27.8.08
La música que lava conciencias
a propósito de Nueva York (4)
La primera vez que oí al músico nigeriano Fela Kuti fue en el verano de 1981, con motivo de la edición de su álbum Black President que una editora española se arriesgó a publicar en nuestro país. Se puede decir que ése disco cambió la percepción de la música africana que hasta entonces había escuchado. Al sonido Yoruba de las viejas orquestas nigerianas y Highlife de sus coetáneos de Ghana se le unían refrescantes tonos funkies y jazzísticos provenientes de sus largas estancias en Estados Unidos y de sus numerosas participaciones en grandes festivales internacionales. Todos bautizaron aquel descubrimiento como Afrobeat y Fela Anikulapo -hombre libre en yoruba- Kuti se convirtió en un icono del movimiento, una pieza fundamental a seguir, la referencia a la que nunca falté y a la que me propuse recuperar desde sus primeros pasos. Fela, simultáneamente, protagonizaba además un enfrentamiento radical con las autoridades de su país en defensa de los Derechos Humanos, hasta el punto de ser encarcelado varias veces, quemados sus propios estudios y casa y asesinada su abuela a la que soldados gubernamentales, dicen, arrojaron desde una ventana. Entre exilios y retornos, en 1997, a los 59 años, falleció de un ataque al corazón causado por su infección con el Virus de la Inmunodeficiencia Humana en Lagos, Nigeria. Dejó grabados más de 70 discos, una herencia musical irreprochable, unas cuantas viudas -llegó a tener 29 mujeres- y por tanto una descendencia lógicamente numerosa.
Mierda Cara, otra burla de Fela Kuti a la dictadura nigeriana
Backstage del Summerstage
Ambiente en Summerstage
Hace dos años, Femi Kuti, uno de sus primeros hijos, actuaba en el Summerstage neoyorkino, el festival de verano musical que se organiza en Central Park cada año. No falté a la cita claro. Femi actuaba como estrella de la tarde tras el show de Bazzilian Girls, un atractivo grupo de la ciudad conocidos por su música ecléctica impregnada de guiños reggaes, bossa-nova y jazz. Vi a Femi Kuti acompañando a la espectacular Sabina Sciubba, la vocalista de los neoyorquinos, en sus dos temas de despedida, pero justo cuando le llegó el turno con su banda cayó lo que nunca estuvo en los escritos, ésas tormentas veraniegas que de vez en cuando regala la city. Cuando en verano llueve en Nueva York lo hace a traición. Sin avisar y estupendamente, o sea, a cantaros. Recuerdo el momento como una calada pública y una huida masiva buscando desesperadamente a Noé, aquel del Arca. En el fragor de la fuga y el charquerío perdí a Femi, su banda, el Summerstage, Central Park y por poco Manhattan. Una pena, y una nueva zancadilla a la memoria de mi fetiche nigeriano.
Seun Kuti
Este año, una de las estrellas del festival era Seun Kuti, uno de los hijos pequeños de Fela -tenía quince años cuando murió el rey del Afrobeat-. Seun ha heredado todo el sonido de su padre, su propia macrobanda Egypt 80, su imponente físico y vozarrón y la esencia fundamental del género, a diferencia de Femi más cercano a los standarizados sistemas de grabación actuales y al show americano y europeo. La conmoción me llegó en la misma pradera del parque mientras miraba al cielo no fuera ser que Fela se hubiera convertido por arte de vaya usted a saber que caprichos divinos en el Hijo del Trueno. Allí, junto a patinadores y joggers, exhibicionistas del diábolo y la pirueta, sitters y cómicos, en el cuidado y tupido césped de Central Park, junto al gran lago Reservoir, sonaba Shakara, uno de los viejos himnos de papá Fela, como un cañonazo al corazón. Quiso el destino que fuera precisamente ésa cantinela que yo había escogido como sintonía hace muchos años para un programa de radio la primera música en carne y hueso que escuchara de Fela, a través de su propio hijo Oluseun y su madre, corista fija del heredero del trono Afrobeat y viuda del fenómeno. En el concierto Seun desplegó pocas referencias al repertorio del padre, pero desgranó una por una todas las canciones de su reciente álbum Many Things, muy cercano al primitivo sonido que andaba buscando desde aquel fatídico 2 de agosto de 1997, cuando Fela Anikulapo Kuti cerró definitivamente la República de Kalakuta. La tarde de verano, soleada en esta ocasión, vistió de África el gran parque y yo, aunque a medias, cumplía un viejo sueño
Entrada al viejo club Minton´s
En pleno Harlem, a sólo unas manzanas del Teatro Apollo, aún sobrevive dignamente el mítico club Minton´s, donde Charlie Parker, Thelonious Monk y Dizzy Gillespie, entre otros muchos, engrasaron libremente aquella maquina diabólica denominada Bebop que revolucionaría absolutamente el mundo del jazz en los años cuarenta. En aquellos años, Henry Minton, su fundador, tuvo dos ideas excelentes, y gracias a ellas hizo de su club uno de los puntos de encuentro favoritos de los músicos de jazz de Harlem. La primera consistía en ofrecer cada semana una cena gratuita en su restaurante a todos los músicos que tocaran en el Apollo o en los afamados clubs del centro de Manhattan -abiertos exclusivamente para los blancos-, los lunes que era día de descanso en Manhattan tocaban las orquestas de Duke Ellington, Count Basie o Cab Calloway que se prestaban a ensayar lo que interpretarían el resto de la semana en el centro. La segunda idea fue inaugurar oficialmente una jam-session después del concierto ofrecido por el grupo de la casa. Los músicos que venían del centro a tocar lo que les apetecía -no lo que les pedían en sus actuaciones "oficiales"- empezaban por comer de gorra pero acababan también por tocar de gorra. Y allí estuvieron todos los boppers, mostrando aquel sonido melódico de extraños intervalos repletos de semitonos, trucos e improvisaciones: los citados, más Kenny Clarke, Charlie Christian, Miles Davis, Art Blakey, etc...
Interior del mítico Minton´s en Harlem
Este verano, en el Minton´s la nómina no es tan llamativa: el bajista y trombonista Jack Jeffers tocando temas de Ellington, Charlie Mingus y el Corcovado del brasileño Antonio Carlos Jobim. La entrada es gratuita, se exige al menos una consumición con suplemento, y las sesiones son sólo a las nueve y once de la noche. The Times they are changing, pero no el buqué ni la historia. El Minton´s sigue en el 210 Oeste de la calle 118, entre la Séptima y Octava Avenida.
Fiesta en el PS1 de Queens
Una cita ineludible en el verano de Nueva York son las juergas del PS1, la sucursal en el barrio de Queens del Museo de Arte Moderno o MoMa. Fue allí donde se instaló el cuartel general del museo mientras éste estuvo rehabilitándose en Manhattan hasta 2005, por tanto en esencia es un lugar de creación y actividad artística, ahora más acentuada en la interactividad, la imagen, la performance e instalaciones de todo tipo, un canto a la vanguardia más heterogénea, vamos. Los sábados de verano la cosa trasciende a un desfile inagotable de los mejores dj´s de la ciudad, lo que hace del lugar una especie de viaje a la imaginación y la experimentación, o dicho más llanamente: a un guateque sideral. Así, pudimos sorprendernos uno de esos sábados, con un desfile extraordinario de monedas de 10 centavos, más de 5000, perfectamente alineadas sobre una gran tarima en el suelo o la imagen de George Bush vilipendiada hasta el escacharre, complementadas con videos y referencias continuas al despropósito bélico . Correspondía a un monográfico contra la guerra de Irak y sus intereses empresariales que ocupaba las tres plantas del edificio.
LCD Soundsystem al aparato
En el patio, James Murphy y Pat Mahoney, dos de los miembros fundadores de LCD Soundsystem, una de las bandas más veneradas por los amantes de los sonidos que estrena el siglo XXI. Los músicos ejercían de dj´s y lo hicieron en una excursión fantasmagórica por las resonancias más electrónicas, no exentas de guiños permanentes al funk y demás motivos para darle a la cerveza y la cadera. Un guateque. En pleno desparrame, James Murphy tuvo incluso tiempo para enviar en un gesto puño contra puño el saludo ritual a la vieja España. Tan lejos, tan cerca a veces.
El desparrame en PS1
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