La estatua del Cuchillero instalada en el jardín del Altozano, para muchos albaceteños verdadero centro vital de la ciudad, significa el símbolo de nuestra singularidad, también el de nuestra industria navajera a la que nos agarramos afanosamente como pueblo estepario que ha tenido pocas cosas que ofrecer al mundo; sí, es verdad, un pueblo menesteroso, pero secularmente abandonado de la mano de dios. En realidad, lo del Cuchillero es una tontuna rancia y entusiasta más propia de un patriotismo popular disfrazado de orgullo autonómico, ése que no nos han explicado debidamente.
La estatua del Cuchillero instalada en el jardín del Altozano apareció una noche de verano, de esas que saca la gente a la calle con la lengua pastosa pidiendo aire, envuelta en un papel de estraza de los pies a la cabeza, lo que se dice embalada en un paquetón. A su lado, una nevera Smeg del 62 tuneada de artillugios electrónicos emitía luces de colores y sonidos indefinidos a través de un pequeño cachivache galvánico apoyado en su parte superior . En ese momento, el Cuchillero del Altozano estaba siendo secuestrado. En ese momento, el Artista Terrorista acababa de actuar otra vez, aunque en este caso sus huesos acabarían en la Comisaría de Policía acusado de pertenecer al Frente Ultranacionalista Navajero. En realidad, un puñado de trabajadores de Aprecu, Asociación de Cuchillería y Afines, cabreados por el reciente ERE con que les había obsequiado la empresa.
Releo ahora como libro de consulta el excelente manuscrito de Carlos Granés, El puño invisible, donde habla exhaustivamente de los happenings iniciáticos de Allan Kaprow (alumno aventajado de John Cage) en Nueva York. Uno de los rasgos más característicos de esas movidas eran “lo aburridas que podían ser”, dice Granés, “eso los diferenciaba de las situaciones y juegos urbanos de la Internacional Situacionista en los que se buscaba la sorpresa, la aventura o la experiencia novedosa”. Los situacionistas querían hacer una revolución permanente de la vida cotidiana: “En una sociedad que aniquila la aventura, la única aventura es aniquilar la sociedad” decían. “Jóvenes aburridos”, explica Granés, que reprobaban a los surrealistas, Bretón, y les calificaban de “viejos caducos con altas pretensiones cifradas en el universo inconsciente y poquísimos logros”.
Con el paso del tiempo estos movimientos “revolucionarios”, antisistemas, llegarían hasta la misma Factory warholiana, con sus respectivas iconografías, pasando por el invento callejero del grafiti, y las expresiones más remotas que uno pueda imaginar. Mas tarde, Carlos Granés ironiza en una despiadada crítica, como una burla, el resultado final de la era Warhol que no solo acabó sumergido en el sistema sino que terminó él mismo siendo el sistema. El documental Exit Through the Gift Shop, realizado en 2010 por el fantasma anónimo Bansky, rey hasta mis entendederas del Street Art, me acerca definitivamente al A.T.
Mi verdadera influencia es Keith Haring, no Bansky. Un tipo minimalista que empezó con medios escasos y rudimentarios.
Bueno..., tampoco llego a acertar plenamente en mi búsqueda de la identidad artística, aproximada al menos, de nuestro hombre...
Pero entonces, ¿Quién es el Artista Terrorista? ¿Qué personaje se esconde bajo las siglas A.T. y bajo ese icono que muchos conocen de nuestras tapias y muros como el hombre anónimo con la cabeza y un óvalo interior silueteado?.
A.T. nos sigue explicando: Yo no tenía ninguna noción del Street Art y su conocimiento me influyó en la pérdida de mis miedos. Leí a Haring y me gustó. Luego llegó la película de Bansky, compré libros Street Art del Instituto Monsa de Ediciones y vi todo el material que puedes emplear. Empecé a mezclar, según mi criterio, la pintura, el collage y todo esas nuevas técnicas que eran nuevas para mi.
Con el conocimiento de los libros de Street Art que A.T. se había gobernado en Barcelona, con su devoción mística hacia la figura de Keith Haring, la coincidencia de sus métodos en sus propios conceptos multidisciplinares y la visión del excepcional documento Bansky, A.T. ya estaba iluminado para comenzar su “ataque”. Ya estaba tutelado mentalmente. Faltaba algo que rozara la espoleta y le empujara al “nuevo situacionismo del siglo XXI”. No tardó en producirse:
A mí lo de “tomar” la calle me surgió un poco como un cabreo. Como una inspiración existencialista. Como un mosqueo personal de la situación, de esta etapa nacional actual tan abominable. Coincidió con la huelga de controladores aéreos en navidad (2010). Estaba supercabreao y quería hacer algo; se me ocurrió una protesta en la calle. Así empecé con las pegatinas, con mensajes irreverentes. Iba vestido normal. No tengo pinta de grafitero ni nada de eso tan convencional que se asocia rápidamente al grafiti. Iba por la noche, cuando no había mucha gente en la calle, en enero, pegando en las paredes, en los escaparates, lo que se me antojaba. Al día siguiente, la gente veía los trabajos y se sorprendía: ese era mi objetivo. Sin quererlo, me anticipé en mis impulsos de protesta al 15M. Por lo menos en Albacete. Luego en la Red Social se puso todo esto muy de moda. Yo lo aproveché ahí para que la gente lo viese desde el anonimato.
Todo el mundo es un artista, el A.T. decidió utilizar ese reclamo histórico desde su punto de vista y su estética empleando, según lo absorbido de sus influencias, todo el material que le llegara a las manos independientemente de donde estuviera, sin importarle si el lugar era mas o menos conocido; quiso introducirse drásticamente en el mapa de los activistas callejeros: “Cuando lo de los controladores pensé que la gente estaba adormecida”. Sus primeros “mensajes” llegaron al centro de la ciudad. Pegaba pegatinas de un Hitler con coloretes, como ruborizado, junto a otra de Ghandi, así provocaba una confrontación de estos personajes que a la gente le inquietaba mucho, “Al menos se paraban a pensar. Yo vigilaba desde la acera de enfrente”, confiesa maliciosamente. Algunas pegatinas eran retiradas por quienes no gustaban de esas provocaciones. Como si les molestara la injerencia, las iconografías en la calle. Eran imágenes recortadas en papel (fotocopia) y le añadía unos colores en rojo, una especie de cómic.
Yo notaba como a la gente le echaba un poco para atrás algunas imágenes, como era una figura anónima pensé que podía haber tenido alguna consecuencia desagradable y me inventé el personaje que todos conocen del hombre anónimo, con la cabeza y el óvalo. Terminó siendo el icono del Artista Terrorista. Mi anonimato fue inquietante para muchos que seguían mis pasos, los que iban de los dieciocho años a los cincuenta, o sea, muy amplio. Tenía respuestas de mucha gente y de todas las edades. Cuando empecé a hacerlo no recuerdo que fuera por la Red, lo hacía en la calle, pero me comía la curiosidad por quien se interesara por aquellos mensajes. Aquellos días, mi chica y yo formábamos una pareja muy singular. Solíamos salir a pasear por las noches con los apechusques de trabajo. Dos novietes cargados de botes de pintura y aparejos para el asalto. Siempre surgía alguna ocurrencia. Luego me apunté a Facebook y aquello se convirtió en una página de consulta diaria. Ya no fue algo que consistía en pegar en la pared, poco a poco se fue transformando en una interacción seductora entre la gente y yo. La historia se había convertido en un hecho social. Gente que responde. Gente que le gusta, que no le gusta..., como una performance continua que acabará algún día cuando cierre Facebook. Entonces será (se ríe) el fin del proyecto.
El Artista descubre que su obra en la calle podría servir como cuñas publicitarias. Podía parecer que fuera una campaña publicitaria orquestada. El libro Street Art de Ediciones Monsa (compite con Tashen en libros de bolsillo) muestra una recopilación de grafitis de la primera década del milenio muy convincente. En ése libro se destaca cómo los diseñadores gráficos, para publicitarse, bombardean toda la ciudad de Barcelona, las calles, con sus plantillas. En ese entorno rural publicitan un medio legal, una empresa de negocio gráfico o simplemente acaban anunciándose como freelances. El Artista se acerca, por tanto, peligrosamente al sistema y huye despavorido a la campiña.
En la pradera comienza mi experiencia con la pintura plástica en blanco y negro para aprovechar los recovecos de las casas abandonadas, la huerta típica manchega derruida, excitantemente propicia para el fin que busco. Esas paredes untadas de cal son muy atractivas para un pintor. Allí no hay problemas, además tiene la gracia de compartirlo en la red social con las fotos que luego haces a las “instalaciones”. Es poco poético pintar en la calle, lo del campo tiene otra dimensión más bucólica. Como una especie de lienzo que podría utilizar Tapies. Sigo haciéndolo. Voy en bicicleta, con mi bolsa cargada de pintura y paso una tarde genial (sonríe).
En Albacete, el A.T. empieza a desarrollar la composición y el mensaje que quiere precintar. Todo ha ido muy rápido. Unos cuantos meses. Comienza a probar técnicas y a calibrar la idea de la propiedad y dejar “instalados” los primeros cuadros, compaginándolo con toda la actividad frenénetica de la Red, con los mismos mensajes que antes hacía en papel pero ahora con otros materiales. Por ejemplo, si encuentra un cartón lo pinta y formatea un cuadro, lo pega en la calle para que alguien lo recoja. En Villacerrada lo hace con material de una perfumería. Lo miran, curiosean o se lo llevan. Una peculiaridad de la instalación es que El Artista lo avisa en la Red:
“SE VA A COMETER UN ATENTADO DEL ARTISTA TERRORISTA.
A LAS 22,15h., EN LA CALLE SANTA QUITERIA, 25, SERÁ DEPOSITADA UNA OBRA ARTÍSTICA.
EL PRIMERO QUE LLEGUE SE LA PUEDE LLEVAR TRANQUILAMENTE A CASA”
Otra vez llegó un tío por un lado y otro por el lado contrario, se juntaron, y el primero que lo cogió se lo llevó. En otra ocasión, una chica llegó, apuradísima, antes que otro chaval que le seguía en bicicleta. Así, el Artista Terrorista ha dejado como veinte o treinta cuadros. Algunos pequeñitos y otros en maderas grandes que encontraba en los contenedores. Era curioso, los recogía en la calle y poco después volvían a la calle. En algunos casos eran cuadros grandes: “Era muy cómico ver a una chica llevarse un cuadro grande a su casa arrastrándolo por la calle. Quizá, ahora que lo pienso, el formato no era el más adecuado para esa “intervención”.
El Artista Terrorista...Mmm... el nombre es algo infantil, “artista terrorista...”, no tiene ninguna elegancia, no tiene ninguna connotación especial, es anticomercial, una broma, , aunque puedan hacerse cosas serias con ese seudónimo. Un juego tonto que a la gente terminó por gustarle y se le quedó en la cabeza. Eso es lo importante. En las exposiciones firmo con mi nombre real. Lo de A.T. es para la red social. Me divierte un poco. Tiene el complemento lúdico que creo debe tener toda obra de arte. Puedes ser trascendental y está bien, pero el humor es indispensable. Duchamp, Lautrec, tenían ese humor. Eran grandes artistas y disfrutaban de la vida.
Como él mismo ha disfrutado desde que su abuelo Francisco Cebrián le enseñara en sus primeros años en Puente de Génave (Jaén) a dibujar, a pintar cuadros y le descubriera a Caravaggio y los renacentistas, desde que hizo, aún niño, sus primeros talleres artísticos con uno de los grandes, Santiago Ydáñez. Desde que desenfundó su primera guitarra, desde que escribió su primer poema...
Acabo de descubrir el grabado, algo que antes tenía como un arte excesivamente purista e inaccesible. Excitante.
Definitivamente, ahora toca Borja Cebrián.
Publicado en la revista 967arte. Nº 7. Enero 2013
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