Una vida disparatada, exasperada, caótica; una vida sin desperdicios, liquidada. Eso es lo que sucede. Una vida encanallada desde la repelente niñez a la madurez más cutre y descabellada. Una vida nada ejemplar basada en la más sólida corrupción moral y en la ética más irreverente. Una mierda de vida, para entendernos, de un personaje asqueroso y repugnante y desaprensivo que hace de Torrente una ursulina. La historia de una desfachatez. Los fantasmas de Edimburgo, de Eloy M. Cebrián es la novela más divertida, irreverente y mejor escrita que yo he leído desde hace muchos años. Un marasmo de vidas horrorosas, sucias, imperdonables y desprovistas de sentido, que se cruzan en episodios sombríos, unidos por un hilo de acero herrumbroso que cose los cerebros con dolorosa precisión. Carver se queda en mantillas. La escueta desdicha. Arropémoslo. Le ha salido un hijo que escribe cien veces mejor que él. Celebremos a Eloy M. Cebrián.
Monsieur Leve
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