10.8.17

El Tesoro de Lodares. 30 años de pop albaceteño. El Libro





A Lola, a Mónica y Eduardo,
la mejor banda que jamás haya visto en directo


A mis tíos Miles y Jimi


Lector, pasa sin llamar y sin cuidado; que no te sea extraño este recinto de música proyectado por el autor como la traza del pasaje de Lodares, el edificio de nuestro siglo (del mío), un trasvase urbano que echa a las gentes de la calle Mayor a la del Tinte y al revés. Discurriendo bajo su acristalada bóveda, Juan Ángel instaló en ella la galería de músicos, de canciones y de bailes que aquí se presenta. Un tesoro. Pasaje de Lodares.
Nos ha unido la radio; su mesa como una gran pradera de papeles y discos en la que charlar antes de compartir el micrófono varias veces por semana: días de gala en los que tengo el gusto -podría decir- de seguir aprendiendo de él.
Por su voluntad, y mi obediencia, mi nombre y estas palabras descorren las cortinas de este pasaje.

José Antonio Tendero



El autor desea agradecer expresamente la colaboración prestada por

Luis Arteaga, Jesús Castillo, Antonio Cordón, Antonio Cuesta, José Luis Lomas Faema,
José Ángel López Salcedo, Isidro Martínez. Leopoldo Martínez, Leopoldo Martínez
 Cebrián, Adrián Navarro, Miguel Núñez, Casimiro Ortega, José Robles, Juan Rosa,
 Luis Sánchez Pingarrón, Andrés Serrano, Juan Siquier e Ignacio Valero.

Colección Ensayo
Primera edición: 1993
Ediciones de la Diputación Provincial de Albacete
Director: Andrés Gómez Flores
Diseño y maquetación: Candelario G. Flores
Copyright Juan Ángel Fernández
Copyright Editado por la Diputación Provincial de Albacete
Impresión original: Gráficas Campollano
I.S.B.N.: 84-86919-61-4
Depósito Legal: AB-179/93
Impreso en España

9.8.17

El Brillo de los Días




California en los sueños, vitaminas vigorizantes ante la vulgaridad y ninguneo del país valenciano. Alfonso G. Ródenas disfruta cada mañana con el brillo de Malibú Canyon y lo cuenta porque puede hacerlo. Ry Cooder, Ben Vaughn, Mark Olson son sus testigos y hay algo de alegría patria en el regocijo de sus paisanos albaceteños ahora. Exactamente igual cuando aquel librero de Boston preguntaba entusiasmado el porqué de una fotografía que me hice junto a un cómic de Sergio Bleda que estaba en la estantería: “Es amigo mío”, le dije. Entonces el librero americano me confesó su devoción por el manchego.
A Antonio Naharro le conocí en Abycine, presentaba su premiada película Yo también. Ahora no me extraña lo que le ocurra: es una de las mejores personas artistas que he conocido y gente así debe llamar a las puertas del cielo. Con Chema López, admirable su obra, me une el blues (lo cuento) y algo que yo desconocía y que suele ocurrir mucho en Albacete: ¿y tu de quién eres?, resultó ser de gente cercana, de gente buena; otro éxito racional. Con Eloy M. Cebrián ya disfruto del birreo. Ya intimamos. No lo podía imaginar hace un tiempo cuando cayó en mis manos el libro más divertido que recuerde: Los Fantasmas de Edimburgo, dinamita pa´ los pollos, me dije al leerlo. A Joaquín, el Membri, lo encuentro concienzudo y trabajado, reflexivo, cachacero y siempre ocupado, menos cuando brindamos en El Torito. María, La Cañi en la televisión, Esperanza Pedreño vamos, es otro de esos encantos que estaban por descubrir personalmente y eso que, por ser de aquí y trabajar en el teatro, pueda resultar incomprensible no habernos topado antes. Ahora creo que tengo amiga para rato.

Con Bleda y Rosa nos tomamos un café en Portobello Road. Estaba obligado a llamarles después de su estrecha colaboración en el libro. También huele a larga amistad, aunque lejana. Ya vendrán. Lo de Serzo, Jóse, es parecido a lo de Eloy, que previa admiración irrumpe el dialogo fluido. Incansable, idealista, próximo siempre, no hay más que ver la portada del libro para intuir sus enormes posibilidades. Otro gran amigo ganado. Coleccionar amigos, qué bien. No es el caso del Gea, lo dice en el prólogo, él hace tiempo que es de la familia (el tío Choni nunca olvida). Con Andrés Alberto Gómez me une el respeto y, claro, otra vez la admiración. Curioso, uno de los más jóvenes protagonistas del libro, pero uno de los más serios y respetables. Será el clavecín, que hasta ahora no figuraba en mis alineaciones. Son los mundos por descubrir los que me han lanzado a esta impagable aventura y me han regalado tantas amables sorpresas. Otro de los más jóvenes es Rubén, Rubén Martín, otro personaje que domina la mesura y el recio comportamiento. Te mira y escribe. Le saludas y te hace un cuento. Jóvenes y sensatos ¿el nuevo siglo?. Sorpresas como la de la recuperación del Teatro Candilejas, que no el conocimiento de Engracia Cruz, esa hormiguilla tocada por Hamelín, libertaria incansable que ha encontrado su pasillo a los océanos. Tan cerca por cierto de la iluminación de Siquier, Juan, el virtuoso de la guitarra que ahora lo es de la infografía. Qué cosas, hay gente que no dejará nunca de ser artista. Seguro que lo es arreglando una cañería. Me lo imagino: primero la dibuja, la compone y el tubarro hace circular el agua. Manualidades (por eso no seré nunca artista).


Tuve mi enésimo encuentro con Fernando Alfaro y fue el mejor de todos. Los años y las aventuras le han dado poso y clase. Ahora es un símbolo nacional. Representa aquello que traspasa la comprensión mercantil y se convierte en culto, pero él hace lo de siempre: canciones. Goyo Jiménez habla y negocia con Robert de Niro y luego conmigo. ¿Nos habremos vuelto locos?. El rey del Vocoder manual es ahora productor, guionista, actor, empresario... y, sin embargo, amigo. Sólo un personaje como él puede cambiar tan fácilmente de registro. Le va bien, se lo ha currado. Ya está bien. A Miguel el berlinés hay que cogerlo al vuelo. Aparece y desaparece con la facilidad del mosquito de entre-otoño. Cuando llega es por que ha visto a Dios y el tío lo pinta. Y cada vez mejor. Gana con los años. Pronto será una liturgia. Como el menesteroso Arturo Tendero, otro omnipresente que lo mismo dicta una instancia gremial que te escribe un haiku, o una de esas historias que sólo viven los elfos. Duende de escritorio, eso es lo que es.

Rosa Díaz Martínez-Falero ya es una dama de la escena española. Le acaban de otorgar el Premio Nacional de Artes Escénicas para la Infancia y la Juventud. No se inmuta, lo ve natural, como yo. Rosa viaja y es difícil verla. Vive en Granada que es como vivir en el Olimpo, pero nuestra relación fluye y explota como la pólvora. Carmina y Manuela se ríen mientras. Carmina y Manuela se ríen de todo, se ríen siempre y parece que se descojonan (valga la expresión masculina) contigo. Te obligan a mirarte siempre la bragueta no sea que vaya abierta. Con Lalata han hecho el producto más original de la villa. Es arte contemporáneo, ése que deben explicarte siempre. Si ves en Albacete algún paso de peatones con un bonobo tocando el ukelele lo han traido ellas. Ya te lo explicarán, descojonándose claro. Como Joaquín Reyes, intérprete de su propio papel en la vida real. Le das un paraguas en el Altozano y te monta un ballet. Este verano me lo encontré en patinete. Serio, como si ir en patinete por el asfalto fuera cosa de cada día. El barrio de San Antón en la tele. Donde no muy lejos, Fernando López escarba en los contenedores. Encuentra ya los cuadros hechos, un figura. Luego dice que los pinta, pero él ya los descubre hechos. Arte conceptual y vigoroso. Se empeña en montar grupos. Arte total y fulminante. Se lo contaba a Andrés García Cerdán y sonreía. Andrés luego lo escribía en un poema, lo cantaba con una acústica, lo comentaba en el Plexiglás y se iba al instituto. Esas cosas no intimidan, nada, a Hernán Talavera. Cuando tú vas él ya está con la cámara, con el pincel, con el rotring, con la pluma, con la mesa de sonido. Qué envidia. Todo lo interpreta y lo mejora, que es el punto. Otra apuesta del inmediato futuro. Marta Wonderland, digo Marta Torres, lo dice de otra forma, pero con los mismos ingredientes de imaginación. Ella usa la palabra gestual y hace grande a Gloria Fuertes. Mariposas que salen de un libro y apariciones y desapariciones como ocurre en los cuentos infantiles. Otra paradoja, porque Marta es una de las personas más sensatas y coherentes que ha conocido este brillo de cada día en la ciudad.

Espero que os guste


 


Publicado originalmente el 1 de diciembre de 2011 en STONE

8.8.17

La Historia de Jazzalbacete



Este fue el primer cartel de jazzalbacete

En esta página condensamos, prácticamente, la historia de los primeros dieciocho años del festival de jazz en Albacete. Cada uno de los programas realizados con sus correspondientes carteles y artistas presentados. Su germen y elaboración. Su desarrollo. Sus protagonistas o también la gente que pasaba por ahí. Su ficha de identidad histórica. Sus leyendas, cuentos, fabulaciones... una suerte de encuentro abierta a la evocación de la aventura que supuso, en muchas ocasiones, la ilusión y la pasión frente al inmóvil dique de la indiferencia y el desconocimiento. También, en bastantes casos, la limosna negada al voluntarioso: "El jazz en Albacete sólo os interesa a unos cuantos amiguetes, no nos engañemos, siempre van los mismos." (Llanos Moreno, concejal de cultura del Ayuntamiento de Albacete en 1989). En otros, más emocionantes, el ánimo y la ayuda desinteresada. En realidad, el Festival de Jazz de Albacete ha significado la propia historia del género en nuestra ciudad, con todo lo que eso significa en estos excitantes tiempos actuales.
                                                             
                                                                   

1980   1981   1982   1983   1984   1985   1986   1987   1988   1989   2001   2002   2003   2004   2005   2006   2007   2008  

7.8.17

LA COGIDA. Crónica de la desventura



Hola a todos. A los amigos que siguen desde hace ya algunos años mi blog STONE, y a los amigos que físicamente dejé de ver el pasado 13 de septiembre cuando fui embestido por un cardiólogo de guardia; desnudado, literalmente, por un par de afanosas enfermeras del observatorio de urgencias y finalmente encamado en planta por otro grupo de disciplinadas auxiliares del Hospital Universitario de Albacete, envuelto, eso si,  en un fantasmagórico pijama de lunares.
Hola a todos. Soy JAF y llego del averno.

Nunca, jamas, había visitado como cliente, perdón, paciente, un hospital. Nunca. “Toco madera”, decía hace unos días, hace unos meses, hace unas fiestas, hace... El caso es que cuando quise darme cuenta, en la oscuridad de aquel observatorio de urgencias una moza que iba a lo suyo ya andaba hurgando en la claraboya de mi estomago con una aguja de las que usaban los antiguos practicantes (el señor Badía) e introducía en mi cuerpo un combinado de frutas salvajes llamado Heparina. Ahora resulta que necesito Heparina; me la pinchan en la barriga para que la sangre no se coagule y vaya de aquí para allá como unas vidas mías... Heparina... Otra palabreja nueva: Troponina, demasiado activa en mis analíticas, "hay que vigilarla" se comenta en los círculos cercanos: la Troponina marca la muerte del músculo cardíaco...,
pero bueno, ¿esto que es?

Ya estoy en planta. Un carnicero bromista se dedica a hacer morcillas cada mañana, desde hace un montón de años, en el plácido piso de cardio. Es ATS, pero de los que mandan y ordenan sin cargo, o sea, de los que lo saben todo y no acaban de reconocérselo oficialmente: "al de la 207 (ese soy yo) le voy a hacer una carnicería esta mañana", se ufana gritando y riendo la gracia a sus compañeras de planta. “Jo Jo, no te encuentro la vena... Yo pongo la cebolla y tu pones la polla, jo, jo...”,  así bramaba el gañán hasta que se llevó unos cuantos tubillos  que no le cabían en la mano, con mi sangre. Tipo noble, algo brutote, chulapón, loco por jubilarse.
Empiezo a barruntar la faena con la recomendación médica de un ecocardio.

Ecocardiograma. Allá voy... ¡en silla de ruedas!, ¡ ahora resulta que estoy paralítico!
Dícese de la suerte de verte el troncho, el corazón vamos, como si estuvieras viendo un feto en una pantalla de ordenador. Ni he conseguido ver nunca un feto en una pantalla de ordenador ni conseguí ver algo que me indicara que esa masa bulbosa que se movía en la pantalla como un gorgojo alienígena (no se porqué me acuerdo ahora de Narciso Ibáñez Menta -Los Bulbos-) era nada menos que mi propio corazón, mi disco duro multimedia vamos.
Hay noticias. Y buenas: mi corazón está intacto, en perfecto estado, dicen.
No, no me voy a casa, es tiempo ahora, ya, del... Cateterismo.

El viaje de Tron.
¡Que se le afeite el vello púbico!...¿Cómo se puede dar este tipo de ordenes?. ¿Pero, mi dolencia, mi molestia, mi anatema... no venía del corazón?. “Descúbrase el pubis”,  dice una señora de blanco con más conchas que un galápago.
“No, ¡tanto no!”, me corrige.
El Cateterismo es todo un espectáculo, una puesta en escena que ya empezaba a echar de menos en la sanidad. Cámaras por doquier a un palmo de tus narices, camilla volante y giratoria, pantallas al alcance de la vista para que te veas por dentro, tubo inteligente (catéter) que viaja entre tus venas y suelta espumarrajos. Y cada cosa con un conductor, con un operador asignado a cada puesto.
¿Cámara 6 preparado?... ¡Preparado el 6!...  ¿Controles inguinales?... ¡Preparados controles inguinales!..., Ante tamaño despliegue operativo no pude por menos que contestar “¡I´m ready!” cuando se  cuestionó mi atención. “¿Lo habéis entendido?”, dijo sonriendo el realizador médico;
“Yo no”, se oyó una voz femenina que venía de la cámara 3.
“Que ya podemos empezar, ¡adelante!”, insistió el director del “programa”. Y comenzó todo un show al que me faltaban ojos y oídos para seguir su emisión (mi anestesia era solo local por lo que estaba suficientemente espabilado para admirar todo el proceso). De pronto me venía una cámara a la altura de los ojos, o se giraba mi camilla o notaba que algo hurgaba en mis axilas (el catéter); recuerdo contestar a una llamada de atención del doctor con un expresivo  “estoy alucinando”. Una experiencia fantástica, sobre todo para un novato como yo en artes médicas,  que quedó truncada con la orden final del joven realizador médico al parar motores. El joven doctor Arsenio Gallardo se acercó a mi y habló solemnemente: “Tienes todas las coronarias enfermas. Tenemos que hablar, con tu familia, contigo... Hay que abrir, no queda otra”.

En las largas noches hospitalarias, cuando las luces se apagan y todos, enfermos y acompañantes, son convencidos a la aventura de una imprecisa dormida general las rejillas y motores de acondicionadores y ventiladores del hospital abren las puertas a los sonidos del silencio, a la Gran Orquesta del Silencio, una autentica filarmonica del ruido; si además abres un poco las ventanas exteriores para que circule el aire, el mismo Wagner baja de los cielos y te monta en exclusiva una obertura para ti. La primera noche que pasé en el trullo, el concierto tomó la forma de una gran tormenta, otro diluvio universal que caía sobre la ciudad y la inundaba, la barría, como había ocurrido unos días antes. Yo estaba paranoico en la cama porque mi impotencia para ayudar a mi familia, a los vecinos, era evidente. Adopté a regañadientes la postura de la desidia, la insensibilidad o una forma de abdicación que me llevara al sueño por agotamiento mental, como así fue. Cuando desperté, en la madrugada, vi con enorme sorpresa que no había llovido ni una sola gota sobre la ciudad en toda la noche, aunque el ruido, el tremendo y violento fragor de la tormenta seguía su curso.
Sí, yo ya estaba en otro mundo, ya no pertenecía al de los humanos que conocí y disfruté durante toda mi vida. Ahora volaba al infinito, sin rumbo. En el gran escenario de los sueños perdidos. Me dejé llevar desde el primer día que pisé el hospital y en esas me encontraba.

Lo que también era cierto es que ya no estaba en el Hospital General Universitario. Ambulator Pico de Oro, una especie de conductor de ambulancias sacado de Aquellos chalados en sus locos cacharros me trasladó una mañana, de las últimas del verano, a la Clinica Capio, antes conocida como Recoletas, sin cesar de hablar, ni de jurar, ni de vocear al móvil. Debe ser que le habían indicado como terapia: “espabila a los enfermos que llegan cagaos”. El tipo iba acelerado y a mi y a mis acompañantes (mis dos hijos) nos puso las neuronas a tope: ¡Venga!, ¡Llegáis al País de Nunca Jamás!...
La Clínica Capio, de momento, se encarga de gestionar los protocolos y técnicas de todos los tratamientos de patologías cardíacas en convenio con los servicios de cardiología, entre otras prestaciones, del Hospital General. Digo de momento porque en los pasillos de la clínica ya pude oir rumores de un posible e inminente traslado de este servicio privado a clínicas madrileñas, lo que supondría uno de los mayores desastres sanitarios regionales y locales al tener que desplazarse todos los que vengan detrás de mi nada menos que hasta la capital de España para intervenciones u operaciones de alta alcurnia. Otra fechoría gestionada por la señora Cospedal y su equipo de mantilleros del Corpus. Hay quien ya se está haciendo cruces.

Volviendo a lo mio, todo fue rápido y sin contemplaciones. La operación sería a primera hora de la mañana y se trataría de darme un par de hachazos bien daos en el esternón, ahuecar el corazón al antiguo estilo Masai, abrirme la pierna izquierda a la altura de la tibia para extraer las mejores y más brillantes venas y podarlas como macarrones para hacer vías; by-pass, le llaman a esa maniobra: corta y pega y a las viejas arterias si las he visto no me acuerdo. Dicho así, sin mucho conocimiento médico como comprobáis  y, claro, con todos mis respetos hacía Sergio Beltrame, el cirujano que me metió mano y sus colegas Gemma Candela y John Trujillo, ayudantes en la faena e igualmente especialistas en cirujía cardiaca. En cuatro horas apañao y a la UCI de la clínica.

Sólo me cabe una observación: ¿es absolutamente necesario que el afeitado general del astado (yo mismo) tenga que hacerse de madrugada, cuando despunta el sol en el horizonte y tu cabeza no haya tenido descanso en una noche que, en una personal conjetura diabólica, puede ser la última de tu existencia?. Hombre, lo digo porque la irrupción ¡a las seis de la mañana! de dos seres sanitarios del linaje de los roedores, Sor Rata y Sor Hurón, abalanzándose sobre mi cuerpo portando sendas maquinillas eléctricas de afeitar y una bolsa de Gilletes por si fallaba la luz, al estruendoso sonido que podéis imaginar en el silencio de la noche, ni es muy ético por la impunidad de la madrugada ni muy elegante por la categoría de la clínica. Ya me imagino los comentarios en las otras habitaciones... “Hoy sacrifican al de la 217”... “Buen chaval”, etc. En esos menesteres, uno ya está pensando que ha tocado techo en el terreno de la dignidad, algo que ya había tenido su variado adelanto en otras vicisitudes no menos irritantes. “Ya sólo falta que me den por el culo”, pienso en voz baja y a punto de salirme dos lagrimones contemplando con el rabillo del ojo a mi pareja de tantos años y vidas, estupefacta, tapándose la cara con las manos. Es en ese momento cuando Sor Rata pronuncia la sentencia autoritaria que faltaba para redondear la faena: “Y ahora te vamos a poner un Enema para que vayas limpio de estomago al quirófano”. Me disculpáis si no entro en detalles sobre el significado etimológico de la palabra Enema.

Podría sintetizar fácilmente los diecisiete días que pasé en Neverland en los dos que transcurrió mi existencia en la UCI de la clínica Capio. Fueron los más intensos, los que marcaron el antes y el después de mi “despropósito”, los que me enseñaron el sistema sanitario desde sus fogones, los que me hicieron valorar a todos los que de una manera o de otra se dedican al noble servicio de la Sanidad, los que me calmaron los dolores de un cuerpo manoseado desde las tripas hasta el motor principal, los que me mimaron, vigilaron, acunaron, lavaron, conversaron, susurraron...
Sí, yo creo que cuando me bajaron a planta debía llevar la cara de Moisés (Charlos Heston sin rifle) después de admirar la zarza incombustible del Sinaí. De ahí a la recuperación de mi libertad absoluta solo transcurrieron seis días, sí, sólo seis. Lloré como un niño cuando pisé la calle después de aquellas diecisiete esquizofrenicas fechas. Después de aquella pesadilla. Después de aquel Gran Borrón, Gran Horror, en mi vida. Lloré como un niño cuando al llegar a casa escuché a toda pastilla la canción So begin the task, de Stephen Stills y su banda Manassas, los músicos (Chris Hillman, Paul Harris, Joe Lala, Al Perkins, Calvin Samuels, Dallas Taylor) que me devolvieron inmediatamente a mi recoveco natural, a mi madriguera inherente, a mi patio de butacas de donde nunca debí salir.

Gracias a todos vosotros por seguir ahí.
Gracias a ellos, Manassas, por esperarme en la estación de ferrocarril.
Y, desde luego, Gracias a toda mi familia.

Y así comienza la tarea 
cuya llegada he temido tanto tiempo 
espero el sol para recordar 
Mi cuerpo ahora necesita descansar
So begin the task (Stephen Stills)




Publicado originalmente en STONE el día 20 de octubre de 2013