El maestro del blues se da una vuelta por España: Zaragoza, Avilés, Bilbao, Madrid, Málaga y Girona
Ése señor mayor ordenando el merchandising |
La anécdota relatada y vivida en primera persona no hace más que confirmar el comentario de muchos de sus músicos, los bluesbreakers de toda la vida, en el sentido de la obstinación y obsesión que ha tenido siempre John Mayall en controlar cada uno de los movimientos que tuvieran que ver con su extraordinaria y sagrada misión apostolar de difundir el blues por cualquier rincón del mundo: las grabaciones y producciones de cada disco, la selección de clásicos cuando los temas no eran del propio Mayall, las portadas y diseños de los discos, escenarios, posición de los músicos en el entablado, la programación y contratación de las giras...
Eric Burdon, John Mayall, Jimi Hendrix, Stevie Winwood y Eric Clapton en una foto de la época |
John Mayall, que por cierto empezó relativamente tarde su carrera musical (a los treinta años) con los primitivos Bluesbreakers, como buen explorador de emociones fuertes no quedó atrapado al menos en aquella etapa (1960-65) en todas sus referencias iniciáticas del modelo Chicago Blues, ya sabes, Otis Rush, Muddy Waters, B.B.King, Elmore James, etc., como hicieron básicamente todos, he dicho todos, los bluesmen británicos de la época. Los mayores y por tanto también “maestros” como Alexis Korner o Graham Bond y los jóvenes como la “escolanía” antes mencionada con John Mayall. Al contrario, en los albores de la década de los setenta hizo varios giros espectaculares en sus contenidos y abordó formaciones inusuales y francamente novedosas en el mundo del blues: El álbum Turning Point (1969) presentaba en directo a una banda sin batería y con el protagonismo casi absoluto de la flauta de Johnny Almond y aquella acústica inolvidable de Jon Mark. La formación se repetiría en dos discos más, el Empty Rooms y el USA Union, ambos joyas del 70, si bien en el último se incluía al violinista llegado de las Madres de Frank Zappa, Sugarcane Harris. Tres discos soberbios, originales, brillantes, muy por encima de la media. Yo creo que fueron los que definitivamente le dieron la gloria a John Mayall como músico y compositor, acabando con la vieja leyenda de que su persona había sido utilizada por las incipientes grandes estrellas (Clapton, Green, Taylor) para la propia proyección personal de estos. Luego llegarían incursiones muy vistosas con secciones de viento y arreglos en algún caso cercanos al jazz, pero para ése entonces John Mayall ya no tuvo que justificar su fama de haber sido simplemente un gran instructor de blues.
No obstante, parece que a finales de los setenta del pasado siglo Mayall se equivocó al cambiar su domicilio británico por el de los Estados Unidos, posiblemente pretendiendo con ese viaje estar cerca de la versión blues más correcta, la original y genuina de New Orleans que la que él había practicado desde sus comienzos inspirada en Chicago. Desde entonces, curiosamente, los discos de Mayall perdieron en frescura y personalidad y no, no siguió con su vocación, al menos que se sepa exitosa, de fabricar gemas sonoras a la altura de Eric Clapton, Mick Taylor o Peter Green, bachilleres hoy doctores que suelen acudir a los homenajes que ya el gran sabio de Manchester comienza a recibir con cierta frecuencia.
John Mayall en Segovia (2011) |
Ni que decir tiene que a mi no me dirigió la palabra una vez comprobado que yo no tenía ninguna intención en adquirir nada de su pequeño rastrillo en el hall del teatro.
Y es que los años le están haciendo a uno perder mitomanías.
Publicado en la revista mensual de cultura El Cuaderno, número 54. Marzo de 2014.
1 comentario:
Me encanta la capacidad que tienes para acarrearnos a terrenos del cinco a estas figuras que hemos tenido por lejanas e inalcanzables. Me imagino a John Mayall con su tenderete en el teatro, enchufando el mismo los cables de esa armónica con patas que toca en los bolos...
Junto a los vinilos, que conservo, de vez en cuando escucho en CD el USA Union con una foto de John Mayal donde se parece sorprendentemente a Mari Trini, aunque con barba de chivo. Una figura singular. Coincido contigo en la deriva de algunos de sus discos, pero todo se le perdona a este zahorí que ha encontrado las vetas y aguas que han regado cincuenta años de la mejor música. ¡Qué ojo para echar cluecas!
Un placer escucharlo a él y leerte a ti.
Un abrazo.
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