9.2.09

Juan Carlos Gea, Gijón y otras cosas de escribir



La editorial Trea acaba de editar su poemario Occidente

Como queriendo echar el telón al pasado año de una manera radiante, luminosa, pero al mismo tiempo crítica con la ruina que nos ha tocado vivir como espectadores de un mundo francamente cuestionable, la editorial asturiana Trea ha publicado el último trabajo del escritor albacetense Juan Carlos Gea, Occidente, un largo poema que sigue a los ya publicados por editorial y autor con El Temblor y Lisboa, sábado de Santos de 1755.
Juan Carlos convive desde hace 16 años con el favor de una ciudad que se desparrama hacia el Cantábrico, Gijón, terciada de actividades figurativas y una profunda e intensa vida intelectual. Festivales de cine, teatro, música y artes plásticas no impiden el recogimiento de nuestro poeta y periodista cultural a la hora de plantearse un minuto cada día la incomoda cuestión de nuestra existencia: "Occidente viene a ser un largo ajuste de cuentas en verso con mi espacio y con mi tiempo: el espacio y el tiempo de mi biografía y, el espacio y el tiempo de la porción de historia que me corresponde vivir".
Ha sido una obra largamente pensada: uno de los poemas comenzó a escribirlo a mediados de los noventa, tiempo suficiente para asentarse en un lugar provocado por el azar, no buscado ni perseguido sino encontrado; sin embargo, descubierto como un excelente bálsamo a su compulsiva tendencia a la creatividad: "Sí, en el primer sentido, es un homenaje muy sentido a Gijón y en cuyo paisaje físico y humano he llegado a arraigar; un largo paseo en horizontal –la ciudad tal como es hoy- y en vertical –una cata poética en un suelo urbano que tiene dos mil años- a través de mi territorio común y cotidiano de todos los días. El espacio y el tiempo concretos son los de un crepúsculo: el momento en que el sol se pone y marca así el punto del occidente geográfico. En esta primera lectura, el texto es una especie de oración privada y pagana del anochecer, entre las vísperas y las completas de un día cualquiera en una ciudad del Occidente europeo".

Una ciudad, Gijón, exquisitamente tranquila no obstante, apacible, con los aromas regados de un mar que llega cada mañana de una Europa histórica, veterana, poderosa si cabe, pero que no atiende precisamente a sus previsibles labores de mediación internacional: "de mi mala conciencia, de la mezcla de vergüenza y culpabilidad con que este hecho me carga, precisamente como hijo de Occidente, surgió el pasaje dedicado a la guerra de Irak, quizá el mejor ejemplo de cómo se han ido integrando orgánicamente materiales que la propia vida y la historia me han ido proporcionando durante su escritura".

 Juan Carlos Gea ahora ejerce de freelance, independizado de su trampolín asturiano, el diario La Nueva España, con quien mantiene una excelente relación fraternal y profesional: "ya he hecho la revolución laboral del siglo XXI: el teletrabajo (contrapesada por el tempor a la contrarrevolución que se generalizará cualquier día de estos: el teledespido)". Aparte de eso, escribe textos sobre arte por devoción o por encargo "felizmente, esas dos cosas suelen coincidir" y colabora ocasionalmente con Cyan, una empresa gijonesa, en publicaciones institucionales y de empresa, proyectos museográficos, campañas publicitarias…

Se hizo mayor pues aquel joven albaceteño al que un día rescataron de la propia cantina del Instituto 3 de su ciudad para presentar un magazine en la radio y que tras una intensa vida cultural en Albacete (de entonces data su primer trabajo poético: Trampa para niebla) acabó nada menos que como Delegado de Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla la Mancha.


Delegación y Cultura

Cuantas veces hemos pensado que delegaciones, comunidades, ayuntamientos o diputaciones no tienen el suficiente tino (a lo peor les sobra) para nombrar un responsable de cultura del gremio y dejar que los pertinaces administradores del estado acompañen sólo asumiendo el trabajo sucio de intendencia. Por una vez, la administración acertó con Juan Carlos Gea, aunque, en realidad, pudo ser un desliz del presidente comunitario José Bono (aquellos días andaría de ejercicios espirituales):

En Albacete tuve también, a modo de despedida profesional, una experiencia que fue, en cierto modo, la que constituyó la travesía de lo que Conrad llamó "La línea de sombra": el fin de la adolescencia y la primera juventud y el ingreso lo que viene después, y donde estamos, sea esto lo que fuere. Durante un año casi de reloj fui delegado de Cultura, Juventud y Deportes de la Junta de Castilla-La Mancha en Albacete, tras la, para mí y para el resto del mundo, sorpresiva petición del entonces consejero, Juan Sisinio Pérez Garzón. Creo que nunca he conseguido dar tantas patadas en tantos hígados de una sola coz. Fue la experiencia más extraña -en el sentido de absolutamente ajena a mi persona, a mis aspiraciones y mi modo de ver y de vivir el mundo- de toda mi existencia: un año intenso, aleccionador y en bastantes ocasiones hilarante y hasta granguiñolesco en el que trabajé como una mula, engordé como un buey, derroché con total deliberación y cálculo toda la ingenuidad que me quedaba -incluso para quitarme aquel marrón de encima-. Un año en el que me quité también de encima a una edad muy oportuna (27 años) cualquier prurito posterior de ser jefe de nada, lo cual me ha permitido mucha paz de espíritu y aún más tiempo libre, y en el que, sobre todo, como en una novelita de iniciación, confirmé empíricamente unas cuantas hipótesis morales y políticas que, si bien tienen que ver básicamente con el sentido común, está bien contrastar en propia carne cuanto antes para no llamarse después a engaños.

Pero, al margen de todo eso, que es la parte aburrida, el de la Delegación fue el año en el que más cosas pintorescas llegué a hacer (y ya había hecho unas cuantas) desde reducir con buenas razones a un vecino de Almansa que entró en el despacho con un cuchillo de monte hasta abrir jornadas de colombofilia (en Tobarra); inaugurar piscinas (en Pétrola); llevar del brazo a la reina de las fiestas y echar luego un pasodoble (en Pozo Cañada, o quizá Pozohondo); dar pregones subido a un carro (en Tiriez); perder horas sin cuento en el coche oficial o en reuniones absurdas (en todas partes); discutir con curas y con alcaldes mendicantes (en el propio despacho); poner música en una residencia universitaria (en Albacete); co-inaugurar exposiciones de pintores gijoneses (en París), o desayunar a menudo con un conserje de lujo, como el gran Camilo Fuentes, algo que sospecho que no sentaba demasiado bien a mis jefes de sección. También tuve tiempo, finalmente, de montar -como un campeón del candor, y en un gesto que me ha ayudado a dormir siempre a pierna suelta- una considerable traca de despedida sólo por negarme a pedir favores o a traficar con influencias; es decir, por comportarme como un buen civil, no como un mal político, lo cual, por fortuna, me permitió dimitir de aquella vida y dejársela -puedo jurar que sin ninguna amargura-, a los profesionales, que son gente seria y que sabe siempre cómo comportarse".

Juan Carlos Gea fue cesado automáticamente en septiembre de 1992 por la Junta de Comunidades de Castilla la Mancha presidida por José Bono, sin cumplir un año en el cargo, al publicar el diario local La Verdad de Albacete que el delegado de cultura hacía la mili como Objetor de Conciencia.
Poco después, una hernia inguinal mal curada le llevó casualmente a un hospital de Gijón donde le hicieron un trabajo soberbio, de tal manera que terminó casándose con la doctora que le atendió. Albacete quedaba automáticamente relegada a ése plano místico de las felicidades nativas guardándose para el Cantábrico ésa pócima de humor áspero y borde que todo albaceteño de bien debe conservar y los recuerdos de infancia, adolescencia y primera juventud: "Albacete es el pequeño escenario diario en el que hice mi primer acopio sensorial y sentimental: la luz, el aire, el cambio de las estaciones, los colores, los sabores y olores, la dicción, la forma de vivir… Un bagaje decisivo porque consolida las referencias ante las que, inevitablemente, aquilatas todo lo que vendrá detrás desde el fondo mismo de tu conciencia. En el fondo, hasta hace bien poco, el lugar donde nacías era, por defecto, el lugar donde deberías acabar. Y eso siempre pesa.
"Con menos metafísica: Albacete es ni más ni menos que la ciudad en la que nací; en sentido crudamente etimológico y en absoluto ideológico, es mi nación. Es la ciudad en la que he vivido casi exactamente media vida: 22 de mis 45 años. Los decisivos: aquellos en los que atravesé mi infancia, mi adolescencia y mi primera juventud. Y como resulta ser que fui un niño, un adolescente y un jovenzano insultantemente, casi estúpidamente feliz, la conclusión del silogismo está clara: Albacete es el territorio de mis felicidades nativas. Y a eso hay que añadir que muchos de los elementos que propiciaron esa dicha siguen ahí: mi familia, mis amigos del alma, las nostalgias más abisales y más primarias, mis pecados gastronómicos inconfesables, el sentido del humor áspero y borde en el que más me identifico. Y un paisaje urbano, y no tanto, al que aún puedo volver en espacio, ya que no en tiempo: el Vidal, el Torito (la Luna, ay, ya no), mi decisivo “Andrés de Vandelvira”, el perfil del cerro de Chinchilla visto desde los andenes...
De ahí que vuelva todo lo que puedo"
.

El Brillo de los Días. Publicado en el diario La Verdad de Albacete. 9/2/2009

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Sabes? Bono ya no está por aquí pero los demás sí que seguimos.