"Yo el cuadro ya lo veo con la madera preparada, antes de pintarlo. Es más, lo veo ya en el contenedor".
Para Fernando López los valores tradicionales de la pintura, forma y color, no son nada mas que referencias genéricas. La concreción artística de esos valores se logra por otros medios que proceden del ámbito cotidiano, y no de la tradición artística. Sienta cátedra con ello y se regocija porque encima se acaba de descubrir una vena surrealista que desconocía. "Lo que hay que conseguir es que el espectador se quede mirando un cuadro, sea lo que sea. Cinco minutos mirando un paisaje es hacer un buen trabajo". Fernando López lo cuenta una mañana tomando un cortado en los despachos de la Galería ACDA, donde estos días presenta junto a Sebastián Navalón y Juan Paños sus últimos trabajos en The Waste Land, una muestra grupal donde el arte gotea en cada rincón de la pequeña galería. Fotos, esculturas y cuadros clamando por un arte participativo, gremial, alternativo, a elegir entre toda la oferta abierta del arte contemporáneo. Fernando viene de desarrollar un curso en la Universidad Popular sobre Arte y Medio Ambiente donde, entre el vaivén de un monumental autobús a la vieja usanza "piojera", explica a los cursillistas que una cosa es el artista que inventa una escultura y el arquitecto que hace una rotonda y otra cómo queda ésa plaza de la que ambos profesionales se han desentendido una vez acabados sus trabajos: "La escultura te la compras tu y la pones en tu casa, es un tema que nadie tiene porque opinar, es tu circuito cerrado y te la comes tu; pero como ciudadano, cuando estás todos los días viéndola cuatro veces en una plaza, ahí tiene que haber una opinión democrática".
El Pintor del Deshecho
En 1987, después de tres años de arquitectura, mirando de reojo Bellas Artes ("mis padres decían que allí sólo se fumaban porros y no se ganaba un duro", dice ahora escacharrándose) y bien curtido en el paisajismo y en la pintura de Miquel Barceló ("como todos los pintores que empezábamos entonces", confiesa) es invitado para un simposio de Arte y Medio Ambiente en Gijón que le cambia la vida. Un grupo de artistas, críticos e intelectuales están empeñados en apadrinar a artistas jóvenes para que adquirieran conocimientos ante la desconexión española latente y "protegerlos" a nivel institucional para que después girara cada uno por donde pudiera. Es la versión nacional de las transvanguardias, azuzadas por el artista italiano Bonito Oliva en un Manifiesto que propugna un eclecticismo subjetivo, en el que los artistas vuelven a un lenguaje pictórico clásico: "También le llamaban a aquello neo expresionismo, alternativa del expresionismo abstracto y, sobre todo, para evitar el arte conceptual que había desertizado las galerías y había convertido el mundo del arte en un cachondeo porque valía todo". Fernando López abraza entonces el paisaje como método de expresión y decide cambiar el soporte adoptando la madera, "pero no con la idea de recuperación ni nada de eso. Recogía maderas para hacer los bocetos de los cuadros grandes que quería pintar (las galerías piden siempre cuadros grandes y los concursos también). Lo hacía porque no tenía medios y las maderas me venían muy bien para las maquetillas". Luego llegaron los tiempos de adaptación a un estudio nuevo, buscarlo, montarlo, invertir un millón de pesetas en un espacio en Valencia, todo en un año, hasta empezar con las maderas, desde la pintura gótica, con fragmentaciones, pero ya recuperando material de los contenedores. Salir a la calle a recoger lo que sirviera.
En 1987, después de tres años de arquitectura, mirando de reojo Bellas Artes ("mis padres decían que allí sólo se fumaban porros y no se ganaba un duro", dice ahora escacharrándose) y bien curtido en el paisajismo y en la pintura de Miquel Barceló ("como todos los pintores que empezábamos entonces", confiesa) es invitado para un simposio de Arte y Medio Ambiente en Gijón que le cambia la vida. Un grupo de artistas, críticos e intelectuales están empeñados en apadrinar a artistas jóvenes para que adquirieran conocimientos ante la desconexión española latente y "protegerlos" a nivel institucional para que después girara cada uno por donde pudiera. Es la versión nacional de las transvanguardias, azuzadas por el artista italiano Bonito Oliva en un Manifiesto que propugna un eclecticismo subjetivo, en el que los artistas vuelven a un lenguaje pictórico clásico: "También le llamaban a aquello neo expresionismo, alternativa del expresionismo abstracto y, sobre todo, para evitar el arte conceptual que había desertizado las galerías y había convertido el mundo del arte en un cachondeo porque valía todo". Fernando López abraza entonces el paisaje como método de expresión y decide cambiar el soporte adoptando la madera, "pero no con la idea de recuperación ni nada de eso. Recogía maderas para hacer los bocetos de los cuadros grandes que quería pintar (las galerías piden siempre cuadros grandes y los concursos también). Lo hacía porque no tenía medios y las maderas me venían muy bien para las maquetillas". Luego llegaron los tiempos de adaptación a un estudio nuevo, buscarlo, montarlo, invertir un millón de pesetas en un espacio en Valencia, todo en un año, hasta empezar con las maderas, desde la pintura gótica, con fragmentaciones, pero ya recuperando material de los contenedores. Salir a la calle a recoger lo que sirviera.
"Me interesa el deshecho, porque la gente tira al contenedor madera-madera de árbol y dentro de poco no va a existir sino madera de aglomerado del Ikea". Siempre en un tono social. Fernando López se había convertido en el Pintor del Deshecho.
Equipo y Surrealismo
El Mercado y la situación es tan sumamente macabra, el sistema actual es tan duro, que no caben individualismos si no eres ya una estrella y aún así te puedes estampar. No hay cabida para una sociedad
romántica. Hace mucho tiempo que Fernando lo tuvo claro, lo practica y lo propone: " La gente más joven es la que se tiene que asociar por huevos, ésta gente de ACDA, por ejemplo, si no se asocian están muertos. Tengo conciencia de que el mío no es un trabajo único ni para una sola persona. Tampoco es un trabajo como antiguamente se creía: el de maestro y discípulos. Hay que establecer equipos de trabajo, es una fórmula de supervivencia, no estamos sobrados de medios ni de materiales. Kiefer y Barceló también lo hacen".
Es ahora, entre todos, cuando surge el ramalazo surrealista; aparece de una manera que es real y de un paisaje que es real, es decir, de la confrontación de dos realidades surge el absurdo: "También es verdad que Albacete es surrealista. Joaquín Reyes hace eso: sencillamente transforma lo que le viene de Albacete y lo transmuta en humor. Ha recuperado la parte cutre de Albacete para convertirla en un show". Fernando López recupera colores surrealistas y el discurso de Reyes termina siéndolo. Y el del sorprendente José Luis Serzo y el de Bleda y Rosa, dos fotógrafos aparentemente muy realistas pero también con ése toque bucólico de los campos de batalla o de fútbol actualizados en la desolación: hay que utilizar la memoria para ver algo en la foto. "O el membrillo de Antonio López -dice sonriéndo-. Si es verdad que jugamos con lo que hay, y lo que hay a veces es cínico o absurdo. Todos: Reyes, Bleda y Rosa, Serzo, yo mismo, hacemos un poco de magia, Frschhh!: ¡plum!, aparece y la dejamos ahí, expuesta. Nuestra labor de artistas se ha cumplido. Ahora le toca al espectador disfrutar de ello".
El Mercado y la situación es tan sumamente macabra, el sistema actual es tan duro, que no caben individualismos si no eres ya una estrella y aún así te puedes estampar. No hay cabida para una sociedad
romántica. Hace mucho tiempo que Fernando lo tuvo claro, lo practica y lo propone: " La gente más joven es la que se tiene que asociar por huevos, ésta gente de ACDA, por ejemplo, si no se asocian están muertos. Tengo conciencia de que el mío no es un trabajo único ni para una sola persona. Tampoco es un trabajo como antiguamente se creía: el de maestro y discípulos. Hay que establecer equipos de trabajo, es una fórmula de supervivencia, no estamos sobrados de medios ni de materiales. Kiefer y Barceló también lo hacen".
Es ahora, entre todos, cuando surge el ramalazo surrealista; aparece de una manera que es real y de un paisaje que es real, es decir, de la confrontación de dos realidades surge el absurdo: "También es verdad que Albacete es surrealista. Joaquín Reyes hace eso: sencillamente transforma lo que le viene de Albacete y lo transmuta en humor. Ha recuperado la parte cutre de Albacete para convertirla en un show". Fernando López recupera colores surrealistas y el discurso de Reyes termina siéndolo. Y el del sorprendente José Luis Serzo y el de Bleda y Rosa, dos fotógrafos aparentemente muy realistas pero también con ése toque bucólico de los campos de batalla o de fútbol actualizados en la desolación: hay que utilizar la memoria para ver algo en la foto. "O el membrillo de Antonio López -dice sonriéndo-. Si es verdad que jugamos con lo que hay, y lo que hay a veces es cínico o absurdo. Todos: Reyes, Bleda y Rosa, Serzo, yo mismo, hacemos un poco de magia, Frschhh!: ¡plum!, aparece y la dejamos ahí, expuesta. Nuestra labor de artistas se ha cumplido. Ahora le toca al espectador disfrutar de ello".
Fernando López prepara exposiciones inmediatas en Palma de Mallorca y la Galería Alba-cabrera en Valencia.
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