4.1.13

Artimañas Garrido, la habilidad del artesano



Según el tocho que me compré cuando salí de bodas, una enciclopedia que llevaba consigo un juego de toallas y que aún ocupa un rincón estratégico en mi casa, un artesano contrariamente a los comerciantes, no se dedica a la reventa de artículos sino que los hace él mismo, les agrega algún valor por puro placer intrínseco (el añadido es mío). El artesano crea objetos, los pule y los mima hasta que parezcan prodigios, personales e intransferibles, únicos. No suele conformarse con una disciplina concreta sino que gusta de ampliar su ingenio y su talento en la búsqueda de la gracia definitiva que le deje descansar en paz, algo que no suele suceder nunca y que, creo, jamás conseguirá.


Escribo esto contemplando ensimismado las acuarelas de Pepe Garrido. Un pendejo de la artimaña, del vericueto talentoso. Agazapado en su guarida de sabio repone o inventa un diálogo y lo convierte inmediatamente en El Buscón; con un amigo de guitarras te brinda junto a la barra del mejor club el Jigsaw Puzzle Blues de Danny Kirwan y se queda tan tranquilo, casi se excusa, y si hablamos de plumillas y estilográficas ahí es académico: "Me interesa todo. Ya sé que todo es demasiado, pero lo siento, es así".


Una mañana hablé con Pepe de acuarelas ("me interesa todo") y me abrió los cielos con Winslow Homer y la supremacía china, me mostró trabajos de Sheldon Borenstein a través de su exquisito, si, placentero, delicioso blog, Artimañas y descubrí su extraordinaria habilidad con las aguadas. Pepe Garrido había traspasado sobradamente la línea límite que separa los amigos de la admiración porque ya no estaba hablando, como siempre lo habíamos hecho, con alguien que conoce la historia del pop, blues o jazz como la palma de su mano interpretándola, que esa es otra, sino que además jugaba con los colores, las plumillas y el pincel como un verdadero artesano. En esas imágenes también veía a John Gotman, a John Sargent, al danés Emil Nolde, la biblia mimada de cualquier aficionado. Revoloteaban los genios con su propia percepción del arte, del sosiego, de la luz interior, en pequeñas obras mayúsculas: el halcón, Garrido, en su madriguera.


Y ahí sigue. Creando arboledas infinitas, cielos portentosos y, últimamente, marca-paginas (bookmaks) floreados, ramificados, abiertos al blanco de la transparencia.
A Garrido no le hace ninguna falta, ni le interesa, el reconocimiento popular ni los agasajos, pero si alguna vez le tiene que llegar la hora de recibirlos que sea cuanto antes.

El Altozano


"Me gustaría pintar como Requena o Winslow Homer, tocar la guitarra como Martin Taylor y escribir como Quevedo, pero lo llevo con resignación" (Pepe Garrido).


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