14.2.14

Historia de Jazzalbacete. Edición 1986


El Jazz inaugura el nuevo Auditorio Municipal


Diseño: García Giménez

 1986 significó un salto francamente cualitativo para el Festival de Jazz de Albacete. Ese año (21 de noviembre), el equipo de gobierno del Ayuntamiento de la capital dirigido por el alcalde José Jerez  dijo adiós al Altozano, a la Plaza del Altozano, lugar desde donde, por ejemplo, en aquel emplazamiento municipal (hoy Museo) el concejal albaceteño Alberto Ferrus había proclamado en honor de multitudes la Segunda República en 1931. No sé, cuento esto por nombrar una efemérides significativa que no sea el socorrido y a veces soporífero pregón de feria (creo que hasta un conocido general militar de malas pulgas, Francisco Franco, anduvo también alguna vez en aquel balcón de gloria).

Auditorio Municipal. Jazz para los niños
Así, el nuevo emplazamiento del Ayuntamiento de la capital frente a la Catedral, en una plaza a estrenar llena de fuentes y jardines, venida a menos, el alcalde ofrecía además a sus ciudadanos el nuevo Auditorio Municipal. Un coquetón coliseo de 560 plazas con un completo surtido de camerinos (en aquella época y visto lo visto y aquí contado, un autentico lujazo) y amplios espacios interiores. Además un nutrido grupo de técnicos propios dirigidos por el siempre eficiente y profesional Miguel Carrión iniciaba de esta manera una aventura escénica como aporte y apoyo logístico a toda esa actividad cultural que el pueblo andaba demandando desde hacía tiempo y que, como en el caso del Festival de Jazz, no terminaba de encontrar cobijo. Ni propio ni prestado. Curioso: diez días antes de inaugurarse oficialmente el nuevo Ayuntamiento de Albacete, con obispo y toda la ostia oficial, el 11 de noviembre se estrenaba igualmente el nuevo Auditorio Municipal. ¿Cómo y con qué acto?... Bingo!, con el mismísimo VII Festival de Jazz de Albacete.

Una honra no compartida por algunos concejales y ciudadanos descreídos y apostólicos romanos que opinaban que inaugurar pieza tan importante del nuevo ayuntamiento con esa música de amiguetes intelectuales y bohemios no representaba ninguna alcurnia para la ciudad, mucho más disparatado el acto si además era un negro llegado de Chicago el que iba a estrenar nada menos que el piano Steinway recién adquirido por el equipo de gobierno municipal por la nada despreciable cantidad de 8 millones de las antiguas pesetas: “Lo van a destrozar el primer día”, le comentó un concejal de derechas al alcalde. José Jerez me contó al oído aquel chascarrillo minutos antes de presentar a la banda de Illinois. Abochornado, le contesté que le dijera a aquel animal de corbata que no se preocupara, que los negros no traían pianista, que el honor iba a recaer al día siguiente en uno de nuestros más insignes músicos nacionales: Joan Albert Amargós.

Inaugurando el Auditorio
De manera que ahí me encuentro, sin comérmelo ni bebérmelo, estrenando el nuevo escenario, el Auditorio Municipal, que tantos y tantos días de renombre regalará a la historia cultural de la ciudad: “Señoras y señores...etc., ¡bienvenidos al VII Festival de Jazz de la ciudad de Albacete!, ¡con ustedes la Chicago Blues Festival!”

Y apareció el bandón. Sin pianista, pero con tres guitarristas soberbios: Melvin Taylor, Eddie Burns y Little Joe Blue. La orquestina era una suerte tradicional de héroes del blues que se juntaban, mejor dicho los juntaban las agencias azarosamente cada año en otoño para venir a Europa a impartir magisterios y admiraciones, de tal manera que en otras ocasiones habían venido a España bajo el mismo epígrafe gente como John Lee Hooker, Luther Allison, Jimmy Johnson (no, no, nada que ver con Robert, otro Jimmy, igual de fluido que el del pacto demoniaco) o Freddie Below. Este año, 1986, en la lotería del azar nos tocó este grupo de excepcionales guitarristas... y armonicista, porque con ellos llegó nada menos que Billy Branch, un fenómeno. Baste decir que se le conocía, bueno, se le recuerda aún, por sus colaboraciones en discos de Willie Dixon, Johnny Winter o Taj Mahal entre otros muchos.
Melvin Taylor
Aquel año no obstante la figura del grupo era Melvin Taylor, al que nos vendieron como el nuevo Jimi Hendrix por su manera tan espectacular de interpretar el blues (ahora recuerdo el reciente concierto en el festival de Lucky Peterson, otro chamán del género). Taylor tuvo la mala suerte de coincidir generacionalmente con Buddy Guy, Robert Cray y el mejor momento de B.B.King porque sino hubiera sido otro de los imprescindibles, aunque más de uno así lo considere. El concierto fue una barbaridad, de esos que te dejan sin resuello. Con la sección ritmica compuesta por Nick Charles al bajo y el jovencísimo batería, ya por entonces asentado en Barcelona, Julian Vaughn repartiendo estopa. El blues, hay que reconocerlo, ha tenido siempre mucho predicamento, mucha gratitud en Albacete.
De Julian Vaughn recuerdo su posterior jam en la sala Gabinete de la calle Gaona. Nos lo llevamos allí unos cuantos, le montamos una batería (Gabinete tenía soluciones para todo. Gracias ahora y siempre Paco Eloizaga) y pasamos la noche de risas. Tiempos.

J.A.Amargós y C.Benavent
La segunda noche del festival fue el viernes 13 de noviembre. Esa fue la velada donde se estrenó aquella joya de la corona que atendía por Steinway, el piano de los lores. Y efectivamente fue un músico catalán, Joan Albert Amargós el que dio las primeras notas en aquel teclado y en el recién estrenado auditorio, previa puesta a punto por El Curro, un valenciano que ejerció de afinador del tesoro durante muchos años. El maestro Amargós llegó acompañado de la tropa mayor del reino: Carlos Benavent, Jorge Pardo y el batería Salvador Font. Es decir, poco menos que el Titanic nacional. Benavent presumía aquellos años de haber tocado con Chick Corea en su álbum Touchstone (1982). Yo me apresuré entonces a comprar aquel vinilo porque me ilusionaba verle en la contraportada, en los créditos, con lo mas granado del jazz internacional: Lenny White, Alex Acuña, Al di Meola, Stanley Clarke, Lee Konitz y, claro, Chick Corea con la participación también de Paco de Lucia. A los dos, Amargós y Benavent, les seguía desde los tiempos de Música Urbana, a quienes había visto un par de veces en Madrid cuando me dio por vivir allí unos años en los setenta. Ése día tuve la oportunidad de pagar mi deuda de fan con ellos y con el otro gran prodigio del jazz español: Jorge Pardo. Concierto limpio, exquisito, cercano a Música Urbana aunque menos catalán. En realidad interpretaron prácticamente el repertorio de Dos de Copas, el disco que los dos músicos catalanes habían presentado un año antes. El devenir de los tiempos nos regalaría a tres interpretes mayúsculos en la historia de la música contemporánea de nuestro país. Joan Albert Amargós últimamente como pianista y arreglista titular de Joan Manuel Serrat, entre otras hazañas como director de grandes  orquestas y Carles Benavent y Jorge Pardo como excelsos impulsores del flamenco especializado y unidos en varias formaciones y una no menos importante y extensa obra discográfica (ejem, Carles Benavent formó parte de uno de los últimos conciertos de Miles Davis, reflejado en el Live Montreaux del 93).
Ni que decir tiene que la fiesta siguió después en Gabinete, rodeados de amigos y admiradores y con la batería aún instalada para Julian Vaughn que se había quedado un día más en Albacete oliéndose el guateque.


Kenny Burrell
Como la ocasión lo requería (no todos los años se inaugura un auditorio, no todos los años se inaugura un auditorio... ¡propio!. Se acababa la tiranía de la rifa del local y de los abusos de la empresa privada) para el final del programa se pensó porque se puso a tiro, en un clásico. En un clásico de los de siempre: Kenny Burrell, un prodigioso guitarrista cuyas influencias más sonoras habían sido las de Charlie Christian, Django Reindhart y Wes Montgomery... ¿falta alguien para el podio?. Burrell las aprovechó al máximo desde que debutara en la industria discográfica con un evidente Introducing Kenny Burrell en 1956 y en Blue Note. Nada menos (como el padre torero de Gila). Aunque la obra cumbre del guitarrista para mi ha sido siempre
Midnight Blue Cover
Midnight Blue (1963) con Stanley Turrentine en el saxo tenor, Major Holley al contrabajo, Bill Inglés en los tambores y Ray Barretto en la conga. Y eso que a Burrell le ha acompañado siempre la estela del sideman (el músico que está detrás de la estrella) la que consagra a los hábiles, a los seguros, a los auténticos, a los birgueros. Claro que con tan extensa discografia en solitario (aún sigue editando: el año pasado apareció su Special Requests (and Other Favorites) desde hace mucho tiempo a Burrell ya se le identifica como uno de los grandes de la guitarra... de todos los tiempos.
A Albacete llegó con Generation (1986) y con dos de sus fieles acompañantes en muchos de sus discos y conciertos, David Jackson al bajo y Kenny Washington a la bateria. Fue un concierto magistral, como una master class de muy alto nivel en clave de bebop estilizado. Una exquisitez.

De esa noche guardo uno de los recuerdos mas vergonzosos en mi largo currículo de desaciertos. Resulta que en las pruebas de sonido, a las seis de aquella tarde, le comenté al técnico de mesa, Custodio Martínez (que ese año sonorizaba, ¡estrenaba!, el auditorio) la conveniencia de subirle un pelín el volumen al sonido general de la sala. Burrell probaba con sus músicos en el escenario y a excepción de nosotros dos no había nadie más en el patio de butacas. Como soy de los que siempre he estado acostumbrado a oír la música para reventar tímpanos a mi me parecía que aquello sonaba bajo, lo que redundaría en más bajo aún cuando la sala estuviera llena, algo que ya estaba confirmado por la venta de entradas. Custodio subió unas pulgadas más el fader en la mesa y ocurrió la catástrofe: Kenny Burrell paró de tocar a mitad de tema y abroncó a Custodio por subir el volumen sin su permiso. En un inglés crispado nos llegó a decir que a él (añado: "que había tocado con Oscar Peterson, Dizzie Gillespie, Duke Ellington" etc.) le gustaba tocar bajo para acariciar tímpanos no volarlos. Al menos eso entendimos Custodio y yo, al que lógicamente le pedí perdón por mi intromisión y por meterme en el trabajo de los demás y donde no me llaman, en definitiva, por mamón.

Bien, al final Albacete ya tenía su Auditorio Municipal y yo acababa de recibir una master class particular, gratis, de un clásico. No fue mal balance después de todo, cáspita.

Amargós y Benavent, las buenas compañías

1 comentario:

José Garrido Herráez dijo...

Siempre un placer leerte y más cuando cuentas los entresijos de estas actuaciones que ya son parte de la historia de la música en Albacete. Muchas gracias, hermoso mío.