8.1.10

Capítulo VII. Alberto Cano y otras amistades





EL TESORO DE LODARES

CAPÍTULO VII. ALBERTO CANO Y OTRAS AMISTADES 

           
     Llevaba solo unas horas en Albacete cuando me encontré en aquel tugurio tercermundista. Un local donde las paredes estaban ornamentadas con el barro del abandono en un bajo del callejón de Cervantes. La humedad en el interior no tenía piedad y se te metía por los huesos. Tres metros de largo por dos de ancho. Y encima, ocupando media estancia, una batería musical, la batería del Brujo, Paco el Brujo, un poeta borrachín amigo del rock and roll. Los músicos se sentaban en un pequeño amplificador por turnos para que todos tuvieran oportunidad de palpar algo caliente aunque fuera con el culo.
   
Paco El Brujo
Fue el primer contacto semi-profesional con mi vieja ciudad: me moría por conocer su ambiente musical, los grupos si los hubiere, los músicos... Bien, pues allí estaban Pepe Inclán y su órgano melódico; Paco el Francés, sonriente siempre con una guitarra a mano; Carlos Defez, complaciente y con su bajo al hombro; el dueño del garito que era el propio Brujo y un guitarrista que había conocido casualmente en mi primera mañana de alterne cervecero en la ciudad llamado Juan Siquier y que precisamente era quien me había citado en aquel local de ensayo. Todos en un palmo de espacio emitiendo bocanadas de aire caliente. Ellos ante un tipo llegado de Madrid y que venía a trabajar en la radio; yo, frente a los primeros músicos rockeros que había encontrado en tan escaso tiempo de renovada ciudadanía albaceteña. Para mí, excitante; para ellos, al menos, interesante. Eran Los Slang, o lo que quedaba de aquel grupo que iniciara sus primeras correrías probablemente en aquel podrido rincón un par de años antes. Lo primero que me sorprendió fue la soltura con la que aquella gente manejaba las guitarras y el teclado. Estaba bien acostumbrado a ver figuras en la gran urbe y tenía un vago recuerdo de los años sesenta,  de cómo se las arreglaban los músicos albaceteños para ligar acordes. Aquella gente era joven, muy joven y se atrevían a tocar lo último de los experimentadisimos catalanes Iceberg como si nada, o las versiones más complicadas de los viejos maestros del rock Jimi Hendrix o Rolling Stones.
-"Tocáis muy bien, ¿cómo os llamáis?"
-"Somos los Slang, o lo que queda de los Slang, realmente no tenemos nombre ya", contestó Siquier.
-"Pero bueno, habréis tocado alguna vez en público y os habréis presentado de alguna manera...".
Y Paco el Brujo se reía en silencio, se retorcía cuando se reía. Me miraba y me tendía el botellín.
-"Calla y bebe", quise entenderle.
     Realmente el grupo lo formaron Domingo Sánchez Pingarrón, Mingo, hermano de Luis el Lobo (Los Trasgos) y Juan Siquier a finales del 77. Después entró Paco el Brujo, lector impenitente y poeta malditísimo y Pepe Inclán, otro hijo del rock and roll y músico polivalente. Su radio de acción se limitaba, como ocurriera en tiempos de los Distorxion, a las pequeñas fiestas estudiantiles de colegios e institutos: el instituto de bachiller Mixto 3 fue su escenario más frecuente.
     Como no tenían donde caerse muertos pensaron que la mejor salida para aquel incierto futuro era el pecado: la pachanga. Juan Siquier se opuso. Era el que menos poder adquisitivo podía tener, el menos indicado para contradecir aquella decisión puesto que en su vida había tocado con una guitarra propia y menos eléctrica, pero se opuso. En aquellos días a Juan Siquier le repelía profundamente " prostituirse ".
   -"Un día -recuerda ahora el guitarrista-, me presentaste a Armando de Castro de Barón Rojo, me preguntó que con qué guitarra tocaba y me quedé cortado porque no tenía ni había tenido en mi vida una guitarra eléctrica . Le dije que lo mio era la acústica, que era mentira, pero algo había que decir para quedar bien".
JUAN SIQUIER
Juan Siquier
Juan Siquier estaba entonces en pleno delirio de aprendizaje. Lo escrutaba todo como si dependiera de ello el resto de su vida. Hablaba poco y bajito para no perder la concentración, lo que confundía frecuentemente a sus interlocutores en el juicio apresurado del personaje sobre una supuesta e injusta vanidad. Cuando decidía  opinar era un torbellino de criterios, sensaciones, de sensibilidad. Vivía en pleno centro de la ciudad, en el mismísimo Altozano, rodeado de comodidades y como hijo de un importante cirujano albacetense su destino iba emparejado con el tópico del carrerón, del esperanzador futuro que solo parece reservado a los hijos de familia bien. Sí, era inteligente, despierto, hábil, prudente, pero ya era también por aquel entonces un artista y los artistas no entienden de vínculos hereditarios ni obligaciones. Como excelente pintor podía haberse dedicado a las Bellas Artes. Su estilo era más bien abstracto, surrealista, también algo naif. En el dibujo su precisión era sorprendente, pero sus rotrings sólo sabían hablar con el lenguaje del cómic. Su habilidad con la música tampoco estuvo ligada a la escuela de los clásicos del piano o la guitarra española; lo suyo, desde el principio, era el rock. Atípico espécimen Juan Siquier. Aún hoy lo sigue siendo.
     Aquel primitivo grupo que encontré en el callejón de Cervantes, el 2 de marzo de 1979, se convertiría, efectivamente, en una de las numerosas orquestas que sobrevivirían en la ciudad, sin Juan Siquier y con Paco el Francés en su puesto. Siquier formaría pocos días después lo que todos conocimos como Erizo, una de las formaciones más espectaculares de aquellos oscuros días musicales de final de década.

LA RADIO
Cartel, orginal de Miguel Barnés,
del programa de radio Aeroplano
A través del programa Rock Grafitti, en Radio Albacete Ser, quise llamar la atención a los jóvenes músicos de la capital para que me surtieran de material registrado, de casetes caseras, de lo que luego erróneamente todos llamaríamos maquetas (la maqueta sólo nace desde un estudio de grabación profesional) para así mostrar a todos los oyentes de Onda Media cual era el estado presente de la música local. Desde luego la Onda Media nunca ejerció el mismo poder de persuasión que la posteriormente creada en nuestra capital Frecuencia Modulada (en España las fm´s ya funcionaban a un ritmo frenético), porque entre que prácticamente no existían grupos pop en la villa y que la Onda Media nunca favoreció precisamente los sonidos musicales por la calidad de sus lineas microfónicas, aquel primitivo intento quedó solo en el recuerdo nostálgico de lo que significó para mí el reencuentro con los míos a través de las ondas. Con la llegada de la Frecuencia Modulada y la posterior implantación de Los 40 Principales de la Cadena Ser cuya responsabilidad inicial me fue asignada el cambio de actitudes no tardó en llegar. Primero fue el programa Aeroplano, en donde tenían cabida todas las experimentaciones de todos los jóvenes cuyas intenciones primarias fueran formar un grupo pop por muy descorazonadoras que pudieran ser, y algunas lo eran,. Después, ya en Los 40 Principales, se me encargó la búsqueda de 16 jóvenes pinchadiscos entre los cuales quedaría una selección de 8 cuya labor de búsqueda y captura del rockero albaceteño fue absolutamente decisiva. Juan Carlos Gea, entonces aún en el BUP, Pachi Monreal, Manolo Villada, Begoña Vidal, Paco Manoancha (bajista de Erizo),  Antonio García, fueron algunos de los pioneros, pero luego llegarían muchos más que dinamitarían la radio exclusivamente musical en Albacete.


Hello, I Am Your Heart, del grupo Manfred Mann Earthband fue siempre la sintonía del programa de rock Aeroplano.


EL FOGONAZO
Cartel del I Festival de Rock
en Albacete
El hecho histórico que configuraría la nueva situación musical en la ciudad tuvo lugar el 7 de septiembre de 1979. Fue el primer festival de rock a nivel popular que se organizó en Albacete y su respuesta fue la de una asistencia masiva, entusiasta y decididamente arrolladora. El primer ayuntamiento democrático que dirigía el socialista Salvador Jiménez había confiado su organización y diseño al llamado Colectivo Cultural Zaquil, creado única y exclusivamente para este acto y en el que tuve el placer de trabajar con dos tipos realmente excepcionales: el farmacéutico albaceteño Fulgencio Lozano y el inimitable Paco Andrés, Paco el Gordo, un disidente valenciano infiltrado desde entonces en el corazón de Albacete y al que aún le queda mucha guerra que dar. Entre los tres convencimos a los nuevos munícipes de la oportunidad de celebrar un gran concierto que reuniera a lo más escuchado del rock nacional, como ya se estaba presentando desde hacía algunos años en el resto del país.

Preparativos del Festival de 1979
Como siempre, el principal problema estribaba en el alto caché de aquellas figuras del rock hispano y en el corto presupuesto asignado para una experiencia nueva y que por tanto no les ofrecía demasiadas garantías de aceptación a los políticos. Con las bandas de rock nacional  Azabache, Bloque, Topo y Asfalto, rock urbano al poder, no había problemas porque entraban en el presupuesto: 500.000 pesetas los cuatro grupos; pero a los Zaquil nos faltaba un grupo con más gancho, un grupo que arrastrara, suficientemente conocido de todos para asegurar un lleno en el que prácticamente sólo creíamos nosotros. Contactamos con el histórico grupo catalán Iceberg, el grupo de los extraordinarios músicos Max Sunye y Josep Mas, Kitflus, que habían anunciado su despedida como tal para ése mismo mes de septiembre. Era la última oportunidad de verles en directo. Nos pidieron 350.000 pesetas, a lo cual se negó en redondo el entonces alcalde, primero de nuestra democracia, Salvador Jiménez.
 
Esta foto se incluía en la portada interior
del álbum "Ahora" de Asfalto y corresponde
a aquella histórica noche en Albacete
El alcalde, en prueba de buena voluntad nos ofreció no obstante la posibilidad de esponsorizar la actuación de los catalanes admitiendo alguna publicidad estática en cartelería y escenario. Fulgencio Lozano se movió rápido y pronto localizó al empresario hellinero (Pantalón John) y líder de Alianza Popular Juan Molina. La entrevista que tuvo lugar en el trastero de la farmacia de Lozano una semana antes del concierto hubiera debido ser incluida en el archivo del disparate nacional y de los manuales de lectura obligada para cursos acelerados de publicidad y marketing. Juan Molina aceptó las condiciones y el Festival se celebró con aquellos 5 grandes grupos. Fue la última vez que alguien vio a Iceberg en directo.
   Aquel 7 de septiembre la plaza de toros de Albacete estaba abarrotada, el ayuntamiento, que no se fiaba nada de nuestra gestión, había puesto la entrada a 100 pesetas, "es la primera vez y no podemos pinchar", decía el concejal de festejos Carlos Sempere, que luego reconocería públicamente que con aquel entradón habrían compensado los gastos del recientemente celebrado Festival de Albacete:
     -"Si hubiésemos puesto la entrada a 200 pesetas hubiéramos pagado toda la feria", se lamentaba posteriormente el mismo concejal. El público asistente vivió su primera noche rockera, una noche que desde entonces, ha entrado imprescindiblemente en la programación pre-ferial de nuestro ayuntamiento.
En cuestión de política la izquierda enrrolla más,
buscas tu ambiente, no te importa ganar,
disfrazas tu cuerpo, tu cara y tu pensamiento,
qué importante es estar al día.
(Asfalto. La Mujer de Plástico.1978)

     Claro que no todo fueron satisfacciones en aquella primera experiencia musical de masas en nuestra capital. La derecha conservadora de la ciudad, los mismos que habían dejado de dirigir Albacete con la llegada de la democracia, no comprendieron aquella demanda trivial y protestaron enérgicamente el cambio social protagonizado por los jóvenes, comandados por un ayuntamiento socialista que había propiciado con este acto aquella "furia desatada, dirigida irremisiblemente a la estulticia, la procacidad y el desenfreno". El periodista albaceteño del antiguo régimen Eduardo Cantos lo escribía así en La Voz de Albacete el día después del concierto:

   ¿ DONDE ESTAN ESOS VALORES HUMANOS ?

   Vamos a hablar claro: El `Gran Festival Rock´ con el que se puso en danza nuestra feria, fue una vergüenza. Lo que se dio, se concitó, se permitió y se provocó en la noche del día 7, en la plaza de toros, desde luego que no tiene precedentes en Albacete. Y si hay quien que se sienta orgulloso de ello, demuestra una gran ceguera y un gran desconocimiento de cuales son los valores humanos de la juventud. Con arreglo a los datos que nos han sido facilitados, entre la `multitud´ allí agolpada, había delincuentes de mucho calibre. Delincuentes que, eso sí, se mezclaron con una muchachada que fue equivocadamente invitada a participar en algo que cualquier padre debe repudiar, pues es la antítesis de las buenas maneras, del buen comportamiento y, en definitiva, de la buena educación. Según esos datos que poseemos, allí fueron buscados los autores de seis robos de coche, así como los generosos repartidores de `porros´, cuyo consumo, en un momento dado, se hizo prácticamente masivo. En la apoteosis de la juerga, las parejas retozaron a sus anchas, hasta el punto de que, al día siguiente, en infinidad de palcos quedó la señal de su comportamiento sexual hecha desperdicio elástico que sonrojó a las propias personas que llevaron a efecto la limpieza del recinto. Pero, tranquilos, pues en definitiva lo que se vino a demostrar es que, debido a una absurda actitud, en Albacete también se sabe estar a nivel europeo, por lo que a materia de inmoralidad e indecencia se refiere. Ya es un dato. Un dato que se lo debe apuntar quien tenga el valor de reconocer que fue el causante de semejante bochorno. Claro que aún habrá quién después de leer esto, nos tache de estrechos e inmovilistas. Pues muy bien. Que pena que se esté hablando tanto de los derechos humanos y, tan poco, de los valores que deben adornar a las personas.
                   ( La Voz de Albacete.12 de septiembre de 1979 )

     Cantos..., cantos rodados sobre una España que nadie quiso recordar, aquella y otras muchas noches de septiembre. Albacete, como todos los pueblos de España, ya había emitido su veredicto en las urnas y la voluntad popular, mucho más la de las nuevas generaciones, estaba muy lejos de admitir aquel cúmulo de exageraciones alarmistas más propias del ideario fascista que nos había tocado vivir sólo unos años antes.

Déjalo rodar,  
no serás feliz,
déjalo rodar,
no encontramos el momento
de mirar hacia atrás
y dejar la realidad.
(Alberto Cano/Azalea. 1981)

ALBERTO CANO
Alberto Cano
No recuerdo exactamente el día que lo conocí, ni siquiera cómo fue el primer encuentro. Posiblemente acudiría a la llamada de Aeroplano con alguna grabación de aquellas que hacía a pie de cama, en su propio dormitorio, donde un día me llevó para interpretar algunas canciones propias, con José Manuel Mora, su inseparable amigo de entonces. Alberto Cano fue, sin duda, otro tipo especial. Extrovertido al máximo y apasionado de la música como jamas he conocido a nadie. Tocaron y tocaron aquella tarde, hasta terminar entonando todo el repertorio Beatles. Jose Manuel Mora con aquella extrañisima guitarra en forma de lira que siempre he recordado. Tenían 16 o 17 años como mucho y con otro chiquillo, Jesús Naranjo, ya se llamaban Nashville cuando aparecían en público en-alguna-fiesta-de-colegio-o-instituto. Su repertorio se nutría de canciones propias, generalmente de Alberto y, por supuesto, de Los Beatles y grupos de su época. Aparecían los tres con sus guitarras acústicas, o con la "lira" y daban ganas de regalarles unos bombones. Alberto ya era un figura manejando los trastes y se pasaba todo el tiempo componiendo, grabando y llevándolo a la radio, todo en una misma tarde. Así uno y otro día. Hablábamos y hablábamos y oíamos música.
        -"He conocido a fulanito"
        -"Me han presentado un chaval que toca la guitarra estupendamente"
        -"Voy a formar un grupo”
     Al poco tiempo Azalea se presentaba en otra fiesta de confraternización, en este caso en el salón de actos de la escuela de Magisterio. El grupo eran ellos mismos con Juanjo Rodríguez, que le daba a las baquetas con una velocidad que a menudo sobrepasaba los tiempos acordados. Lorenzo Polo también estuvo en aquella formación inicial. Un tal Julián acabaría tocando la batería con ellos (a Juanjo le traicionaban las revoluciones) y otro chaval jovencisimo, Francis, las teclas.

LOS GRUPOS

Atlanta. De pie de izquierda a derecha
Eduardo Fernández, Tomás Briz,
Toño Atienzar. En cuclillas
Joaquín Pascual (el Membri) y Paco Domínguez
     Erizo y Azalea, en eso se sostenía el pop-rock albaceteño cuando nos sorprendió a todos la llegada de una nueva década, los ochenta. Fueron años difíciles para todos aquellos chavales que de alguna forma quisieron acabar con la sequía musical de los setenta. La mayor dificultad que debían combatir estribaba en su exagerada juventud. La media de edad no sobrepasaba nunca los diecisiete años y a esas edades se suele manejar poco, muy poco dinero para afrontar con dignidad actuaciones en directo o grabaciones. Esa pudo ser la causa de que Albacete no viera en el mejor momento de su corta carrera a otra jovencisima agrupación local, Atlanta, un 2 de septiembre, con la plaza de toros a rebosar, en uno de aquellos macro-conciertos que ya se habían instaurado a petición popular cada comienzo de feria de septiembre. Ni siquiera la buena voluntad de Javier Gurruchaga y su Orquesta Mondragón pudieron evitar el colapso de una instrumentación a todas luces insuficiente para tocar en directo. Aquella noche, un adolescente Eduardo Fernández lloró copiosamente la frustración porque para ellos significaba la puesta en escena no sólo de un excelente trabajo realizado los meses previos sino la confirmación a la juventud albacetense de que algo estaba cambiando en las estructuras musicales de la capital. Aquellos festivales de rock eran la única puerta abierta que tenían nuestros jóvenes músicos para darse a conocer a nivel de público. Erizo, el grupo sinfónico de Juan Siquier, Francisco Honrubia (Paco Manoancha), Pepe Inclán y Paco el Brujo, lo hicieron después con la Companya Eléctrica Dharma y Nacha Pop y Dirección Prohibida, la exquisita nueva banda fundada por Alberto Cano, pero ya sin Alberto, sin Paco el Brujo, ni Juan Carlos Arraez,el Chino, sus miembros originales, pero con Jesús Martinez, el Chule; Juan, el de el merendero El Almendro; Carlos Aguilar (¡qué extraordinario guitarrista¡); Jose Manuel Mora y Rafael Cobo. La banda abriría el concierto a Radio Futura, Derribos Arias y Nacha Pop.

   Constituían la nueva generación de músicos y por tanto su concepción del pop distaba mucho de lo que hasta entonces habíamos visto y oído en la capital. Por ejemplo, Jose María Ponce, el Cutre y Juan Rodenas, J.R., recién aparcados los cromos y los madelmanes se recorrían entonces todos los garitos de la villa con los singles de Parálisis Permanente, el grupo del difunto Eduardo Benavente o Academia Parabuten, Derribos Arias, Siniestro Total, La Broma de Satán, Gabinete Caligari y otros malditos de entonces, mostrando su irresistible puesta a punto que desembocaría inevitablemente en la formación de aquella banda espasmódica que bautizaron como Cortejo Fúnebre.

Camilo Fuentes
Fue a su batería, Camilo Fuentes, a quien se le ocurrió la idea de dedicar una canción al presidente autonómico de Castilla la Mancha, José Bono, como en su día hicieran sus admirados Sex Pistols con la mismisima reina de Inglaterra (“God save the Queen”) o, en un ejemplo más cercano, Derribos Arias con “Dios salve al Lendakari” o hasta los gallegos Siniestro Total con “Dios salve al Conselleiro”. Aquel latigazo manchego se llamó obviamente “Dios Salve a Pepe Bono” y aunque sonaba a rayos, aunque prácticamente no se le entendiera nada a quien la cantara (nunca se supo quién llevó la voz cantante en el grupo), la coplilla escuchada en el programa radiofónico Aeroplano se tarareaba en los primeros pubs- rock que ya había creado el propio movimiento musical de la ciudad: La Luna y El Helecho.


Dios salve a Pepe Bono,
que nos la chupa a todos,
tiene cara de mono,
Uuuuh,Aaaah....
que se forra de millones,
y nos toca los cojones...
¡ quién no quiere ser Pepe Bono !
(Dios salve a Pepe Bono. Cortejo Fúnebre)
 
     Aquellos días, Juan Siquier cuestionaba sus inclinaciones a lo sinfónico replanteándose nuevos derroteros, más cercanos a la música minimalista del británico Vini Reylli; Alberto Cano, inasequible al desaliento, proponía fórmulas más elementales, directamente influenciadas de lo que nacionalmente se conoció como "movida madrileña": Los Secretos, Los Zombies, Radio Futura, etc., y otros grupos locales como Fragmento Carter, Eslabón y posteriormente Años Marcianos fiaban toda su música al esplendoroso boom de los teclados. Lo cierto es que Albacete comenzaba a contar con númerosas agrupaciones juveniles que denotaban la intensa actividad desplegada en poco tiempo. Hubo que organizar, casi por decreto y obligados por las circunstancias unos conciertos mayoritarios en el Pabellón Polideportivo de la Juventud en los que periódicamente se pasaba revista a las tropas, casi como se hiciera en los sesenta en el Teatro Circo. No es que hubiera demasiados grupos interesantes, es que había demasiados grupos para ninguna infraestructura creada en torno a ellos.

1982 en el Pabellón Polideportivo. Están todos.
     Los Stéreos, por ejemplo, que ya habían avisado con unas cuantas grabaciones caseras,  deplorables, pero llenas de ilusión. El grupo realmente se tenía que haber llamado Ballesteros Brothers Band puesto que tres de sus cuatro componentes eran hermanos, Pablo, Sergio y Antonio. Sergio, el teclista, era quien sentaba las bases de aquel sonido que iría desde Menhir, su primitivo nombre, hasta Los Beatles, su grupo preferido, que francamente aún quedaba lejos de sus planteamientos. El guitarrista Joaquín Picazo completaba el grupo y el “Rock de las Vistillas” o “Rompe el Play-back” fueron sus temas mas conocidos. Composiciones propias, como si de pronto se hubieran agotado todos los repertorios del mundo. Composiciones que como las del resto de conjuntos locales adolecían de originalidad, de singularidad. Sergio terminó estudiando música clásica y nunca se le vió mas en un grupo. Como a Bronce (Juan Tribaldos,José Giménez, Santiago, Fernando, Juan García y Gregorio Nuñez) que no llegaron a probar bocado con aquel canto a la vulgaridad llamado “Baila”.. Almenara eran más músicos, más técnicos, sabían lo que era un escenario y venían con la experiencia, la tremenda y dura escuela de las verbenas, cuando se llamaron Cristal, o más aún, cuando fueron Visiones, con el concejal del Partido Popular Juan Garrido como impetuoso vocalista. Su hermano, el guitarrista que fuera de Distorxion, Pepe Garrido, El Pira, estaba con ellos y eso era jugar con ventaja, y Paco Arteaga, hermano de Luis el de Los Trasgos. En Almenara  estaban Jesús Sánchez, batería, brazos y piernas al servicio de una orquesta ( Paréntesis, Simpatía, Singles ) y Segis Armero, exactamente igual (Paréntesis, Cristal y la que habían formado en esos años los antiguos Trasgos, que no se resignaban a vivir sin un acorde que echarse a la boca: Altozano). Lógicamente terminaron tocando en las fiestas de los pueblos, en la Caseta de los Jardinillos y, seguro,  en el Casino Primitivo. Parafraseando a Popeye, batería de los Distorxion, Almenara fueron " currantes, nunca artistas".
   Jade fue otro de aquellos primitivos grupos de la recién estrenada década. Eran horrorosos, les encantaba el mundillo de las bambalinas y los escenarios, pero no tenían idea de como meterle mano musicalmente. Lo mejor que hicieron fue ganar un concurso radiofónico, el Bocata Rock, que organizó la Ser. Fue muy gracioso porque todo consistía en que los oyentes del concurso debían votar con unas papelinas que iban incluidas en los envoltorios de cualquier producto Bimbo. Oyentes nunca se supo si tenía aquel programa de radio, pero aquellos días no quedó una sola furgoneta de Bimbo que no fuera asaltada por los jóvenes músicos de la ciudad. Alberto Cano estaba desesperado porque se había presentado con Azalea y veía como se le iba el concurso de las manos. Cuando con sus chicos quiso reaccionar asaltando igualmente las furgonetas de Bimbo ya fue demasiado tarde, Jade se les había adelantado y habían ganado por votación casi "unánime". El ridículo que hicimos luego, en Almansa, en la fase regional, los de la Ser, los propios Jade y Albacete en general fue espantoso. Estuvieron más nerviosos que de costumbre en su actuación y la idea general de quienes formaron el jurado fue de que Albacete en aquella época estaba en las catacumbas de cualquier movida musical. Al poco tiempo, Francisco Moreno, uno de los integrantes de Jade, moría abrasado en un incendio producido en su propia casa. Final terrible para quién hoy pudiera haber sido conocido más por lo que hubiera hecho en el futuro que por lo que llegó a realizar con aquella inexperta banda de chavales ilusionados.

   Luego estaba Pepe Inclán y sus innumerables neuras. Inclán lo tenía todo para triunfar. Como se ha dicho era músico polivalente, de esos que lo mismo le ves con un sintetizador modelo Moog que con una badana de Essaouira. La guitarra, el bajo, la batería, no tenían secretos para él. Y esa pose derivada en look conjuntero que paseó toda su vida por el mejor escenario, también por el peor antro corralero, le regalaban un punto en su cotización artística. Alto, gallardo, ahora de rock, ahora de tecno, ahora de sinfónico, Pepe Inclán descargaba aquella adrenalina en grupos tan etéreos como fugaces: Control, Catacumba o aquella inevitable Pepe Inclán Band. Acabó también en la verbena porque pese a su anárquica apariencia siempre fue un tipo práctico, metódico y poco dado a la aventura.

   De aquellos primeros años ochenta también proceden Andrade, el grupo que presentaba un adolescente Jesús Villar en el micrófono. Villar también tocaba la guitarra y, como no, hacía sus propias canciones. “No hace falta”, por ejemplo, en la que la voz de Jesús era un murmullo lateral (siempre ha torcido la boca para hablar) y en la que sus compañeros de viaje, Guillermo, José Luis y Javier cortaban el aire, de pura tensión intrumental.

   No, no hubo más remedio que organizar aquellos conciertos anuales en el Polideportivo, “Encuentros” les llamaron realmente para exhibir a la joven audiencia albacetense aquello que sonaba regularmente por la radio. Para mostrarles que existían, que eran de carne y hueso y que no había nada ficticio en las pretenciosas alocuciones de los disc-jockeys. Así conocimos todos a Atlanta, con un chiquillo de batería que luego crecería, crecería y crecería: Toñito le llamaban, Toñito Atienzar. Paco Domínguez ya guitarreaba con ellos y por supuesto Eduardo Fernández y el hermano menor del joven escritor y músico Miguel Pascual, Joaquín, a quién no se sabe cómo ni porqué alguien comenzó a llamarle Membrillo, El Membri, para los amigos.

     -"Atlanta bebe de las lejanas fuentes del rock genuino de los años sesenta y del sinfónico y los títulos de sus canciones van desde la teología pictórica como “Infierno Rosa” hasta la más universal declaración de principios: “Prefiero ser millonario” -decía entonces de ellos el periodista Antonio Avendaño en el diario local La Voz de Albacete,  
     -"y quién no queridos", remataba el propio periodista.
   Y así conoceríamos, en fin, a Cortejo Fúnebre (Camilo Fuentes, Jose Maria Ponce, Miguel Guardia y Juan Rodenas, J.R.); Fragmento Carter (Manolo Moreno, Juan Carlos Sora y Amparo Peinado, que acabaría en Cortejo Fúnebre, en Pecata Mundi y en un intento de triple salto sin red en un grupo de féminas locales, que quisieron llamarse Las Carmelitas Descalzas); Eslabón (Francisco Javier Gonzalez y Francisco Javier Ruiz) y Atico (con los hermanos Cebrián, Juan Francisco y Antonio, Pepe Blanco y Ramón Marín).

Emilio Martínez, El Pelos
Emilio Martinez, El Pelos, otro criaturo de 13 o 14 años, formó Facción Cutre (con Antonio José Navarro y Miguel Angel Hurtado) y como el nombre del grupo indicaba lo suyo fue llevar la cutrez en su máxima expresión a términos rockeros. El crío "passaba", "passaba" de todo, de las tecnocracias, de las organizaciones, de la rigidez de los ensayos, del estado físico del material, de las entradas a conciertos, de las pruebas de sonido, de los técnicos de mesa (que ya empezaban a ser imprescindibles)..., su crudeza era visceral y su punto de vista absolutamente egocéntrico. El grupo sonaba como una tormenta en pleno delirio.

     -"Lo mio son los Sex Pistols, Leño y Parálisis Permanente juntos", te lo decía de costado, con gesto de desprecio, molesto por la entrevista,  como el que no quiere la cosa.

   De El Pelos recuerdo siempre su disposición a viajar a todos los conciertos que tuviese a mano, a mano y a pie porque a muchos de ellos acudía haciendo auto-stop, con la entrada que se había ganado en algún concurso radiofónico, en el macutillo. Emilio Martinez siempre ha sido de esas personas que tienen prisa por llegar, el genuino personaje creado mil veces por los guionistas del rock. Su aventura, afortunadamente, aún continúa (posiblemente no le hubiera creído si alguien me lo llega a asegurar entonces).

FRANKY-FRANKY
   Fue en aquel II Encuentro de Rock de Albacete, un viernes 20 de enero de 1984, cuando se presentaría oficialmente a la afición albacetense un licenciado en Filosofía Pura de Las Peñas de San Pedro llamado Francisco Sánchez Sahorí. Le acompañaban dos lugareños del pueblo, Fernando Alfaro y Marce Sarrió en la sección ritmica. Francisco había llegado unos meses antes a la emisora, entonces Antena 3, donde despegaba cada noche el Aeroplano, lo hizo con un casete deshecho de tienta, sin caja, como los que se venden en los rastrillos de segundo orden. Lo presentó como "la gran esperanza del rock llanero" León Molina, un cubano puesto al día en la cosa albaceteña, colaborador habitual de la emisora. Sus antecedentes eran fiables: teoría pop al día y amigo personal de Los Asesinos a Sueldo murcianos. La cinta vomitaba revolución cultural:

En su cama se masturba Cristina,
con un aparato de pilas,
esperando que llegue Fernando,
y le diga
¡ un, dos, tres !
¡ Deja el vibrador !
¡ que esta noche estoy yo !
(Cristina y el vibrador.Franky-Franky.1984)
   
     Lo más salvaje que yo había escuchado nunca. Desde luego rompía todos los esquemas anteriores, sólo que  sonaba espeluznante, distorsionado, casi inaudible y por tanto imposible de emitir. Decía, que aquel esperpento lo habían grabado él y sus chicos de Las Peñas y que se llamaban Vitamina C.
   
     -" Imposible llamaros así porque ése grupo ya existe ", le mentí. (Vitamina C era realmente el seudónimo que yo utilizaba cuando quería colar algunas de mis también inaudibles jam-sessions personales en el programa. Lo hacía siempre que me faltaba material nuevo ).

     A los pocos días, Sánchez llegó diciendo que había arreglado un poco el ruido de la cinta y que ya tenía el nombre definitivo de la banda: se llamarían Franky-Franky y El Ritmo Provisional.

Franky-Franky y el Ritmo Provisional. Los originales
Franky (Francisco Sánchez Sahorí) lo tuvo muy claro desde el principio. Quería ser una estrella del rock y conocía todos los conductos que le llevarían a su objetivo. El problema estaba en el tiempo que tardaría en llegar y en su tozudez: el nuevo rockero no admitía ninguna otra guitarra que no fuera la suya y tocada por él. Le costó trabajo y cierta dosis de humildad admitir la evidencia. Aún así, aquella noche del 20 de enero en el Polideportivo convenció a casi todos los presentes, más por su puesta en escena, por aquellas irreverentes letanías y por su pose provocativa y visceral que por su propia destreza en el manejo de la guitarra. Y no es que fuera especialmente negado con las seis cuerdas, es que cantar y tocar, al mismo tiempo, como él quería, era demasiado prematuro, era ir demasiado contra el tiempo, contra el poco tiempo que hacía que había cogido una guitarra por primera vez. Un año después ya había tocado con Alaska y Dinarama en la Plaza de Toros; con los Golpes Bajos, igualmente en el coso taurino; con Loquillo y Los Trogloditas en Tarazona y había grabado un disco con 5 canciones propias (el que contenía su popular “Madison”) en unos estudios de grabación valencianos. El primer disco monográfico de un grupo albacetense en su historia. Franky no tenía prisa: Franky iba como una moto.

A LA FELICIDAD POR LA ELECTRÓNICA 
     Antes, en julio de 1983, se celebraron en Ciudad Real los Juegos Deportivos Castellano-Manchegos. La Junta de Comunidades, presionada por los distintos circuitos juveniles de la región organizó paralelamente el I Festival de Rock de Castilla la Mancha, un concurso en el que participarían todos los grupos de la comunidad que quisiesen. La selección de los finalistas la harían los distintos medios radiofónicos de las cinco provincias. Albacete contaba con un panorama no demasiado alentador. Pocos grupos, inexpertos y exentos todos ellos de una mínima originalidad. Erizo navegaba entre el sinfonismo urbano que aportaban sus notables músicos, Dirección Prohibida fueron los favoritos, pero su música, pese al tesón de Alberto Cano y la destreza del guitarrista madrileño Rafael Cobo no ofrecía mayor novedad que su extremada pulcritud, Atlanta tuvo siempre el hándicap de su débil repertorio; los demás se perdían en la extensa jungla de sonidos que ya ofertaba la década, sin acabar de acoplarse a ninguno de ellos de una manera diáfana, sin dominio de la situación, sin convicción y en definitiva, sin carácter. La sorpresa fue general cuando se supo que el grupo que iba a representar a Albacete en aquella primera concentración regional castellano-manchega iba a ser A la Felicidad por la Eléctrónica.
A la Felicidad por la
Electrónica,
Jesús Andicoberry y
Emilio López Galiacho
La banda, como tal, realmente no existía. Eran sonidos que yo solía utilizar en las sintonías del programa Aeroplano y en algún jingle de promoción. Fue extraordinariamente divertido. Pepe Andicoberry, un informático de carrera que trabajaba en Madrid, músico autodidacta y colaborador en el programa, me los facilitaba cada semana cuando venía a la emisora con las últimas noticias musicales de la capital de España. Un día, me trajo una cinta que había elaborado con su propio hermano Jesús y con un teclista albaceteño que estudiaba arquitectura en Madrid, Emilio López Galiacho. La cinta era muy aceptable y le propuse su publicación entre las que programaba de Albacete. Pepe, Jesús y Emilio bautizaron aquel proyecto como Plastika Nitra. Desde la primera semana que salió al aire, todas las semanas posteriores yo tenía una nueva grabación de Plastika Nitra desde Madrid. Estaban confeccionadas a base de cajas rítmicas de medio precio y sintetizadores igualmente asequibles, pero aquello sonaba distinto, en la onda de Gary Numan, Thomas Dolby, Frankie Goes to Hollywood, Klaus Nomi y todos los creativos de la década.

Como yo estaba encargado de enviar todo el material albaceteño a la organización del concurso, incluí en el paquete de cintas que me habían facilitado los demás grupos la de Plastika Nitra, con el consentimiento de ellos y con el cambio de nombre propuesto por Emilio López, basándose en la célebre frase pronunciada por Fernando Fernán Gómez en aquella inolvidable película de los años 50, “Una Pareja Féliz”. La sorpresa también la llevamos nosotros cuando notificaron que cuatro emisoras de la región, Radio Nacional de Cuenca, Radiocadena de Albacete, la Ser de Guadalajara y, obviamente, Antena 3 de Albacete donde yo trabajaba entonces, habían elegido por nuestra ciudad a ése novísimo grupo local con aquellos planteamientos tan originales. “Epstein Bar” y “Aeroplano” (que yo utilizaba muchas veces de sintonía de mi programa) fueron los temas presentados por los hermanos Andicoberry y Emilio López, que ante la responsabilidad de tener que actuar en la final en directo, por primera vez en su vida, se dedicaron en cuerpo y alma a buscar músicos de acompañamiento. Encontraron a un apuesto bajista albaceteño llamado Willy Villar, que no tuvo que sudar demasiado en la aplicación de sus bajos. Para Plastika Nitra la estética era fundamental. También a una amiga de Madrid que aunque no había cantado nunca en público tenía cierta experiencia en el escenario al ser componente de un grupo de teatro independiente de la capital de España. Pepe Andicoberry, que nunca tuvo clara aquella travesura, desistió de actuar en directo desde el primer momento. Fue emocionante verles después en video (al final yo tampoco estuve en Ciudad Real por desavenencias con la organización), allí, en la inmensa soledad del escenario, en un teatro hasta los topes de heavys, desamparados, con la única defensa personal de su música, aquella música informatizada, fría como un témpano y rodeados de camisetas negras, encaradas y excitadas por todos lados. No ganaron, pero estuvieron correctísimos, dando la nota vanguardista ante tanto tópico. Posterior y simultáneamente a sus carreras profesionales, Jesús Andicoberry siguió con sus experimentaciones en dos originales grupos: A Bao a Qú y en El Vicio de T (con una encantadora Silvia TDT como autora de espíritu conceptual y vocalista) y Emilio López Galiacho, que no dejó de tocar el piano en ningún momento, acabaría en el famoso grupo madrileño Los Elegantes. En su caso, se cumpliría la profecía de Fernán Gómez. Pepe Andicoberry, en cambio, no volvió a dejarme una cinta personal más ni a aparecer siquiera como corresponsal en la Villa y Corte en el programa Aeroplano. Desde aquel sofocón se apartó definitivamente de la música activa.



ALTOZANO
El Chule, Juan Carlos Arráez, Pascual Ortíz,
Juan Siquier, Manolo Carrión y Alberto Cano:
Altozano
Para entonces, Juan Siquier y Alberto Cano ya habían caído en las redes del "positivismo musical", en la "degradante" carrera comercial del músico profesional. Habían sido incluidos en la profunda reforma que se llevó a cabo en la Orquesta Altozano. Juan Rosa, El Rana, Luis Sánchez, El Lobo y  Adrián Navarro, tres ex-Trasgos, habían realizado su labor de "proyecto Geminis", dejando a la orquesta en una situación inmejorable en el complicado circuito de las contrataciones verbeneras. Necesitaba la orquesta músicos experimentados y técnicamente preparados y Juan y Alberto, pese a su juventud, reunían esos y más requisitos. Así, Siquier tendría por fin su ansiada guitarra Yamaha, con la que había soñado en sus años de penuria rockera con Erizo. Juan había utilizado durante mucho tiempo una vieja Cimar, imitación a la Gibson, que  me costó la sorprendente cifra de 7.000 pesetas en mis años madrileños, gracias a un anuncio en la revista musical especializada Disco-Express y que no tuve inconveniente en prestarle. Alberto Cano, mucho más ambicioso, conseguiría en poco tiempo reunir en su habitación de la calle Arquitecto Vandelvira el sueño dorado de todo guitarrista que se precie: una Fender Stratocaster, una Gibson y una acústica Ovation. Altozano, gracias a la inasequible dedicación del batería Pascual Ortiz, se había convertido en un extraordinario negocio, claro que para ello, Pascual también contaba con la participación en el grupo de los consumados músicos Manuel Carrión, Juan Carlos Arráez y el pequeño de los Sánchez Pingarrón, Vicente, El Peke. Aún con el definitivo enfoque verbenero de la banda, Alberto se empeñaría, una vez comprados todos los instrumentos que necesitaban, en su vieja idea de grabar un disco pop con sus propias canciones. No quería hacerse viejo sin haber degustado la  excitante sensación de encontrarse en un estudio de grabación, inmortalizando en acetato todos sus sueños de adolescencia, su madurez musical. No tenía sentido para él haber aprendido tanta pericia musical pagando un precio tan alto de sufrimientos, privaciones e ilusiones. La sensación de estreno ya la había vivido con Franky Franky y El Ritmo Provisional, cuando Franky, en una decisión absolutamente coherente, le llamó para la grabación de aquel primer disco pop albaceteño, el que contenía “Champú y Literatura”, “Vampiros”, “El Hombre que sabía escribir a máquina” y “Nunca actuaré en el Madison”, canción en la que Alberto Cano realizaría todos los arreglos para la grabación, incluidos sus solos guitarristicos y la introducción de piano. Aquello sólo había significado su primera toma de contacto con unos estudios profesionales.

Cuando apareció “No hay final”, el álbum de Altozano, Alberto Cano vio cumplido su sueño, aunque el disco no reuniera sino unas cuantas canciones interpretadas correctamente, dentro de unos cánones que poco tenían que ver con lo que se estaba escuchando ya en el país. Tanta orquesta, tanta verbena y fiesta popular, tanta pulcritud en la ejecutoria, habían apartado peligrosamente de la actualidad discográfica a un músico prematuramente sazonado. Al principio, Alberto Cano no entendió, no quiso entender, ese punto de vista mío, tan cruel como real y durante un tiempo ambos acusamos un cierto distanciamiento. Más tarde, vuelto con éxito al redil de la verbena, unido emocionalmente a la música paralela que llevaba creando desde un tiempo con Juan Siquier, la lógica de la lealtad se impuso y ya tuve un amigo para toda la vida.



EL TRANSISTOR 2N3055
     En efecto, Juan Siquier había estado trabajando como una hormiguita en el mas absoluto de los anonimatos en su propia casa, donde poco a poco crearía un más que correcto mini-estudio de grabación. Lo había hecho con las músicas delicadas, evanescentes, del guitarrista británico Vini Reylli a quién había conocido, discográficamente, en una de nuestras numerosas y teóricas charlas caseras. Siquier, ya se ha dicho, como extremado perfeccionista que es, se había dedicado en cuerpo y alma a trabajar aquellas músicas, premonitorias de lo que años mas tarde se conocería como New Age (nueva era) y estaba consiguiendo unos resultados espléndidos. Me tenía atrapado con su bellísimo “Ocre y Oro”, un instrumental donde exploraba todos los caminos  nunca alcanzados por un músico albaceteño. Cuando los unió con Alberto Cano la experiencia fue de una plasticidad sorprendente. Al dúo le llamaron 2N3055 (nombre de un transistor de potencia en un amplificador),
El transistor 2N3055
en una decisión que rozaba más el despecho que lo práctico,. Se presentaron en los locales antiguos de la Casa de la Cultura, justo a unos metros del recordado Teatro Circo. Y allí, en el epicentro de un circulo de auditores expectantes, ofrecieron su primera entrega llena de emociones sensitivas, de barroquismo, de matices y de una extremada intimidad provocada. Aquella noche les acompañó el saxofonista madrileño, ya entonces en la plantilla albaceteña, José Lillo, Pipiyo. Curiosamente, Pipiyo y Juan Siquier se habían conocido a través de un concurso de comics que había organizado en Albacete el popular café Nido de Arte, rivalizando tanto los dos en la destreza del dibujo a plumilla que uno, Pipiyo, se llevó el primer premio y otro, Juan Siquier, el segundo. Con aquel premio, Pipiyo se compraría su primer saxofón, el mismo que utilizaría en aquella noche embriagadora de la Casa de la Cultura.
Alberto Cano y Juan Siquer, 2N3055
Les acompañé alguna vez en sus correrías por la provincia, siempre en programas culturales organizados por las instituciones. Aquella música que interpretaban no tenía sitio en los grandes recintos, ni compañeros que la arroparan. A la sensación de intimidad que expresaban aquellos arpegios, aquellos acordes sinuosos, unieron una abundante cantidad de velas de todos los tamaños que extremaban si cabe aún más la sensación de familiaridad. 2N3055, fue, sin duda, una entrañable experiencia, nunca más repetida en esta ciudad.

     Así era Alberto Cano, un torrente de creatividad unido a un apetito insaciable por estar en todas las movidas que hubiese en Albacete. Componía música para un mayor lucimiento de actos religiosos, daba y tomaba clases de guitarra, colaboraba con todos los grupos musicales que se lo pidiesen y además, Altozano, Juan Siquier, Franky..., la vida para él era un privilegio que había que explotar y no había tiempo que perder, todo lo más, dejar un minuto para los sueños:

     -"Los kilómetros son algo habitual en mi vida. Y el sueño también. Además de aguantar a los borrachines de las últimas horas de baile, de discutir con cada empresario las cláusulas de un contrato que nunca se acaba de cumplir, de cenar mal en cualquier bar de carretera, de dormir en cualquier fonda del lugar. Eso no suena bonito. Dicen que no toco mal la guitarra, pero estoy insatisfecho con mi trabajo, me gustaría ser músico de otra especie. Tampoco ser una estrella, pero si dedicarme a la música fuera de las orquestinas, poder hacer un trabajo algo más creativo y, sobre todo, tocar la guitarra clásica. Me he propuesto salir adelante con una carrera académica en un conservatorio, aunque choque con mis ideas, soy un autodidacta convencido. Aún así, el estudio de la música ha creado para mí un nuevo universo, porque ahora mi habitación es como un centro de alucinaciones. Alucino tocando y dando vida a la partitura a la que me enfrento" -(fragmento de un escrito sin aparente destino que me entregó su padre, días después de su trágico accidente)

   Aquel fatídico minuto le llevó a un sueño sin retorno. Alberto Cano moría días antes de la navidad de 1987 en un accidente de automóvil cuando regresaba, conduciendo, de una gala con el grupo Altozano. A su derecha, el copiloto, Juan Siquier, pudo contarlo.



Alberto Cano y Juan Siquier, 2N3055. Ocre y Oro. 1987


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