Carne fresca para la música global
Un canto a la música libre. Así es en directo una actuación de la agrupación albaceteña Matadero Band, que se dieron un fiestón el pasado 9 de enero en el principal coliseo de la ciudad, el Teatro Circo.
Para avisar de que lo que llegaba era una multifunción de conceptos, dos percusionistas, uno blanco y otro negro, avisaron a las primeras luces del espectáculo con aquellos atrevidos ritmos nigerianos con los que el gran Fela Kuti provocaba constantemente en los setenta a la policia de Lagos. Claro, en el teatro no había, obviamente, policia ni siquiera la más mínima aspereza crítica hacia la banda, más bien todo lo contrario: una sumisión y vasallaje de entrada que puso a los músicos como una moto. Estaban todos: padres, madres, cuñados, novias, amigos y una completa legión de incondicionales que no pusieron el cartel de "no hay billetes" porque el show era gratuito. El acierto del afrobeat inicial se fundió ante la sorpresa general con un Fever, marca Peggy Lee, que interpretó con un bozarrón de mujer gastada la neoportuguesa Rosa Bautista. La chica,con clase y estilo, parecía sacada del viejo café Le Figaro en Manhattan donde cada noche corría el licor y el tabaco de La Habana. Ahí se acabó la República de Kalakuta, ahí, casi de primeras, enviaron ése mensaje obsesivo de que lo que hacen es puro mestizaje, sin géneros ni etiquetas, música global en todo caso. A Matadero les vale todo: el continente africano de Richard Bona, Fela, Youssou N'Dour, sus ancestros americanos funkys de Kokolo Afrobeat, el blues de Brian Seltzer en Stray Cut Scrut (unos coritos tan tímidos como los de Stray Cats se echaron de menos), las tonadas de Cesárea Evora y un salto mortal sin red: el Chamaleon de Herbie Hancock para lo que echaron mano del pianista eléctrico Julio Guillen, de Groove3.
Uno pensaba entonces en la pirueta mágica que ha dado la música de nuestros grupos en Albacete que hasta hace poco machacaban y maltrataban sin piedad nuestros oídos con composiciones propias a las primeras de cambio, dándole descaradamente la espalda a los principios fundamentales de cada músico: iniciarse en el directo con sus propias referencias. Lo han hecho hasta los más grandes y no sólo no es una vulgar concesión a la creatividad sino que supone una escuela estricta para ellos y un disfrute para nosotros, aunque no salga igual. Matadero además, no calca los temas sino que utiliza los clásicos como soporte o muletilla de su música lo cual es un logro importante en sus objetivos, aún en el horizonte. Cuando lo hacían el concierto se venía arriba, cuando no, la cosa decaía en una peligrosa monotonía porque, no lo olvidemos, están aún en la forja del artista.
Cuando Alberto Sánchez, el guitarrista, anunciaba la despedida a Pedro Vargas, al batería tuvo que hacérsele un nudo en la garganta. Era el Soul Sacrifice de Carlos Santana que requería el esfuerzo natural de aquel Mike Shrieve original y más aún, el del gordo Buddy Miles que entronizó a base de baquetazos el espectáculo puro en los, una vez más, años setenta. Otro lío. Otro acierto. A los conciertos en directo, con tu gente debajo, hay que echarle bemoles y Matadero Band se los echó. Con los vocalistas, con el trío básico de la banda, Miguel Cortijo al bajo y con el resto de colaboradores y vientos que hicieron de la velada una puerta descaradamente abierta a la noche. Divertido.
Matadero Band actuan el 29 de enero en la Sala Moby Dick de Madrid, uno de los referentes en la noche musical de la capital.
Un canto a la música libre. Así es en directo una actuación de la agrupación albaceteña Matadero Band, que se dieron un fiestón el pasado 9 de enero en el principal coliseo de la ciudad, el Teatro Circo.
Para avisar de que lo que llegaba era una multifunción de conceptos, dos percusionistas, uno blanco y otro negro, avisaron a las primeras luces del espectáculo con aquellos atrevidos ritmos nigerianos con los que el gran Fela Kuti provocaba constantemente en los setenta a la policia de Lagos. Claro, en el teatro no había, obviamente, policia ni siquiera la más mínima aspereza crítica hacia la banda, más bien todo lo contrario: una sumisión y vasallaje de entrada que puso a los músicos como una moto. Estaban todos: padres, madres, cuñados, novias, amigos y una completa legión de incondicionales que no pusieron el cartel de "no hay billetes" porque el show era gratuito. El acierto del afrobeat inicial se fundió ante la sorpresa general con un Fever, marca Peggy Lee, que interpretó con un bozarrón de mujer gastada la neoportuguesa Rosa Bautista. La chica,con clase y estilo, parecía sacada del viejo café Le Figaro en Manhattan donde cada noche corría el licor y el tabaco de La Habana. Ahí se acabó la República de Kalakuta, ahí, casi de primeras, enviaron ése mensaje obsesivo de que lo que hacen es puro mestizaje, sin géneros ni etiquetas, música global en todo caso. A Matadero les vale todo: el continente africano de Richard Bona, Fela, Youssou N'Dour, sus ancestros americanos funkys de Kokolo Afrobeat, el blues de Brian Seltzer en Stray Cut Scrut (unos coritos tan tímidos como los de Stray Cats se echaron de menos), las tonadas de Cesárea Evora y un salto mortal sin red: el Chamaleon de Herbie Hancock para lo que echaron mano del pianista eléctrico Julio Guillen, de Groove3.
Uno pensaba entonces en la pirueta mágica que ha dado la música de nuestros grupos en Albacete que hasta hace poco machacaban y maltrataban sin piedad nuestros oídos con composiciones propias a las primeras de cambio, dándole descaradamente la espalda a los principios fundamentales de cada músico: iniciarse en el directo con sus propias referencias. Lo han hecho hasta los más grandes y no sólo no es una vulgar concesión a la creatividad sino que supone una escuela estricta para ellos y un disfrute para nosotros, aunque no salga igual. Matadero además, no calca los temas sino que utiliza los clásicos como soporte o muletilla de su música lo cual es un logro importante en sus objetivos, aún en el horizonte. Cuando lo hacían el concierto se venía arriba, cuando no, la cosa decaía en una peligrosa monotonía porque, no lo olvidemos, están aún en la forja del artista.
Cuando Alberto Sánchez, el guitarrista, anunciaba la despedida a Pedro Vargas, al batería tuvo que hacérsele un nudo en la garganta. Era el Soul Sacrifice de Carlos Santana que requería el esfuerzo natural de aquel Mike Shrieve original y más aún, el del gordo Buddy Miles que entronizó a base de baquetazos el espectáculo puro en los, una vez más, años setenta. Otro lío. Otro acierto. A los conciertos en directo, con tu gente debajo, hay que echarle bemoles y Matadero Band se los echó. Con los vocalistas, con el trío básico de la banda, Miguel Cortijo al bajo y con el resto de colaboradores y vientos que hicieron de la velada una puerta descaradamente abierta a la noche. Divertido.
Matadero Band actuan el 29 de enero en la Sala Moby Dick de Madrid, uno de los referentes en la noche musical de la capital.
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