22.3.17

Chuck Berry, Maybellene y otros encantos

Muere el autentico rey del rock and roll



"El dolar dicta qué tipo de música ha de escribirse", solía decir Chuck Berry, un pesetero recalcitrante, cuando le preguntaban en las entrevistas sobre el significado de su música, de sus letras, a menudo lindando éstas las lineas que separan lo éticamente correcto: el descontento juvenil, el rock and roll: cuidado, antes de inventarse esta expresión para definir todo un movimiento musical generacional, en el argot negro de aquellos años cincuenta rock and roll eran dos palabras usadas comúnmente en las letras de los bluesman para describir la actividad sexual.

El dólar, decíamos, el espectáculo, el público divirtiéndose, ver a la gente feliz, eso si que ha sido lo que en definitiva ha importado a Charles Edward Anderson Berry a lo largo de sus 90 años de vida. Mucho más que la calidad o cantidad de sus grabaciones, de sus interpretaciones o de sus propios shows, como algunos hemos podido constatar alguna vez, mal que nos pese. Chuck Berry era el rock and roll en carne viva, su esencia más pura, más radical, más incorrecta también: "Si el rock and roll tuviese otro nombre se llamaría Chuck Berry" (John Lennon lo decía en la película Hail hail Rock and roll).

Chuck Berry era un tipo que cada año iniciaba varias giras nacionales o internacionales, prácticamente gestionadas por él mismo o a través de ese logro de secretaria-para-toda-la-vida que conservó los últimos treinta años, Miss Francine Gillium y si no surgían compromisos o contratos actuaba en el bar de enfrente de su casa ubicada en el Condado de Saint Charles, en Missouri.
Necesitaba el contacto con el público cada día sin importarle especialmente las condiciones del show: “Nunca sé quienes son mis acompañantes. Por lo general tenemos un hora, o media hora, o nada, para ensayar”, contaba el guitarrista; si lo piensas bien, nada disparatado en un artista que tuvo que moverse en sus comienzos en el Sur entre la puerta de servicio y el propio escenario de los locales en que solía actuar. Práctico y único en el negocio del espectáculo, su único backline fue su guitarra, su único guión en escena el paso del pato -Duckwalk-: ”mi equipaje siempre fue un peine y un cepillo de dientes”, decía. Aparecía en la sala, le presentaban al grupo local que ya se sabía sus canciones de memoria (¿quien no ha tocado una vez en su vida Johnny B. Goode, Roll Over Beethoven, Little Queenie...?) y los muchachos tenían una hora de concierto para adivinar los acordes que había escogido el rey para esa noche. A Berry no le gustaba alargar las funciones ni tenía repertorio para más. A veces, el resultado era dantesco pero a Chuck Berry se le consentía todo. Ha sido el autor del puñado más grande de pelotazos musicales en las listas de exitos y ventas en el menor tiempo previsible. Una gloria básicamente dirigida a blancos, a jóvenes e impetuosos blancos europeos, a jóvenes e impetuosos blancos europeos... y  famosos: The Beatles, The Rolling Stones, The Animals, The Kinks... Sus característicos riffs forman parte del abecedario del género (“los he tocado todos”, solía decir Keith Richards, uno de sus satélites de guardia), su tendencia a la teatralidad, al aspaviento gratuito, a la propensión a la mueca, al esperpento,  le hacían ser un personaje singular al que se le perdonaban deslices e incorreciones, incluidas algunas incomodas visitas al trullo.


Musicalmente, el grifo de la inspiración se le cerró en pocos años, no más de cinco, hasta 1964 más o menos, pero en ese tiempo, con el pianista Johnny Johnson como abanderado y el célebre bajista Willie Dixon, inventó de sobra las bases del género: un pellizco de country music importado de las mejores bodegas de Memphis y un chorreón del más sofisticado Rythm and Blues de Chicago, con los cocineros Fats Domino, Muddy Waters o Elmore James como patronos ojeadores, dieron lugar a una catarata de temazos que abrirían las puertas al rock and roll más genuino: Maybellene (la primera diana) o Rock and Roll Music, Around and Around, Carol, School Days, Sweet Little Sixteen, Memphis Tennessee y las anteriormente citadas Johnny B. Goode, Roll Over Beethoven, Little Queenie...


A los 90 años la maquina se ha parado y Chuck Berry ha dejado de fumar, ha emprendido una larga siesta que romperá su sueño cada vez que alguien ataque una guitarra con el famoso riff de Johnny B. Good o Sweet Little Sixteen, o sea, eso ocurrirá cada dos minutos en cualquier rincón del mundo. Es lo que tienen los dioses omnipresentes, imperecederos, los que están cada día dándote la tabarra... mucho más razonable si además han inventado el rock and roll.

12.3.17

El Pea. La Educación subliminal 2ª parte


Los discos que cambiaron la historia del rock
Una apuesta decisiva por la música de vanguardia



Portada de El Pea
Alguien quiso traducir el título de éste disco, El Pea, por su significado literal más formalista: la abreviación de Población Económicamente Activa, refiriéndose a todas las personas en edad de trabajar. Al final, la única imagen incluida en la propia portada, un guisante, ganó la definitiva identificación y el doble vinilo que cambió muchas mentalidades ligeramente estancadillas en la alborotada década recién acabada -los años sesenta- fue siempre conocido en las veteranas tribus rockeras  como el disco del guisante. Ojo, estamos ante unas grabaciones que nos colocaron a todos en el momento exacto de cuando y dónde debían suceder los hechos: Gran Bretaña, 1971.

La mayoría de las grabaciones que contiene este formidable doble álbum eran samplers, pruebas, promos, lotos de Island Records para calibrar el ambiente de la calle y emisoras radiofónicas, también dirigido de una manera disuasoria, provocativa, a los críticos del New Musical Express o el otro gran semanario de actualidad musical británico Melody Marker para que sacaran pecho y proclamas hacia los lectores que quisieran estar a la última. Pura efervescencia generacional que aquellos días de rupturas, creaciones e innovaciones volteaban una y otra vez las listas de preferencias. Todo vale, nada sobra.

Contraportada de El Pea
Aquellos días, Island Records andaba más distraido con la música reggae y con el ambiente jamaicano que ya se divertía de lo lindo en las islas británicas. A aquel frenesí le llamaron ska y su introductor en las islas fue realmente un tipo muy especial llegado de la isla caribeña: Chris Blackwell.  Su carrera mercantil en las islas británicas comenzó en Londres, vendiendo discos -de reggae, claro-  a la parroquia afroamericana que habían llegado de Jamaica, como él que eran muchos y agitados. Lo hacía desde el maletero de su coche en plena barriada de Brixton. Progresando en aquellas ventas improvisadas llegó a pegar algún pelotazo de importación que le animó a montar la discográfica, lo que explica la participación de Jimmy Cliff en El Pea con  Can't Stop Worrying, Can't Stop Loving y, desde luego, el exitazo en Occidente unos años después a través de Island Records del gran Bob Marley.
Blackwell fue un personaje clave, sin duda influyente, en la evolución musical de los setenta que a través del disco del guisante quiso presentar lo más interesante del incipiente mercado rockero, jóvenes llegados del pop y la furia beat que comenzaban a inventar entonces el edén de las músicas, la libertad total para explicarlas en cualquiera de los formatos imaginados. Desde la copla y danza más tradicional, imbuida de folkies y reinonas de la canción legendaria y secular hasta el rock más cercano a lo que pronto alguien denominaría Hard Rock o Heavy Metal, estilos entonces aún conocidos como Power Rock o Rock Progesivo, como el del grupo Mountain (los únicos americanos del reparto en El Pea, bueno, en realidad sólo el neoyorquino Leslie West, su orondo y exquisito vocalista y guitarrista que aquellos días disfrutaba de la movida británica junto al productor de los famosos Cream, Felix Papalardi, que tocaba el bajo en su banda).

El lanzamiento del álbum El Pea significó un grito de bienvenida a la segunda gran explosión británica en sólo diez años (después del arrebato beat). El secreto de Blackwell fue fichar a muchos músicos que no correspondían al fotocall premiado de las multinacionales discográficas repleto de fantasmones, colorines y pop bubble-gum (la música chicle). David Swarbrick, un decir, era un violinista a la vieja usanza gamberra y cervecera y en ése ambiente de Island se convirtió en el rey del cañerio festivo. Todo el séquito Fairport Convention, banda de extraordinarios músicos itinerantes, secundó aquella juerga, con Sandy Denny arrastrando su impecable dicción rockera idolatrada para la eternidad  tras su inmediata desaparición del mapa. The Incredible String Band, tres cuartos de los mismo, hippies hasta el corvejón sus cantos y bailes llenaron de vida sana y caldos lisérgicos cualquier celebración y ceremonia. Un opereta de juglares alrededor del fuego (todo vale, nada sobra).
Pero aquel puñado de canciones guardaba como tesoros alguna que otra sorpresa como, por ejemplo, una terapia para la ensoñación y los tiempos muertos. Ahí irrumpían Tir Na Nog bordando el papel de místicos y acústicos. El dúo partía el alma cuando cantaban  Our Love Will Not Decay rodeados de tablas, tambores orientales, arpas, el exótico dulcimer (una especie de instrumento de cuerdas percutidas) y guitarras de doce cuerdas. Aquello, hasta entonces no se había escuchado jamás, compartiendo deslumbramientos y seducciones con el trío Amazing Blondel, otra oda al misticismo cuya música se ubicaba básicamente en los siglos XIV y XV, adornada de perfectas armonías vocales y golpes de, una vez más, guitarras acústicas. Nada sobra.
Nick Drake ejercía su intimidación en aquel doble con One of this thing is first, una canción que hoy misma sigue igualmente alterándonos el corazón. Siempre actual Drake, vigente ahora, oportuno entonces, una suerte de trovador eterno, imperecedero desde su prontísima desaparición fisica. Como Quintessence, un bandón inolvidable. Una tribu cosmopolita (ninguna coincidencia de orígenes entre sus seis miembros) de diletantes de la cultura oriental armados hasta los dientes de saxos, guitarras rockeras, pianos y desde luego todo el surtido de la escenografía hindú que uno pueda imaginar. Aún así, rock y blues de muchos quilates en esencia. Bárbaros en Dive deep, y en el álbum Quintessence, una oda al libre albedrío, emancipación absoluta en definitiva.

Pero El Pea, desde luego Chris Blackwell, jugaba fuerte a ganador, con algunos seleccionados que ya habían hecho estallar anteriormente la bomba Island en el panorama internacional. Traffic, por ejemplo, con un tema, Empty pages,  de uno de sus discos más personales, John Barleycorn must die. En lo que a mi respecta la obra cumbre del supergrupo; en su extravagante mensaje, John Barleycorn era la personificación del alcohol, "la compañía ideal para caminar por la senda de los dioses", según el relato autobiográfico de las vivencias y aventuras de Jack London, su creador. La narración se convirtió en una cantinela tradicional, puro folklore jaranero que también grabarían Fairport Convention y Steeleye Span. Traffic fueron, ¡y hay que decirlo, y muy alto!: Stevie Winwood, Jim Capaldi, Chris Wood y Dave Manson, el claro exponente de un magisterio siempre indiscutible; También estaban Jethro Tull, con Mother Goose, otra pieza en otro álbum histórico, Aqualung, palabras mayores...(necesitaría un capítulo aparte); Emerson, Lake and Palmer, con Knife Edge, una provocación más de otro de los nombrados entonces supergrupos, una sorpresa su presencia que valió una bronca entre el grupo y Blackwell: ellos querían incluir Lucky Man, su imponente bautizo musical como trío pero perdieron la porfía. Bien: Jimmy Cliff, ya lo hemos dicho; Cat Stevens, en el mejor momento de su carrera antes de hacerse musulman, en Wild World, otro de aquellos pelotazos de amor; Free, los de All right now para toda la vida que aquí dejan disfrutar a Paul Kossoff, su problematico y exquisito guitarrista, en un tema propio, Highway song y con Paul Rodgers ejerciendo su imperial timbre de rock, de cantante de rock: uno de los más grandes intérpretes de aquel rock progresivo que se ha conocido.

Mc Donald and Giles
Uno de los detalles que distinguen este formidable doble ejemplar de vinilo es la participación de Ian Mc Donald y Michael Giles, dos de los responsables en la creación de la magnifica y mítica banda King Crimson, el grupo cuyo tutor, Robert Fripp, pasó a ser uno de los principales gurus de la década.  Extract From Tomorrow's People, el tema que les representa en El Pea pertenece a la primera etapa de los músicos, coincidente con el debut del Rey Carmesí. Es el único álbum que grabaron como dúo y cuenta con algunas colaboraciones meritorias como la de Stevie Winwood que por aquellos días grababa en el mismo estudio la fantástica historia de John Barleycorn con Traffic. Un remate extraordinario en un elenco irrepetible de futuras estrellas.
El Pea
será perdurable con los años porque no ha perdido ni un ápice de su idiosincrasia, la creatividad sin red, la originalidad, el profundo barroquismo de un años convulsos en cambios, búsquedas y nuevos registros. Aún hoy, muchos de los nuevos nombres que aparecen en el mercado discográfico nos llevan a alguno de aquellos pioneros del rock más sincero. Con El Pea, la música de rock alcanzó su culmen, su punto de adorable partida.


3.3.17

Llena tu cabeza de Rock. La educación subliminal. 1ª parte




Los discos que cambiaron la historia del rock
Una apuesta decisiva por la música de vanguardia


The Rock Machine Turns You On
Al menos para algunos zagales que cuando se despedían los fantásticos sesenta nos pusimos las pilas en España con dos increíbles ediciones de la multinacional discográfica CBS, The Rock Machine Turns You on (1968) y Llena tu cabeza de rock (1970), dos volúmenes que avanzaban lo que iba a significar en el mundo de la ya definida como música Rock la inminente década de los setenta y el fin de siglo.

Llena tu cabeza de rock
En realidad, Columbia no arriesgaba tanto en aquellos elepés recopilatorios puesto que aparecían en ambas ediciones artistazos ya consagrados por aquel entonces, como Bob Dylan, Leonard Cohen, Santana, The Byrds, Blood Sweat & Tears, Simon & Garfunkel, Chicago o Janis Joplin. La estrategia americana consistía en vender ambos discos bajo el reclamo de estos figurones, algunos de ellos descubiertos en Woodstock o Monterrey, las dos grandes citas de finales de masas en directo de los sesenta y de paso regalar los oídos con los sonidos de otros artistas casi desconocidos y por tanto menos afortunados en ventas y popularidad. En ningún caso en calidad artística porque a través de aquel par de entregas muchos pudimos conocer en nuestro país la mítica de Mike Bloomfield, por ejemplo, unos de los guitarristas más grandes que ha dado el blues blanco, muerto prematura y lamentablemente como muchos de aquellos jinetes de caballitos desbocados. Bloomfield manejó con maestría de pionero la acústica (un ruego: escuchad si podéis su álbum If you love these blues play them as you please) y la eléctrica (fue la primera guitarra con amplificador que empleó Bob Dylan en Newport y en Blonde on Blonde). O el mítico Taj Mahal en una versión alucinante del Stateboro Blues, o The Zombies de Rod Argent con aquella canción con la que muchos aprendimos a imaginar sueños de sugestiones y acaloramientos, Time of the season. También Spirit, emocionantes en Fresh Carbage, una de esas canciones perfectas; Moby Grape, atómicos y didácticos en aquel mensaje demoledor llamado Can´t be so bad , Roy Harper, Flock, Black Widow, Skin Alley, Steamhammer o hasta el albino de los albinos Johnny Winter.

Rock 71
Comenzada ya la nueva década, pronto apareció Rock 71, también de CBS, en el mismo tono de sus entregas anteriores y casi con el mismo reparto aunque incluyera entre tanto divino, sin que muchos entonces se explicaran su presencia en aquella selección, la gran figura del jazz Miles Davis, suspirando el trompetista aquellos días por la compañía musical del guitarrista perdido entre bambalinas ácidas y sonidos recién estrenados, Jimi Hendrix. A él y al eterno desencuentro estaba dedicada en parte la obra que interpretaba Davis en aquella formidable grabación del 71, Bitches Brew.

Pinchamos ahora aquellas reliquias (en vinilo, ojo) y no ocurre como suele suceder con algunas otras obras artísticas -música, cine, arte, literatura...- que el tiempo las ha devorado y las ha reciclado como compost, como abono orgánico para la memoria descompuesta, restos inservibles de tu propia evocación ahora convertida en pura basura, no nos engañemos. En cambio, en estas obras de CBS recibimos lecciones magistrales prácticamente desconocidas históricamente, como la portentosa exhibición de Moby Grape, ya comentada o, en otro ejemplo más rimbombante, la de una banda psicodélica llamada The United States of America que en I won´t leave my wooden wife for you, sugar adelantaba ya la inminente llegada de la sofisticación electrica con los primitivos secuenciadores y sintetizadores Moog, todo ello adornado con un discurso abiertamente comunista  y explotando el recién estrenado arte de la performance. El tema es una bomba de relojería y venía incluido en su álbum de presentación El jardín de las delicias terrestres: la CBS (hoy Sony Music) contra el mundo corriente, la ordinary people... quien lo iba a sospechar. Siempre he atribuido esta presencia a la inapelable influencia que ya ejercía por aquel entonces The Mothers of Invention de Frank Zappa a todas las bandas californianas disconformes con lo establecido y Vietnam echaba humo esos días. Al final, curiosamente, Frank Zappa acabaría editando obra en CBS.

Portada interior de Rock 71
The Byrds también aparecen en este traqueteo discográfico con un emocionante Dolphin Smile en el primero de los dos álbumes, una canción que me traslada inevitablemente a aquellos años de adolescencia,  frágiles como el cristal, hermosos como cualquiera de nuestras turbaciones. Allí estaban todos, todos los que siempre debieron estar: Roger Mc Guinn, David Crosby, Gene Clark, Chris Hillman y Michael Clarke. Las doce cuerdas de la Rickenbacker de Mc Guinn y las armonías vocales de Crosby y Clark me/nos han acompañado a lo largo de toda una vida.

It´s a beautiful day
La espectacular irrupción de It´s a beautiful day en uno de estos discos (Rock 71, con Don And Dewey) llegó tarde puesto que la banda andaba en tramites de separación cuando salió el doble, pero lo que acababan de hacer con su álbum de debut  y su inolvidable mensaje White Bird le otorgaron merecidamente a la obra el título de obra maestra. El grupo de David LaFlamme (tocaba un violín de cinco cuerdas) ahora simboliza el espíritu de San Francisco en aquellos años de peace and love, pero la banda suena aún hoy como un cañón en cada uno de sus temas.


Reposo eterno de Jimi Hendrix en Seattle
Con los Beatles en estado de shock, Brian Jones buceando de por vida en su propia piscina, Janis Joplin, Jim Morrison y Jimi Hendrix engalanando sus relucientes casas de campo a estrenar, estas tres ediciones españolas de la Columbia sirvieron, al menos, como cabalgata de apertura de una época dorada de grupos y discográficas, solistas y sorpresones (toda la factoría Warhol lo fue con Velvet Underground como estrellas). La competencia a CBS fue extraordinaria, pétrea, vigorosa, con bandas como Led Zeppelin, los restos de Cream, los Mothers de Frank Zappa, toda la música de la costa oeste americana y el relevo británico de Jethro Tull y otras evocaciones que contaremos en la segunda parte de esta memorabilia. La música de rock comenzaba un largo y fructífero periodo.

En el siguiente capítulo: El Pea. La educación subliminal. 2ª parte