20.2.11

Chema López expone en Albacete




Ni esperanza, ni miedo
El interés y la búsqueda de Chema López, desde hace algunos años, en realidad eran factores imaginarios. Al artista se le encuentra, si uno quiere de verdad, en un par de horas. Basta coger el coche y cruzar las curvas de Villatoya para enfilar Valencia donde tiene su cuartel general. La solución consiste en esquivar otros entretenimientos más holgados, profesionales si se quiere, pero evitables o sorteables. El destino ha querido que la montaña viaje y se instale unos días en la capital, Albacete. Compartir con el artista micrófonos y vinos está al alcance de cualquiera. Chema es como había previsto: un tipo cercano, alejado del trasfondo de cada una de sus obras, esos murales oscuros, decadentes, espectrales, que nos regala en cada una de sus muestras. Chema ha llegado a la capital después de casi nueve años de ausencias artísticas. Y había que celebrarlo.



Lo primero que nos une, muy estrechamente por cierto, es el blues. Casi nada. Sus orígenes, Charlie Patton, los espirituales, Skip James, Robert Johnson y... Son House, el padre de todas las batallas. Y ésa mirada permanente a los inicios de los inicios, al mundo en blanco y negro y con ronchas en la memoria. El siglo XX despierta y aunque no estuvieramos allí en ése momento para ello estaba Tod Browning, por poner un ejemplo. La parada de los montruos es una conversación inevitable con el pintor al contemplar algunas de sus obras. No es que sean frikys al estilo Browning, lo que expone, sino personas, animales o cosas lo que se retuerce en cada lienzo. López se empeña una y otra vez en hacer fotografías con cámaras caducadas y le salen movidas, desenfocadas. como cuando estás viendo una película en 3D y te subes las gafas plenipotenciarias para curiosear la diferencia. Y está el blues, su homenaje fastuoso a Son House. Y los caballos en rayos X a golpe de costillar y esa colección de abalorios guardados en vitrinas que no es otra cosa que todas sus exposiciones guardadas a trocitos, recortadas, presentes, como el que guarda su colección de cromos de la infancia. Luego las engrandece con formidables lienzos, admirables, como el del paisaje que hubiera querido utilizar el propio Browning en alguna de sus películas, un lienzo negro salpicado de acrílico blanco que tira de espaldas. El efecto es el de teñir más que de pintar, pero el resultado es impresionante cuando los trazos se mueven educadamente entre el ramaje de los árboles. Chema López en estado puro.



Me llama la atención la originalidad y el detalle de ofrecer, en alguna que otra ocasión, los retratos de personajes célebres asesinados. Son grandes, voluminosos, donde andan y posan los fiambres; entre ellos John Lennon, algún Papa, algún torero, algún presidente... el guiño del artista es plasmar en la parte inferior de la obra, con trazo destacado pero infinitamente más pequeño, al asesino. La mirada del público se detiene siempre en ése pequeño cuadro, obviando o ignorando la grandeza del difunto. Un juego siniestro con resultados sorprendentes. Quizá la pesquisa constante de Chema sea, precisamente, las reacciones de las personas del siglo XXI: ¿Porqué los retratos andan siempre en movimiento?, ¿Porqué el blanco y el negro?, ¿Porqué el deterioro?...


- Así es, en trance de desaparecer hallamos estos rostros. Y, sin embargo, con su experiencia del límite, con su haberse entregado a la duda, son testimonio de vida, de eso que nosotros desconocemos.
(no hay nada tan limítrofe, además, como la mera superficie del lienzo donde existen)

Fotos: JAF
The Negro and  His Songs
nec spe, nec metu

hasta el 4 de marzo en el Centro Cultural de la Asunción
hata el 4 de abril en Galería La Lisa

2 comentarios:

PERROS FELICES dijo...

Un genio como artista, y mejor como persona. Quienes le conocemos, lo sabemos.

Un abrazo fuerte de un amigo de siempre que está aunque no lo veas.

mister miau dijo...

habrá que ir a ver el retrato ese de son house..