18.9.12

El Hierro, la isla dormida



El regalo de septiembre

El volcán invisible
Cada madrugada, Frontera se remueve avisando del nuevo día aunque nadie note movimiento alguno. Los técnicos dicen que, como mucho, la cosa llega al 2.2 de magnitud en la escala de Ritcher pero nadie siente nada, solo que ha llegado el nuevo día y hay que hacerle un espacio al silencio. En El Hierro se escucha el silencio. Cerca de Tiñor, por ejemplo, junto al Garoé, el árbol sagrado de los bimbaches cuyas hojas tenían la peculiaridad de destilar el agua producida por la lluvia. Allí, entre los matojos indescriptibles de la montaña junto al tilo que sustituyó el original (barrido por un huracán) el silencio es un escándalo. Y en La Restinga una barahunda, ahora, cuando todos miran cada mañana la mancha del horizonte marino. Ya no se ve el lamparón, pero debajo hay un volcán.


El Golfo
En El Hierro, isla del Meridiano 0, la más pequeña del archipielago canario, el antojo de la naturaleza hizo estragos. Teniendo en cuenta que tenía forma de estrella piramidal y que una parte de ella fue al mar cuando se desprendió uno de sus lados, el que hoy debía completar El Golfo, uno puede hacerse una idea de cómo quedó definitivamente el islote, con un bocado considerable y una costa anegada de lava con toda la forma caprichosa que ésta pudo adoptar en su retorcido viaje al mar.


El Charco Azul
Y esa es precisamente una de las peculiaridades de la isla, su costa, sus playas de arena negra..., más bien, chinarro y guijarro negro y la huella de la lava en cada caleta, en cada hueco, en cada cueva donde el mar, inevitablemente, pide paso. Una fantasía. Una pérfida liturgia de placentero misterio porque los herreños han explotado la veta de ese veleidoso antojo de la diosa naturaleza para vestir sus costas de baños inauditos: Escaleras de piscina nacidas del pedrusco que te aposentan en aguas cristalinas, estanques marinos paradisiacos, pozas donde entra y sale el agua bajo una presión brutal, lagunas naturales, acequias sombreadas de palmeras... el Charco Azul, La Maceta, el Pozo de las Calcosas, El Charco Manso, la Cala de Tacorón, el Roque de la Bonanza, el Charco de los Sargos con los restos de la lava haciendo increíbles dibujos de saurios o esparcida sobre el mar como recién llegada del volcán (Las Calcosas). Una barbarie de belleza y sosiego solo explicada con un simple vistazo al Mar de las Calmas, donde duerme ahora Lucifer.

El Pozo de las Calcosas

La cala de Tacorón
El Hierro es una experiencia inovidable porque a todo el regalo de la naturaleza se une una gastronomía y restauración muy cuidada, unos vecinos respirando cordialidad y mesura ("aquí nos conocemos todos, no tenemos prisa y nunca pasa nada") y unas localizaciones fáciles y rápidas (la isla es muy pequeña). Solo hay que verla desde el Mirador de la Peña, donde el artista Cesar Manrique la elevó al edén.





Valga esta experiencia para incitar a todos los peninsulares a visitarla, ahora que sufren, turísticamente, el asedio de los alarmistas.

El árbol Garoé


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