en Magical Mistery Tour. Dirigiría, un documental que reflejara fielmente la personalidad abrupta e inaccesible, también remotamente simpática y humana de quien un día se postraría en la misma tumba de Jack Kerouac. Se llamaría Eat the Document (1966), y sería otro informe en torno a su propia persona pero coordinado y dirigido de una manera más cómoda, sencilla e igualmente fiel a su impetuosa personalidad que el trabajo que acababa de presentar D.A.Pennebaker.

Lo hizo. Aprovechó algún metraje de Pennebaker en su gira londinense del 66; las tomas donde monta el escándalo en Newport al cambiar las guitarras acústicas por eléctricas (para muchos el comienzo oficial de la Era Rock); alguna canción con Johnny Cash y, sobre todo, el viaje en taxi junto a John Lennon donde ambos transforman la suma de todos los pedales del año en una delirante y descacharrante conversación (Lennon aseguró en alguna entrevista que la primera vez que fumó marihuana se la había ofrecido Bob Dylan):


Como material, suficiente para contentar a todos sus legionarios de por vida; como producto documental y periodístico... efectivamente, a la altura de Magical Mistery Tour de los Beatles o peor. Eat the Document, se pasó en la cadena de televisión americana ABC esos días y poco más se supo salvo en las ferias de coleccionistas de emociones fuertes. No terminarían aquí los delirios cinematográficos de Dylan. En 1975 se estrenaría Renaldo y Clara, pero esa si que es otra historia... y de las buenas.

...y dios creó la canción


Publicado el Viernes, 25 de abril de 2014 en Mas24, suplemento cultural del diario digital Asturias24

24.8.16

Robert Glasper, Experimentos con Caviar





Los Discos del Año. Enero
Black Radio. Robert Glasper Experiment


Este año el juego de las recomendaciones llega como las ráfagas inesperados del viento. Caprichosamente, presumiendo de libre albedrío. Como el frío de abril o la tenue lluvia de mayo mientras estalla la flor de cactus. Al ser la primera del año esta sugerencia llega ligada al complicado (socialmente hablando) año anterior. En 2012, a Robert Glasper le otorgaron el Grammy al Mejor Álbum de Rythm´n Blues por su extraordinario Black Radio. Una exquisitez sonora con etiqueta global. Quiero decir que el pianista tejano, desde hace tiempo, se ha aliado con los demonios del hip-hop, con las sutilezas del mejor rythm´n blues y las vocalizaciones más sugerentes, Erykah Badu, por decir algo. O Yasiin Bey, Casey Benjamin, por decir mucho. Vocoders al poder, una sección de ritmo abrumadora y alguna versión que otra sutilmente estilizada. Piedras preciosas en una autopista.
Ahora recuerdo que Glasper se me escapó vivo en uno de los festivales de Jazz en Albacete. Cuando ya estaba todo arreglado surgió el problema de nunca existir, ése que te arrebata la presa por no se sabe qué indisposición ni de quién. Oyendo Black Radio, incluso su Remix (ahora todos lo exhiben) maldigo aquella injerencia porque este es un formidable trabajo lejos de aquellos acústicos que practicaba en Barcelona a principios de siglo. No te lo pierdas.

Publicado originalmente en STONE el 22 de mayo de 2013.

22.8.16

Julian Maeso, el cazador de sueños




Aunque grabado y editado a finales de 2012, Dreams are gone es uno de los discos del año 2013. Un doble álbum soberbio. Uno de esos momentos lúcidos que agarran a un músico y no lo sueltan hasta que el producto está en calderas. Un largo y complicado proceso que llevó a Julian Maeso, el protagonista, a condimentar con tiempo, con todo el tiempo del mundo, un puñado de canciones con la minuciosidad de un artesano, del que aplica y acomoda notas musicales e instrumentos con la precisión del relojero: un ukelele por aquí, un cello por allá, ahí una slide guitar,  ahora remato con una nota de órgano Hammond... o un coro recién llegado de California... No, no fueron llamados por Julian pero juraría que en Will you be free suenan las voces de David Crosby y Graham Nash y toda la atmósfera que reunieron en aquel célebre álbum del 72, Southbound Train. Un disco americano, sí; Dreams are gone es un trabajo pensado en inglés, soñado en cualquier garito de la Haight Ashbury de San Francisco; recreado en los ambientes caseros, manchegazos, levantinos y a golpe de carretera de un rockero aplicado: Julián, Julián Maeso, el maestro del órgano Hammond en España.

Maeso, para recordar a despistados, procede de The Sunday Drivers, grupo toledano donde ejerció poderío con su par de monumentales armarios musicales, dos órganos Hammond, piezas de coleccionista, que su dueño cuida en casa como caballos de competición. Julian Maeso los arrastra por la carretera como el que viaja con una leona del Serengueti.  Llega a su destino, pide ayuda a los contratantes y entre unos cuantos bajan de la furgona la jaula con el animal. Luego agarra unos alicates y un soldador y pone el bártulo a punto para el concierto. Los altavoces Leslie suenan entonces como debieron sonar las trompetas en Nínive.
Luego de los Sunday Drivers, Maeso montó un grupo soul espectacular, Speaklow, al que vimos una venturosa noche en Albacete, en el desaparecido local Hi-Fi de la calle Carretas. Julian Maeso iba en aquel bolo de Booker T. Jones y esas cosas de negros. Magnífico para quien estuvieran en aquella inolvidable sesión. Luego llegaría la larga travesía del desierto con unos y otros (Sweet Vandals, M Clan) y hasta con algún parón forzado por las circunstancias. En esa época de flacas es cuando se gestó este monumental doble, haciendo buena la teoría que contamos algunos de que cuando la cosa coyuntural flojea suele dispararse la creatividad.

Dreams are gone se divide en dos partes, dos discos, en los que pudiera servir la tópica valoración de que uno es eléctrico y el otro acústico. No es exactamente así. Maeso utiliza el primero álbum  como una  sincera declaración de principios rock abundando en una extraordinaria exhibición del género tal como se entendió en sus orígenes californianos, costa oeste americana, con todo lo que conlleva de blues y mítica sonora. Para empezar,  el tema  A Hurricane is coming lo utiliza como un punzón que abre la caja de los truenos, lo que se va a escuchar a lo largo de los siguientes nueve temas, una exhibición de estilo y fuerza a la altura de bandas míticas o de sensaciones actuales como Endless Boogie. La coral utilizada ya prepara también todo lo que llegara después. Inmenso. Lo corrobora rápidamente en Who need´s what, o cómo repasar todos los códigos del rock and roll en tres minutos. Maeso lo hace con su voz apagada, carrasposa, como baqueteada y maltratada por la carretera y los humedales. Así lo hacía Nils Lofgren, por ejemplo, en su álbum Cry Tough del 76, antes de irse con Bruce Springsteen como segundo guitarrista. A mi aquello me pareció colosal. También me recuerda a Gram Parsons con  Emmylou Harris de compañera en el GP del 73, como hace Julian Maeso con Maika Edjole o Susana Ruiz o Angie Sánchez. Estas canciones tienen todos los tics de Tom Petty y los Heartbreakers. Hay algunas, como Tears come from you, que no puedes pensar que haya sido grabada en España. Bárbaro el disco cañero.

El segundo álbum, el “acústico”, no es tal que así, ya lo hemos dicho, es más bien una escrupulosa y bien pensante selección de baladas realizadas con un gusto exquisito y el momentazo que pueda ostentar el mas fino gourmet de Sausalito. También lo hemos dicho: cuidado al mínimo detalle en la instrumentación (acordeones, slides, todos los matices hammond) y unos adornos vocales brillantes. Otra obra de arte donde surgen las comparaciones con el Dylan más ajustado a su mitificación (el de Blonde on Blonde), o el David Crosby más intenso. Bien, no es ninguno de ellos, es Julian Maeso, que durante un tiempo ha trabajado en casa (al loro), sólo o con amigos muy preparados para dejar una obra para la posteridad. Inédita en España, sorprendente, y que hará felices a todos los que, como yo, defendemos la lengua madre del rock and roll y sus orígenes.

Publicado originalmente en STONE el día 13 de noviembre de 2013.

En Facebook:
 https://www.facebook.com/julian.maeso.1

21.8.16

Ray Davies, The Joker.




Ray Davies visita España este verano para actuar en Jazzaldía (San Sebastián) y La Mar de Músicas (Cartagena)



Arthur or the Decline and Fall of the British Empire fue una de las tantas crónicas en las que Raymond Douglas Davies (Londres, 1944) retrató satiricamente el establishment londinense. Por aquel entonces, 1969, el cantante y compositor de  The Kinks era ya un consumado cronista de la villa, una especie de bufón del reino que cada mañana se despertaba con una historia distinta basada en hechos reales. En aquel chisme sobre Arthur, Ray Davies se había inspirado en concreto en su cuñado Arthur Aning, un pobre hombre que pretendiendo haber sido alguien en la vida había acabado su carrera como instalador de alfombras a domicilio, emigrado a Australia y llevándose uno de los tesoros más preciados de los hermanos Davies, su propia hermana Rose: “Arthur vive en un suburbio de Londres, en una calle llamada Shangri-La -otro pelotazo de los Kinks-, con un jardín y un coche y una mujer llamada Rose y un hijo llamado Derek...”, comenzaba aquella cantinela hasta acabar en una triste y decepcionante desventura de perdedores.

Antes, en los tiempos de Dedicated follower of fashion (1966) Davies ya era una especie de charlatán al que “solo le faltaba intervenir en el Speakers Corner de Hyde Park”, en palabras de su hermano Dave Davies. El conjuntero burlón cantaba idas y venidas de la policia londinense en pos de aquel increíble desfile de personajes fantasmales, de prototipos y colores, de exhibiciones y provocaciones, de cánticos y alabanzas en el museo de la moda británica en que se había convertido aquellos días el patio más famoso de Londres, Carnaby Street:





He thinks he is a flower to be looked at,
And when he pulls his frilly nylon panties right up tight,
He feels a dedicated follower of fashion.
(“Él piensa que es una flor para admirar/ y cuando tira de sus bragas de nylon con volantes/ se siente un fanático de la moda”)


The Kinks o Ray Davies, tanto da, fue una de las bandas verdaderamente influyentes en las personas de aquellos años, pongamos que hablamos de mi y de 1963 en adelante. Esencia elemental de la llamada British Invasion, como se conocía al movimiento musical predominante en Estados Unidos hacia mediados de aquella década cuando grupos de rock and roll procedentes del Reino Unido alcanzaron altas cotas de popularidad a raíz del éxito de The Beatles.

Todos estos grupos estaban descaradamente influenciados por el rock and roll, el blues y el rhythm & blues americanos. Quizá, en realidad, eso era lo único que remotamente podía forzar confrontaciones de gustos y fidelidades, porque no existía confusión alguna, al menos para mi, en cuanto a la peculiaridad de cada una de aquellas muy jovenes bandas, Kinks, Beatles, Rolling Stones, Who, Spencer Davies Group, Pretty Things, Animals..., todos manejaban las mismas bases de inspiración, pero todos eran distintos entre sí. En aquel post-adolescente desfile a la gloria, el cuarteto de Ray Davies (Dave Davies su hermano a la guitarra solista, Pete Quayfe, al bajo y Mick Avory en los tambores) eran autoridad, asunto serio, manejando un amplio paquete de canciones absolutamente ejemplares, fantásticas, todas a la altura del mejor repertorio de cualquiera de los nombrados y con el halo venturoso de un Ray Davies en permanente estado de gracia.

The Joker

Insolencia, extravagancia, provocación, un comediante empeñado en describir la decadencia del histórico imperio británico ridiculizándolo continuamente en sus avispados e incordiantes relatos.
De aquel dislate antisistema tampoco se salvarían los americanos quienes rápidamente les prohibieron la entrada a aquel continente pacato y reaccionario después de algunas “faltas de respeto” que el cuarteto había regalado en su primera incursión yankee.

Tampoco nos salvamos nosotros, los ignorantes españolitos de la época, aquella adolescencia preservada de vanguardias y abandonada a la suerte de un salvaje militarismo eclesiástico que imponía sus desprecios cada vez que alguien abría una ventana al exterior.

Es absolutamente deslumbrante la crónica del guitarrista Salvador Domínguez sobre la primera visita a España de Ray Davies y sus chicos reflejada en su libro Bienvenido Mr. Rock... Los Primeros Grupos Hispanos 1957-1975. El que fuera martillo de Los Canarios, entre otras bandas históricas nacionales, relata en la voz de testigos presenciales y compinches de bolos como fueron recibidos los Kinks en 1966 en Madrid. Ocurrió en un “mugriento puticlub”, contaban, de la plaza Tirso de Molina, el Paladium de Cristal, después rebautizado como Yulia, actuando junto a dos grupos nacionales Los Silver´s y Micky y los Tonys quienes al parecer alentaron a sus respectivas pandillas de fans y colegas a boicotear la actuación de los Kinks (no me preguntéis a santo de qué). Después de la irrupción apoteósica de la banda británica con un You really got me que calló todas las bocas, a Ray Davies no se le ocurrió otra cosa que sacarse un moco de la nariz e hizo ademán de lanzarlo a la primera fila, detalle que automáticamente convirtió el local en una batalla campal indescriptible. Aquella noche Los Kinks sólo cobraron en empujones y escarnios. España estaba en trance.

El sarcasmo de Ray Davies y su exagerado refinamiento victoriano de aquella época quedó diluido en la espuma de los días, como las masas equivocadas de Boris Vian. No así su proverbial hiperactividad, con estrenos teatrales representados en los álbumes Preservation (la crónica de una revolución social); libros de memorias, X Ray (1995); arreglos orquestales para corales; alguna película no estrenada (Starmaker, para Granada Televisión); documentales sobre Kinks; apareciendo regularmente en festivales conocidos como en Glastonbury y Meltdown o el Voodoo Experience estadounidense. Participó además en la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Londres, en 2012, cantando Waterloo Sunset, una de sus composiciones históricas.

Discográficamente su última entrega ha sido una revisión del antiguo repertorio Kink en See my friends (2010), donde abre la mano y el estudio de grabación a sus admiradores de toda la vida que rinden pleitesía al burlón de burlones, al juglar de aquellos sueños donde empezaron a forjar cada uno sus proyectos... Bruce Springsteen, un decir, o Jon Bon Jovi, Richie Sambora, Jackson Browne, Metallica (You really got me), Black Francis en This Is Where I Belong y hasta el inovidable Alex Chilton que poco antes de quedar con Jimi Hendrix para unas copas tuvo arrestos y garganta para cantarse con Ray Til The End of the Day, uno de mis recordados llantos infantiles.

Cuando vinieron a España en 1966, antes de la bronca del Paladium, la prensa especializada española de entonces, los chicos de la revista Fans, le hicieron una original pregunta:
¿Te gusta la canción protesta?, ¿Cuál es tu canción protesta favorita?
Ray Davies contestó “Blue Suede Shoes”.

Ray Davies actuará el domingo, 20 de Julio de 2014 a las 20:00h en La Mar de Músicas.Auditorio Parque Torres de Cartagena y en el Escenario Verde de Jazzaldía el 23 de julio a las 21,30h









Publicado el Viernes, 30 de mayo de 2014 en Mas24, suplemento cultural del diario digital Asturias24

Sir Mick Jagger: Vida y costumbres de su satánica majestad


Se publica en España la esperada biografía de Mick Jagger

El escritor británico Philip Norman no encontró ninguna colaboración en el cantante de los Rolling Stones.

Philip Norman
Mick Jagger
Anagrama, 2014
592 págs. 28,95 €

"Me alegro de estar aquí...”, “ Bueno... me alegro de estar en cualquier parte, ¿entendéis?". Keith Richards suele hacer este chiste vistoso y condescendiente en esos seis minutos de gloria que su antaño buen amigo y camarada Mick Jagger le deja disfrutar sobre el escenario en los últimos conciertos de los Rolling Stones, esos en los que el contador de la  caja registradora de la empresa Stones por Cojones se dispara y en el entarimado del teatro pulula una tribu completa de cromañones apurando las notas de lo que queda del mejor y más antiguo rythm´n´blues de la historia. Anécdotas como ésta las cuenta Philip Norman en su esperada crónica biográfica de la más grande estrella del rock nacida, Sir Mick, como suele llamar el autor a lo largo del relato a Michael Philips Jagger (Dartford, Kent, Inglaterra, 26 de julio de 1943), líder y cantante de los Rolling Stones.

Me gusta  la comparativa conceptual que hace Philip Norman sobre los brillantes gemelos del rock (The Glimmer Twins) como Sir Mick autobautizó su amistad por entonces inquebrantable (eran los tiempos del Rock and Roll Circus) con Keith Richards, “tácito reconocimiento de lo extraordinariamente unidos que estaban”, corrobora el autor de la biografía.

Norman sitúa a Keith en una tradición de trovadores infinitamente creativos, muy por encima de la media, que “se remonta a Django Reinhardt y a Blind Lemon Jefferson y continúa con Eric Clapton, Jimi Hendrix, Bruce Springsteen -y dos emociones personales que a mi particularmente me repelen- Noel Gallagher y Pete Doherty”. “Jagger, en cambio, es la figura seminal de una nueva especie a la que se ha dotado de un lenguaje que nadie podrá mejorar”, dice.

Para hacerse mejor entender, el autor nombra a Jim Morrison de The Doors como único vocalista comparable al cantante de los Stones en personalidad y trato con el micrófono: “Morrison lo acunaba suavemente como a un pajarillo asustado en lugar de blandirlo como un falo que es lo que  hace Jagger”. Cita a Rodolfo Valentino, Nijinsky, Nureyev, como iconos sexuales comparables a Sir Mick y en esas el autor divaga sobre “el abundante banquete carnal” disfrutado a lo largo de toda una vida, aún envuelto en esa cara donde las arrugas se trastabillan con las arrugas.

ARTILLERÍA INFORMATIVA

Es de destacar la portentosa artillería informativa que el autor exhibe en esta biografía no autorizada (“huelga decirlo”, afirma Philip) toda vez que Mick Jagger no respondió a ninguna de sus peticiones formales a través de colegas cercanos al cantante, columnas publicadas en semanarios avisando del trabajo, llamadas y peticiones personales e incluso una reputación importante del autor en el mundo de las biografías editadas, en muchos casos sobre gente muy cercana al cantante como había ocurrido recientemente con  la dedicada a John Lennon, The Life (2009).

Nada. Mick Jagger no se dio por enterado. “He tenido que escribir una obra de investigación y reconstrucción basada en las fuentes que he ido encontrando a lo largo de los treinta años que llevo escribiendo sobre los Stones y los Beatles", confiesa en el prólogo el autor. Claro que en esos treinta años escribiendo sobre los Beatles y sobre los Stones en su archivo personal aguardaban las entrevistas propias realizadas al mismo Jagger y a Andrew Loog Holdam, Marianne Faithfull, Keith Richards, Bianca Jagger, Anita Pallenberg, Bil Wyman, Ronnie Wood, Eric Clapton, Alexis Korner, Giorgio Gomelsky y muchos más, lo que es como decir la historia legítima de Sus Satánicas Majestades.

La verdadera fuente de información está en la complicidad de un desfile increíble de personajes domésticos

Aunque la verdadera y llamativa fuente de información la consigue el autor con la complicidad de un desfile increíble de personajes domésticos que van desde cocineras, criadas, camareras, familiares, familiares de familiares, secretarias/os, periodistas, colegas de la infancia y adolescencia y, sobre todo: soplones, un ejercito de soplones estrategicamente distribuidos en estudios de grabación, organización de festivales, rodajes de películas, documentales, colaboradores musicales, productores, vecinos de mansiones, antiguas novias y mujeres, groupies de una noche, albañiles, carpinteros, investigadores privados y hasta un par de bobbies, los que esposaron a Mick y a Keith en aquel farragoso asunto de drogas que acabó en 1967 con los dos compinches, los gemelos, en la trena. Sí, bien puede presumir Norman de amigos y confidentes.

Así, Mick Jagger (editorial Anagrama, junio 2014) es una esplendida biografía. Una completa semblanza histórica del artista (Norman dice-que-alguien-dijo-que sus labios podrían "absorber un huevo del culo de una gallina") a la que no le falta detalle, si acaso le sobra, según pensará Sir Mick cuando lea, por ejemplo, por qué no se publicaron las memorias de Jerry Hall anunciadas para un día antes de su anulación (para respiro de Carla Bruni entre otras damas) o más de una controversia con otra de sus mujeres, Marsha Hunt; ejem, la crónica rosa de este Adonis podría definirse como una gran mentira, un juego de infidelidades vitalicio, la celebración suprema de las vanidades.

Consciente de ello el autor determina llevarte al corazón de una historia superlativa, superfashion y claro, de superhéroes musicales. La biografía por tanto es un compendio histórico donde todo cabe: el blues y Elmore James; Andrew Loog Oldham o cómo hacer famoso a un grupo de jovenzuelos en un pis-pás: “Que salgan feos y desagradables”, ordenó al fotógrafo que les inmortalizó en su primer retrato oficial; Brian Jones, primer líder oficial de la banda y posteriormente defenestrado y ninguneado por algún que otro exceso (¿?); el detalle de la camiseta que debía ponerse en Wembley; la increíble familia de Marianne Faithfull; perfeccionar su dueto con Solomon Burke en 'Everybody need somebody to love'; aparcar la limousine en la esquina para que no le vean con la compañera de la hija de Charlie Watts; su gradual y escalonada separación de Keith Richards...

Este libro es la historia completa de Jagger el autodiós, enfrascado en una salvaje agrupación musical compuesta de personajes básicamente subversivos, arrogantes, autoindulgentes, histéricos, paranoicos, violentos, vándalos y maliciosamente alegres: The Rolling Stones y él, Mick Jagger, interpretando a un coloso griego hecho y recreado a si mismo como un atleta campeón. Un narciso al que le sobran las personas... y las horas... “A Mick le importa un bledo lo que pasó ayer. Lo unico que le interesa es el mañana”, asegura ahora tajante Charlie Watts.

Philip Norman se desahoga y poco menos que escribe su propia vida, fronteriza a la de los Stones como antes lo había hecho con los Beatles (Shout!, 2005). Por cierto, Norman saca a relucir una relación más estrecha de la ya conocida entre una y otra banda (una pretendida fusión comercial en 1968 de las dos bandas bajo una firma ideada por Sir Mick y bautizada como Mother Earth) con detalles hilarantes cuando se trata de relaciones familiares comunes. En este capitulo de curiosidades y estrecheces la lectura del libro se desboca algunas veces con el consiguiente peligro de alimentar morbosidades rosáceas. Demasiados años en el alambre, demasiadas personas triviales, episódicas, incidentales...

No. Como les auguraba el periodista británico Nick Cohn en el año 1969, los Rolling Stones no solo no tuvieron el decoro de morir en un accidente de aviación tres días antes de cumplir los treinta sino que fueron mucho menos elegantes sobreviviendo en los escenarios de medio mundo hasta muy entrado el siglo XXI enarbolando la quimérica bandera del bluesman  Robert Johnson en un no menos utópico cruce de caminos.



Publicado el Jueves, 12 de junio de 2014 en Mas24, suplemento cultural del diario digital Asturias24 y publicado igualmente en la revista cultural El Cuaderno, el Miércoles, 18 de junio de 2014



20.8.16

Medesky, Scofield, Martin y Wood de nuevo en estudio

Los discos del año 2014
Noviembre: Juice de MSM&W


El cuarteto se refresca con Juice, su nuevo disco



Ocurrió mucho en los sesenta. Artistazos de tronío jazzístico que habían manoseado los límites de la gloria en muchos casos rebasándola sobradamente se permitían de vez en cuando el acomodo de unas tardes de cerveza y divertimento en el estudio de grabación jugando con versiones conocidas del pop, del rock o de los clásicos europeos (Debussy, Satie, Chopin, Mozart, claro). El resultado era de un atractivo inmediato, como helado de frambuesa entre chocolate hirviendo y eso se tradujo rápidamente en ventas. Por ejemplo, Count Basie descubrió que grabando un disco con su orquesta canciones como Penny Lane ganaba más dinero en una jugada, una edición, que cualquiera de las lecciones magistrales que pudiera ofrecernos de vez en cuando con su combo de Kansas City.

Y Wes Montgomery, el guitarrista, que me sugirió estas reflexivas ligerezas, igual. A mí me acercó mucho más al jazz el álbum A day in the life del 67 (otra vez los Beatles) de Montgomery que cualquier otro que hubiera grabado el guitarrista anteriormente aunque se tratara, un suponer,  de ese manual de conservatorio que resultó ser While We´re Young, aquel doble del 61, donde ejercían magisterio Tommy Flanagan, Percy Heath, Hank Jones, Ron Carter, Barretto y otros. En A day in the life había unas cuantas canciones de serie B ('Angel', del propio Wes, 'Windy' de los californianos Association, 'The Joker', de Sergio Mendes) que aquellos días de adolescencia sesentina acuchillé lo suficiente en mi fragil pick-up hasta tener que volver a comprarme el disco otra vez (era lo que tenían aquellos chalados vinilos con sus locas agujas de microsurco).

Esa “promo” del gran Wes me llevó al banquete del 61 que antes contaba; como el Memphis Underground del 69 de Herbie Mann, con Larry Coryell interpretando éxitos de la soul music: aún lo pincho en los guateques; o como el Mellow Madness del 73, de Quincy Jones o muchos de los que lanzó el sello Impulse! en los sesenta con Lionel Hampton, Clark Terry, el propio Count Basie, Ben Webster y todo el ejercito de Asistencia Sanitaria a Corazones Salvados de la Vulgaridad. Ya tú sabes.

BAÑADOS EN MÖET
Cuento toda esta parábola para llegar a Juice, el nuevo disco de un singular cuarteto que comenzaron buscándose para una sidrina y acabaron bañados en Möet & Chandon: John Medesky,  Billy Martin, Chris Wood y, ahí estaba el detalle, John Scofield, guitarrista de jazz como tarjeta de visita y machaca de todo lo machacable en el funky-jazz más reconocible (Billy Cobham, George Duke, Herbie Hancock... Miles Davis). Sí, ya sé que no es muy original, pero aquí también se puede incluir la retórica de “Dios los crea y ellos...”, aunque también es cierto que sus primeros impulsos, los de la sidrina, estaban conectados al funk, género que entusiasmaba a cualquiera de los cuatro, especialmente al guitarrista. Para el trío, tocar junto a John Scofield quiero pensar que suponía haber llegado a lo mas alto de sus aspiraciones, o sea, haber traspasado la peligrosa vía de la experimentación y haber sobrevivido; haber salido indemnes y con nota.

“Respiremos”, dijo Billy Martin, “Jugemos más”, propuso Chris Wood, “Llamemos a Scofield” sentenció John Medesky. “No, les llamaré yo antes”, se adelantó John Scofield y nació A Go Go (1998), diez temazos del guitarrista de un genuino sabor a funkadelia que puso al trío como motos. “En adelante, ya nada será igual”, pensaron los tres.

Después de alguna otra experiencia conjunta francamente previsible aparece ahora Juice, un jugo de frutas tropicales con especial efluvio de cachaza, lima, azúcar y mojito caribeño, todo con mucho hielo y salpicado de continuos guiños al diccionario funk. No es latin-jazz, ni tampoco bossanova, pero son las dos cosas, el Caribe en Ipanema. Se resumiría el estilo general del disco en su tema inicial 'Sham Time', un viejo standard funk de Eddie Harris.

JARDÍN PARADISIACO
Nadie protagoniza nada, como ocurriera en anteriores aventuras pero todo huele a jardín paradisiaco. Natural: todos llevaron sus cuitas, sus creaciones, sus composiciones y todos quedaron de acuerdo en redoblar esfuerzos para arreglar tres glorias imperecederas, de esas que solicitas que se retuerzan entre tus restos inmolados: 'Light My Fire', de los Doors, 'Sunshine of Your Love', de Cream (dicen los quisquilosos que Jack Bruce no pudo resistir la emoción al oirlo)  y 'The Times They Are A-Changin'' del maestro Dylan, sin contar con el poderoso riff inicial de 'Louie Louie' en 'Juicy Lucy', un icono del popeo. Bueno, y de algún que otro detalle que destapa el apego de los músicos al buen gusto y el oficio de cada uno con su muñeco elegido.

Mmm... a mí me llama especialmente la atención el de Medesky con su B-3, sorpresivamente más contenido de lo habitual pero aún así atómico, sideral, magnífico. Tiene especial relevancia en su conjunto la versión del tema de los Cream, evidentemente muy disfrazado pero con la gracia especial del reggae clásico; vamos, que el inicio lo firmaron hace mucho UB40 en 'Madam Medusa'. A estas alturas ya te habrás percatado, querido lector, de que estamos ante un producto muy a mano, nada trascendente ni rimbombante pero ejecutado con una precisión relojera y un brillo espectacular en la sección ritmica: ¡Billy Martin y Chris Wood desinhibidos! Por no hablar de la naturalidad en teclados y guitarra de sus colegas mas afamados; bueno, perdón, el tratamiento “Wes” que le da John Scofield a la guitarra en 'I Know You' solo puede calificarse de sublime (lo mejor del álbum), a la altura de la intimidad expresada, como un guiño fraternal, una caricia, un arrumaco, ofrecido en la versión dylaniana de esos tiempos que van a cambiar.

Vaya, Juice es un disco para divertirse a la par que emocionarse. Lo incluyo desde ya en mi repertorio para el próximo party en que me pidan que pinche.



Publicado el Jueves, 31 de octubre de 2014 en Mas24, suplemento cultural del diario digital Asturias24

Derrick Hodge, el jazz de pasado mañana


Live Today, una inmejorable carta de presentación

Los discos del año 2014
Enero. Live Today, de Derrick Hodge




Live Today es un discazo, una sutil exquisitez que abre todo un desfiladero de esperanzas sonoras para los próximos 20 años. Este muchachote de 34 tacos hecho en escena en los brazos de clásicos como Terence Blanchard, o últimamente de piezas ornamentales del calibre de Robert Glasper, Maxwell o Jill Scott ha grabado el disco perfecto. Ése que tantos persiguen y pocas veces sucede. Mucho más dificil cuando significa el primero de tu carrera. Derrick Hodge ha dado en el clavo con Live Today.
De carácter enciclopédico, el disco no suena pretencioso ni encopetado, ni mucho menos exagerado en las prestaciones de la formidable plantilla de escogidos ejecutantes sino sencillamente sensacional, quiero decir manufacturado, seleccionado y realizado con la sensación de lo natural “porque el mundo me ha hecho así”.


Hodge, bajista criado entre bajistas, después de una larga travesía como sideman de lo más interesante y heterogéneo del jazz actual ha consultado con los astros y creído ineludible que llegara su hora. Resabiado de grabaciones, colaboraciones y conciertos ha escogido un montón de piezas medianamente hilvanadas, cada una de su padre y de su abuela y las ha llevado al estudio para que la selección mundial del nuevo jazz las modelara, las ajustara, las engominara y les echara el último polvo facial.
Así, precisamente de esa manera, con ese mismo patrón de trabajo, un día, hace muchos, muchos años, llevó  Miles Davis al estudio de Columbia en la calle 30 de NYC el santo grial del jazz: Kind of Blue. No digo que Live Today pueda ser comparado ni confrontado con la joya de las joyas, digo que Derrick Hodge ha elegido la misma fórmula de incubación y ésta le ha salido reinona.
Sólo el comienzo ya guarda uno de los mejores riffs de la nueva historia del jazz (no sé si esta gente tan moderna le llamará así a lo que nosotros conocemos como “dale que te pego”). The Real es francamente soberbia. Una exhibición de originalidad y encantamiento donde todos intervienen creando el ambiente festivo que luego aparecerá de vez en cuando a lo largo del formidable repertorio del disco. Las piezas cortas, delicadas, (Table jawn, Rubberband, como guiños que anteceden al desparpajo, a la recreación; Night Visions al espectacular final), las apariciones estelares de Robert Glasper en la preciosidad que titula el álbum, la vida hoy amigos, con el batera Mark Colemburg que ya tiene ganado nuestro cielo, ése donde sólo reposan los dioses e incluso la aparición estelar del también bajista y guitarrista Alan Hampton en Holding Onto You. Hampton aparece en muchos discos de jazzistas actuales y con personalidades como la impecable  Gretchen Parlato. Aquí simplemente se canta una acústica de un extremo lirismo quizá como queriendo Hodge globalizar  al máximo el contenido del disco porque antes habrás escuchado al rapero Common y los jugueteos con cucharillas y tazas de café de Chris David. En fín, los saxos de Marcus Strickland, el vocoder de Casey Benjamin, más teclados de James Poyser, etc., lo que se dice un desparrame.

Yo creo que Live today es un disco premonitorio. Avisa del nuevo jazz que cada vez escuchamos con más frecuencia. Los conciertos este verano de Esperanza Spalding, Robert Glasper (con Derrick Hodge en la banda), los discos de Next Collective, Marcus Strickland, Keyon Harrold, Phil Ranelin... la preponderancia del hip-hop cambiando cromos con el fogueado be-bop ahora que ya hemos pasado el obligado relevo de ambas tendencias afroamericanas (adios al blues) no sin habernos tragado algún que otro bodrio... los cantautores, ya ves tú,  como Alan Hampton que se suman a la fiesta y esos sonidos de bajo a lo Jaco Pastorius (¡ése si que fue premonitorio!) de Ben Williams o el propio Derrick Hodge, todo ello va dibujando la música en este siglo XXI que avanza inexorablemente sin que siquiera tengamos tiempo a reparar en ello.

Mientras haya discos como Live Today, por mi podemos saltar ya a otro siglo.

Publicado el Viernes, 11 de abril de 2014 en Más24, suplemento cultural del diario digital Asturias24

Eric Burdon, o cómo respirar la gloria




El chico atesoraba el vozarrón de un frutero de mercado, de un estibador portuario acostumbrado al canto de los precios en la lonja, un tono adusto, de cartero de barrio; guardaba en su carácter la mala baba del suburbio y en un ruinoso maletín los discos de Elmore James, Ray Charles y Bo Didley que algún marinero había traído de la joven América desperezada y, lo que es más importante,  el chico tenía la edad apropiada para escabullirse cuanto antes de aquella barriada de laboriosos obreros de Newcastle; en 1963, el joven Burdon no tuvo otra alternativa que organizar un conjunto musical para disfrutar de la vida y no perdió el tiempo. Junto a otro amigo más curtido en partituras, Alan Price, organizaron The Kansas City Five que posteriormente entroncarían en The Animals, una de las formaciones emblemáticas de aquel despertar británico de los años sesenta. La que otorgaría entonces la dosis necesaria del mejor rythm´n blues europeo, junto a unos mozalbetes de la capital del reino llamados The Rolling Stones.
Eric Burdon se ha movido así toda su vida, a fuerza de impulsos puntuales, capaces de cambiar sus músicos según crujía el viento, también a fuerza de gritos, cuchicheos, discursos multiraciales, proclamas antibélicas, crónicas diarias que salían de una garganta que no conocía el límite del registro y, todo hay que decirlo, de un gusto exquisito por el repertorio que le servían sus compañeros de batalla sin que, salvo excepciones nada numerosas él tuviera algo que ver con el noble arte de la composición. Dios no le dio ése don. Burdon cantaba lo que le echaran y el bocado siempre era bueno.

The Animals
Cuando The Animals tuvieron su primer gran éxito, The house of the rising sun, la canción ya había aparecido un año antes en el primer álbum de un joven judio que había sorprendido a todos en el barrio elitista de Nueva YorK, el de Greenwich Village. Sin embargo el arreglo que hizo el pianista Alan Price y el riff inolvidable del guitarrista de The Animals, Hilton Valentine, no tenían nada que ver con aquella versión anterior de un embrionario Bob Dylan. Más bien era una adaptación tradicional facilitada por el folclorista neoyorquino Joss White que supo leer impecablemente en clave electrónica Alan Price. Eric Burdon bordó el regalo, entronizó aquella vieja copla y ya nada fue igual en la vida del joven cartero de Newcastle. En We´ve gotta get out of this place, Burdon suelta sus primeras arengas: “Mi padre ha estado trabajando como un burro, como un esclavo toda su vida. Aunque sea lo último que hagamos, tenemos que salir de este lugar, hay una vida mejor”. Las canciones de aquellos primeros años dejan poco hueco en el macuto que uno guarda para siempre en la historia del r&b blanco: Baby let me take your home, Boom boom, Don´t let me be misunderstood, I´m crying, y los compositores de algunas de ellas tampoco: John Lee Hooker, Chuck Berry, Fats Domino, Sam Cooke, Ray Charles...

portada de Everyone Of Us
Cuando todo parecía indicar que el chico listo, Alan Price, lideraría una banda con fundamentos musicales francamente asentados surgió el rocoso jornalero con proyección pública, Eric Burdon, leyendo, voceando, la crónica de cada día. Price lo dejó por imposible y Burdon se hizo el amo del proyecto Animals. Contra todo pronostico cambió a los miembros de la banda, alguno de ellos, el bajista Chas Chandler, excesivamente distraído con un colosal guitarrista que había descubierto en el café Wha? de Nueva York (Chandler se había hecho manager de Jimi Hendrix). Burdon montó otro bandón, pero esta vez con músicos de élite: los guitarristas John Weider y Vic Briggs, el batería Barry Jenkins, el bajista Danny McCulloch y el teclista George Bruno (Andy Summers, posteriormente en The Police, sólo estuvo una pequeña temporada, como muchos otros), puras joyas de estudio. Lo que vino después fue un listado de canciones que pasarían, cada una, a la historia como el gran legado que aquel bracero de barriada dejó para el resto de nuestros días: Don´t bring me down, Inside Looking Out, Good Times, Sky Pilot, When I was young, el formidable álbum Everyone of Us (1967) y los impagables reportajes de San Francisco, ciudad de la costa oeste americana donde la llamada del nuevo mundo y la lejana utopía del amor supremo habían hecho callo y morada en el cantante. San Francisco Nights y, sobre todo, Monterey fueron las más significativas: “Ravi Shankar me hizo llorar, The Who explotaron en fuego y luz, la música de Hugh Masekela era negra como la noche; todos cuentan el vuelo de Grateful Dead, y Jimi Hendrix, baby, créeme, puso el mundo en llamas”, contaba Burdon en Monterey, una crónica desde el lugar de los hechos del histórico festival donde Hendrix quemó públicamente su guitarra en plena paranoia de Wild Thing.

Eric Burdon & War
A Eric Burdon aún le quedaba otra bala de plata en la recámara, la que le llevaría directa, y literalmente, a la Guerra. En realidad, el cantante sólo obedeció a su instinto natural después de haberse criado en Newcastle escuchando solo discos de r&b, solo voces negras, únicamente el latigazo de los grandes, Elmore James, Willie Dixon y demás glorias del sur americano. Su siguiente proyecto sería asociarse con aquellas gentes y autonombrarse The Black Man: él sería The Black Man, líder de un grupo, War, que había entrado a saco en los nuevos sonidos negros de los setenta, el funk y que ya eran conocidos entonces por sus reivindicaciones raciales, miel en el panal. Sólo dos grabaciones de estudio protagonizaron aquella exótica aventura, Eric Burdon declares War y The Black Man´s Burdon. Dos excepcionales documentos del mejor Burdon que no le sirvieron para perpetuarse en el estilo. Eric Burdon se cansó pronto del capricho y emprendió la sinuosa carrera del abandono y la California Way of Life. Cuando quiso recuperarse de los excesos ya era mayor, ya estaba preparado para los revival, para refrescar memorias o para editar obras menores. Con aquellos diez años vividos (1964-1974) uno puede estirarse toda una vida. Además, en Londres, su país de origen, ya estaban en la calle The Sex Pistols.



Publicado en El Cuaderno, Revista Mensual de Cultura. Número 47. Julio-Agosto 2013. Gijón (Asturias).

19.8.16

Jason Moran, un canto alegre por Fats Waller



All Rise es el nuevo disco del pianista tejano dedicado a la gran gloria de Harlem

Sólo viendo a Fats Waller cantando y dibujando en la pianola del café de la noche aquella canción, Ain't Misbehavin (Stormy Weather, el cine de 1943), uno puede entender cómo esa sensación mezclada de alegría, armonía y liberación podía tener la potestad de cambiarte la vida y mutarla inmediatamente en sueños y fantasías: arrojarte en picado a la vorágine de la música y las despreocupaciones, sin más.
Thomas Waller, el gordito equilibrista de la ginebra y el humor, tenía esa facultad como su compañero generacional Louis Armstrong, ambos maestros ostentosos del mejor jazz que se haya disfrutado jamás, he dicho `disfrutado` en la máxima extensión y significado de la palabra. Fats Waller utilizaba el piano como una prolongación de sus cejas, siempre abiertas a la sorpresa, al chiste, al piropo y a la formidable batalla del swing más vaporoso. 

Fats Waller
Al mafioso Al Capone, de Chicago, le gustaba el rollo que se llevaba Waller con la gente, utilizando otro tipo de munición que no fuera su querido subfusil Thompson: Un piano.
Fats Waller estuvo escondido toda una noche en una cloaca huyendo de los hombres de Al Capone que habían ido a buscarle al local de Chicago donde descargaba sus chirigotas. A la segunda andanada del pope de la mafia no se escapó: uno de aquellos pillos le puso una pistola en su oronda tripa y fue invitado a acompañarles a otro local nocturno donde esperaba el jefe del hampa. Fats Waller siguió tocando en exclusiva para Al Capone durante un tiempo. Dice la leyenda que aquellos días tampoco dejó de sonreír. Increíblemente, Thomas Waller murió de neumonía el mismo año que rodó la inolvidable película Stormy Weather, en 1943, a la tempranísima edad de 39 años. Viéndole faenar en aquel café de película, con Lena Horne, Bill Robinson, Cab Calloway o los hermanos Nicholas cuesta trabajo creer que muriera ése mismo año.

LA OFERTA
Es el asunto que nos ocupa que al joven pianista tejano de 40 años Jason Moran, distinguible por su extremada querencia al virtuosismo, a la experimentación y a no darle nunca la espalda a nada que signifique riesgo y nuevas emociones le solicitaron el pasado año a través de la fundación Harlem Stage un caramelo de frambuesa difícil de rechazar..., un homenaje a la memoria del gran bufón del swing, Mr. Waller, el excelso e irreprochable pianista Thomas Fats Waller, donde no debiera de faltar ni una de sus mejores composiciones o temas utilizados en su extremada y corta carrera. Un marroncillo con lecturas desviadas que grabaría y editaría Blue Note, sello discográfico conocido, ya se sabe, como la biblia en pasta del jazz.

Bien, hay que decir cuanto antes que no fue casual la elección de Jason Moran como protagonista de ése merecido homenaje al gran Waller. Sin, por supuesto, abrir ningún tipo de comparación con nuestro héroe de entreguerras a Jason Moran le une con la historia del mítico pianista un sentido del humor cristalino que exhibe sin fisuras en las presentaciones de sus shows y, ya lo hemos dicho, una sangre fría extraordinaria para meterse en berenjenales importantes como sus acercamientos demoledores al free jazz o a homenajear igualmente a otra leyendas como Thelonious Monk o Jimi Hendrix en Ten (2010), uno de sus álbumes más celebrados, más trabajados y más arriesgados.

JUGUEMOS CON FATS WALLER

All Rise (2014), el disco en cuestión, es, porqué no decirlo sin tapujos, una virguería, un trabajo de encargo al que Moran ha llegado a cubrir de lazos multicolores en el empaquetado final, resultando una encantadora y Alegre elegía para Fast Waller, como ha querido subtitularlo, cabalgando al final de la grabación en una suerte de emulación adaptada al siglo XXI de lo que pudo ser otra de las múltiples juergas exhibidas por Fats Waller allá por los años treinta en el clásico Sheik of Araby/ I found a new baby: “Fats Waller era un provocador especial, como un actual MC”, apunta Jason Moran, “siempre me ha sorprendido que Waller, tocara el piano, cantara y mantuviera un comentario corriente de lo que sucedía a su alrededor, todo al mismo tiempo”


Le pone Waller al joven artista. Moran ha querido rodearse, como acostumbra, de figuras descollantes del nuevo jazz, ése que dibujan los zagales aplicados a las nuevas tecnologías y sonidos como por ejemplo Casey Benjamin el saxofonista y vocalista, experto en la utilización del viejo y renovado Vocoder en los directos, así como el batería Charles Haynes, el trompetista Leron Thomas o el invitado de lujo Steve Lehman, un saxofonista de nueva escuela que ya va dando codazos en reconocimientos y protagonismos. Vamos, parte del universo Robert Glasper al que Moran se ha acercado alguna vez en directos y grabaciones, como echándose ambos pulsos pianisticos por cual de los dos es más moderno y arriesgado. 

Pero sobre todo, el alma de este disco viene a ser, con Jason Moran claro, la exquisitez hecha voz, contrabajo y mujer de Meshell Ndegeocello, (¡babbbara!) a la que modestamente yo pediría que retomara su nombre original, Michelle Lynn Johnson o algo parecido, a fin de facilitarnos la labor a quienes somos admiradores y gustamos hablar de sus virtudes expresivas, de su ya extensa obra y nos atrancamos cada vez que la nombramos. Meshell sube un peldaño más la intensidad y diferencia con que Moran ha querido provocar a su vez la imagen de Waller contribuyendo definitivamente el pianista a la propuesta de nuevo cuño que plantea el viejo repertorio de Fats, acariciando continuamente el piano eléctrico y aparcando deliberadamente el acústico para momentos muy puntuales. Desde luego, esta obra no es admisible, imagino, para algunos puristas, pero yo lo veo de otra forma entiendo que más rica: A partir de ahora hay otro puñado de versiones de aquellas glorias evocadoras (fíjate Honeysuckle Rose, Handful of Keys, Jiterburg Waltz o la misma Ain´t Misbehavin) que igualmente pueden acariciar los oídos y recibirlas como nuevos mensajes galácticos que nos regala el tiempo, casi un siglo después de haberse creado. Sólo puedo decir que el disco, All Rise, que por cierto produce Don Was y grabó y mezcló Bob Power (acordarsen de A Tribe Called Quest) es una barbaridad y también que adoraré de por vida a Mr. Waller.



Publicado el Jueves, 5 de febrero de 2015 en mas24, suplemento cultural del diario digital Asturias24.