PASCAL Y LA SABIDURIA
Los males del hombre vienen de no saber estar solo en su habitación..., dicho así tiene su aquel. Lo dijo y lo escribió por primera vez Blaise Pascal, aquel filósofo francés famoso por no haberse aburrido nunca en vida; una vez enterrado, en 1662 a los 39 años, la cosa tuvo que ser diferente pero para ese entonces a él ya le daba igual. A Pascal, vivo, le dio por las matemáticas, las calculadoras, la ciencias naturales y hasta el diseño (hablamos del siglo XV). Como este ejemplo de sabiduría y refinamiento (He redactado esta carta más extensa de lo habitual porque carezco de tiempo para escribirla más breve, es otro de sus pasmos) hay muchos, muchísimos más personajes en la historia que nunca han sabido estarse quietos. Sin ir más lejos, y por supuesto sin haber entrado nunca en la historia ni esperanzas, yo mismo. Personalmente conozco a muchos que les ocurre igual, yo soy feliz en mi habitación no como el grupo Mecano; he dirigido todos los pasos de mi vida, todos mis planes para ser feliz en mi habitación, desde donde controlo todos mis movimientos anímicos y estructurales de cada día: la pintura y las artes, la lectura en su concepción globalizadora, la escucha de discos de Frank Zappa, por nombrar a alguien, el cine, ¡el cine en tu habitación! ¡qué privilegio!, la contemplación del espacio tierra sin cantearme de la silla... Así, por ejemplo, puedo escribir estas líneas sin salir del barrio Tejares y sin dejar de mirar la postal del Bugatti de Pinin Farina que preside mi estudio.
PREÁMBULOS A UN HOMENAJE
Y para hacerlo realidad, nada mejor que un homenaje. Tenía un amigo que fatalmente ya se despidió hace unos años, Manuel, Manolo Rodiel, al que le encantaban los homenajes. Pero a él le ponían esos homenajes... rancios, de olor a cigarro puro y anisete. De contraluces pardos marcados en el escenario de un casino con sabor a juego floral: le voy a hacer a éste un poema que se va a cagar, pensaban frotándose las manos los prebostes anclados definitivamente en la máxima categoría del carcamal. A Rodiel siempre le chocaba la elección del homenajeado, por lo general un mindundi o una persona lejos de merecerse hasta el saludo. “¡Vamos a hacerle un homenaje a pichabrava!” abrió un día la mañana mientras lucía en la mesa del bar-restaurante Los Molinos una esplendorosa fuente de pajaritos fritos con huevos. Javier Tornero, pichabrava, era un “cortinillas” de Sisante cuyo mayor merito adquirido era, por lo visto, el mantenimiento y cuidado de un descomunal atributo en la entrepierna. Cada semana, Rodiel organizaba un homenaje parecido al de pichabrava, a sabiendas de que nunca llegaría a realizarse la utopía, pero de esa manera Manolo era feliz y se tronchaba y nos tronchábamos.
UN DISCRETO ADIÓS
A lo que iba, el homenaje. En este caso aprovecho la ocasión para saldar una cuenta aplazada demasiado tiempo. Nada mejor que reflejar en estas páginas mi sentida pesadumbre por la desaparición hace ya casi nueve meses de mi admirado John Weldon Cale. Se fue como vivió, discretamente; eso es: de un discreto infarto, esos golpes de pecho que no avisan y te eliminan sin rechistar. Su muerte en pleno julio me pilló en la carretera de verano, ésa que te cambia las costumbres en un libre albedrío difícil de controlar. Luego llegó mi propia lucha contra el mal de Cale, de la que salí tan campante y desde entonces buscaba la manera de expresar mi pena y mi constante recuerdo a uno de los personajes que más feliz me ha hecho escuchando blues acariciando las raíces del Tulsa Sound, la capital del okie, ese tipo de músico del que todos los grandes presumen haber tenido alguna vez en su banda, o ese jazz enmascarado que machacaba invariablemente en un misterioso contratiempo, su famoso laid-back. En el extraordinario documental To Tulsa And Back: On Tour With J.J.Cale (2005) el músico lo explica gráficamente:
“Quizá sorprenda, pero el mejor ejemplo de música laid-back es Billie Holiday. Billie cantaba siempre fuera de ritmo. Daba igual si el ritmo era rápido o lento, siempre cantaba tras el golpe. Eso me gusta mucho, produce un efecto muy diferente. Son pausas mínimas que no se perciben. Hasta las canciones rápidas las toco un poco fuera de ritmo y a eso lo llamo laid-back. Se me ha etiquetado con ello pero no lo inventé, ya lo hacía Billie Holiday”.
J J Cale con Eric Clapton |
En J.J.Cale (las dos jotas vienen de un afrancesamiento gratuito – Jean Jacques- después de una época que el músico paso en New Orleans) jamás hemos sufrido un deterioro, una renuncia, menos una vulgaridad o una modorra..., J.J.Cale fue puro y técnicamente un prodigio, con esa transparente nebulosa que envolvía sus juegos de guitarra amable, sofisticada, limpia de púas y alborotos, paseando la técnica más depurada de interpretación que maldito alguno pueda presumir. Bueno, decir que Cale era un maldito es porque los críticos como yo somos gilipollas: maldito es el que nombra al maldito. ¿Qué es eso del malditismo?, ¿no comerse un top-ten a cambio de un pellizco al corazón?. ¿Malditos Tom Waits, Nick Drake, Nick Cave, J.J.Cale?... Lo que pasa es que esta gente se ha pasado toda su vida rondando los límites de nuestras perezas especulativas.
Malditos..., anda que...
Maldita... es la mala costumbre de morir, como (y ya que me meto en necrológicas) le ocurrió el último año a George Duke, Otis Harris (The Temptations), Ray Manzarek, Richie Havens, Alvin Lee, Kevin Ayers, Tony Sheridan, Reg Presley, Lou Reed, Chico Hamilton y ya en este año a Bob Casale (Devo), Scott Asheton, batería de los Stooges y nuestro gran Paco de Lucía. Esos también han sido malos tragos aunque sirvan ahora de pequeños homenajes al estilo Rodiel en un débito obligado a saldar.
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